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– No soy vulnerable o indefenso -, dijo firmemente.

Ella puso su dedo índice sobre sus labios. -Un herida abierta -. Con la dignidad de una mujer valiente que sufre por un amor no correspondido, pasó al lado de Sunny y se dirigió al patio, donde recuperó su bolso y se puso en camino a la que actualmente era su casa.

Acaba de lavarse la cara y meterse por la cabeza la camiseta con el logo feliz de la empresa, cuando escuchó un coche fuera. Un asesino en serie de Texas podría haber aparecido, pero apostaba dinero a que se trataba de Sunny Skipjack. Se tomó su tiempo para colgar el vestido de Modigliani en el armario de hábitos del coro, luego salió por la puerta del altar hacia la sección principal de la iglesia.

Estaba equivocada sobre Sunny.

– Olvidaste los regalos de la fiesta-, dijo Ted.

No le gustó los vertiginosos nervios que sintió cuando lo vió de pie en la parte trasera de la iglesia, sosteniendo unas raquetas de playa estampadas con la bandera americana. -Shelby también tenía una cesta de yoyos patrióticos, pero pensé que te gustarían más unas raquetas. O quizás sólo estaba haciendo una suposición de lo que pensaba que necesitabas -. Él golpeó fuertemente la raqueta contra su mano.

Aunque su camiseta con el feliz logo le tapaba las caderas, sólo llevaba un tanga marfil debajo. Necesitaba más ropa, algo como una cota de malla y un cinturón de castidad. Él dio unos cuantos golpes a la pelota de goma con la raqueta y se acercó, con los ojos puestos en ella. -Gracias por ayudarme con Sunny, aunque podía haberlo solucionado sin tus comentarios.

Miró las palas y luego él. -Fue tu culpa. No deberías haberme besado.

Frunció su ceño con una falsa indignación. -¿De qué estás hablando? Tú eres la que me beso.

– No lo hice. Te abalanzaste sobre mí.

– En tus sueños -. Le dio un golpe extra fuerte a la pelota.

Ella ladeó la cabeza. -Si rompes una ventan con eso, te denunciaré a mi casero.

Él cogió la pelota, echó un vistazo a lo que podía ver de sus piernas y pasó su dedo a lo largo de la curva de la pala. -Me ha venido la idea más extraña a la cabeza -. El ventilador en lo alto del techó le revolvió pelo. Una vez más, golpeó la raqueta contra su mano. -Te la diría, pero sólo te haría enloquecer.

El sexo flotaba en el aire entre ellos, de forma tan explosiva como los fuegos artificiales de esa noche. Sin importar quien había iniciado el beso, algo había cambiado irrevocablemente entre ellos, y ambos lo sabían.

Algo como para jugar a jueguecitos. Aunque nada era más repugnante para ella que convertirse en otra conquista sexual de Ted Beaudine, la idea de convertirle a él en una de sus conquistas sexuales era algo sobre lo que valía la pena reflexionar. -Puedes tener a cualquier mujer del pueblo. Probablemente de todo el estada. Déjame en paz.

– ¿Por qué?

– ¿Qué quieres decir con por qué? Porque has estado tratándome como una mierda desde que llegué aquí.

– No es cierto. Fui perfectamente agradable contigo en la cena de ensayo. No empecé a tratarte como una mierda hasta después de que Lucy huyera.

– Lo cuál no es mi culpa. Admítelo.

– No quiero. Tendría que culparme a mí mismo y ¿quién quiere eso?

– Tú. Aunque, para ser justos, Lucy debería haberse dado cuenta antes de que las cosas llegaran tan lejos.

Dio unos cuantos golpes a la bola. -¿Qué más tienes en tu lista de quejas?

– Me obligaste a trabajar para Birdie Kittle.

Dejó caer las palas en el sillón marrón, como si la tentación de usarlas se estuviera convirtiendo en algo demasiado fuerte de resistir. -Eso te mantuvo fuera de la cárcel, ¿no?

– Y te aseguraste que me pagaran menos que a las otras doncellas.

Se hizo el tonto. -No recuerdo eso.

Ella recordaba todas las injusticias. -Aquel día en e hotel, cuando estaba limpiando… Estabas de pie en la puerta y dejaste que casi me matara intentando darle la vuelta al colchón.

Él sonrió. -Tengo que admitir que eso fue divertido.

– Luego, después de cargar tu bolsa de palos durante dieciocho hoyos, me diste un dólar de propina.

No debería haberlo sacado a relucir porque todavía le guardaba rencor por eso. -Me costaste tres hoyos. Y no creas que no he notado que todas mis nuevas fundas han desaparecido.

– ¡Eras el prometido de mi mejor amiga! Y si eso no es suficiente, no olvides que básicamente te odio.

La golpeó fuertemente con esos ojos marrones dorados. -Tú también básicamente me gustas. No es tu culpa. Simplemente ha ocurrido.

– Y voy a hacer que des-ocurra.

Su voz se volvió más profunda. -¿Por qué quieres hacer eso cuando los dos estamos más que listos para dar el siguiente paso? Para lo que recomiendo encarecidamente que nos desnudemos.

Ella tragó saliva. -Estoy segura que eso te gustaría, pero quizás yo no esté lista -. La timidez no era su punto fuerte y él parecía decepcionado con ella por intentarlo. Ella alzó las manos.

– Está bien, admitiré que siento curiosidad. Gran cosa. Los dos sabemos a lo que lleva eso. A nada bueno.

Él sonrió. -O a un infierno de diversión.

Odiaba estar seriamente pensando en seguir adelante con esto. -No estoy pensando seriamente en seguir adelante con esto -, dijo ella, -pero si lo estuviera, tengo un montón de condiciones.

– ¿Por ejemplo?

– Sólo sería algo sobre sexo, ningún diminutivo de mascota, ni confidencias por la noche. Nada… -ella frunció la nariz ante la idea -… de amistad.

– Ya tenemos un tipo de amistad.

– Sólo en tu retorcida mente porque no puedes soportar la idea de nos ser amigo de alguien en todo el planeta.

– No se que problema hay con eso.

– Es imposible, eso es lo que está mal. Si seguimos adelante con esto, no puedes decírselo a nadie. Lo digo en serio. Wynette es la capital mundial del cotilleo y tengo suficientes problemas. Lo haríamos a escondidas. En público, tienes que seguir fingiendo que me odias.

Sus ojos se estrecharon. -Puedo hacerlo fácilmente.

– Y ni siquiera pienses en utilizarme para desalentar a Sunny Skipjack.

– Eso es un punto para discutir. Esa mujer me asusta como el infierno.

– No te asusta para nada. Lo que pasa es que no quieres tratar con ella.

– ¿Eso es todo?

– No. Necesitaría hablar con Lucy primero.

Eso le pilló por sorpresa. -¿Por qué tendrías que hacer eso?

– Un pregunta que, una vez más, demuestra lo poco que me conoces.

Él metió la mano en su bolsillo, sacó el móvil y se lo lanzó. -¡A por ello!

Se lo tiró de vuelta. -Usaré el mío.

Él guardó su teléfono y esperó.

– No ahora -, dijo ella, empezando a sentirse más agotada de lo que quería estar.

– Ahora -, dijo él. -Acabas de decirme que es una condición previa.

Debería sacarlo a patadas, pero lo deseaba demasiado y estaba predestinada a tomar malas decisiones cuando se trataba de hombres, que era la razón por la que sus amigas siempre habían sido tan importantes. Ella le lanzó una oscura mirada, lo menos que podía hacer para salvar las apariencias, y se encaminó hacia la cocina, golpeando la puerta tras de sí. Mientras cogía su móvil, se dijo a sí misma que se lo tomaría como un señal si Lucy no respondía.

Pero Lucy respondió. -¿Meg? ¿Qué pasa?

Se dejó caer en el linóleo y apoyó su espina dorsal contra la puerta del frigorífico. -Hey, Luce. Espero no haberte despertado -. Despegó un Cheerio que se le había caído esa mañana, o posiblemente la pasada semana, y lo hizo migas con sus dedos. -Así que, ¿cómo te va?

– Es la una de la mañana. ¿Cómo crees que me va?

– ¿En serio? Aquí sólo es medianoche, pero como no tengo ni idea donde estás, es un poco difícil calcular las diferencias horarias.

Meg lamentó su irascibilidad cuando Lucy suspiró. -No será mucho más tiempo. Yo… te lo diré tan pronto como pueda. Ahora mismo todo es un poco… confuso. ¿Va algo mal? Suenas preocupada.