– ¿Ted y Meg? -exclamó la madre de Hunter Gray.
Francesca se hundió en su silla. -Teddy… ¿Qué has hecho?
Con la posible excepción de su agente, todas las demás en la sala comprendían la importancia de lo que acababa de suceder. Kayla veía como se escapaba su boutique. Birdie veía como su nuevo salón de té y librería se esfumaban. Zoey se lamentaba por las mejoras de la escuela que nunca tendrían lugar. Shelby y Torie preveían más noches sin dormir por el sentimiento de culpa de sus maridos. Y Francesca veía a su único hijo caer en la garras de una mujer intrigante e indigna.
Meg tenía ganas de llorar de pura alegría al saber que él hacía algo tan colosalmente estúpido por ella.
Él le pasó los nudillos por la mejilla. -Vamos, cariño. Mamá aprecia la forma en que la ayudaste hoy, pero ahora ya me encargo yo.
– Sí, Meg -, dijo tranquilamente Francesca. -Ya podemos ocuparnos nosotros.
Meg era más importante pare él que este pueblo. Su corazón empezó a latir de una forma vertiginosa que la hacía marearse, pero la mujer en la que se había convertido no se permitía disfrutar por mucho tiempo. Se clavó las uñas en las palmas y se dirigió a las invitadas de su madre. -Yo… yo… siento que se hayan visto forzadas a ver esto -. Se aclaró la garganta. -Él, uh, ha pasado por momentos difíciles últimamente. Estoy tratando ser amable pero… -Cogió aire de forma irregular e inestable. -No puede aceptar el hecho de que yo… no estoy loca por él.
Ted recogió lo que quedaba del soufflé de Torie, comió un trozo y escuchó pacientemente como Meg hacía todo lo posible por hacer lo correcto e intentaba sacarlo del bonito lío que había creado. -Soy yo, no tú -. Ella se giró hacia él, pidiéndole con los ojos que la apoyara. -Todas las demás piensan que eres fabuloso, así que tengo que ser yo, ¿no? Nadie parece encontrarte un poco… espeluznante.
Él arqueó una ceja.
Francesca se hinchó en la silla. -¿Acabas de llamar a mi hijo "espeluznante"?
Ted tomó otro bocado de chocolate, interesado en qué más iba a decir. No estaba ayudándola para nada. Quería besarlo, maldito fuera. En lugar de eso, volvió su atención a las mujeres. -Sed honestas -. Su voz ganó fuerza porque estaba haciendo lo correcto. -Todas sabéis lo que quiero decir. La forma en que los pájaros empiezan a cantar cuando sale a la calle. Es espeluznante, ¿verdad? ¿Y esos halos que aparecen alrededor de su cabeza?
Nadie se movió. Nadie dijo nada.
Tenía la boca seca, pero siguió. -¿Qué pasa con el estigmata?
– ¿Estigmata? -dijo Torie. -Eso es nuevo.
– Un accidente con el rotulador -. Ted devoró la última cucharada de chocolate y dejó el plato a un lado. -Meg, cariño, sólo te digo esto porque me preocupo mucho por ti, estás actuando un poco como una loca. Espero que no estés embarazada.
Un plato se cayó en la cocina, llevándose la resolución de ella. Era un maestro de la serenidad. Ella apenas era una principiante y nunca sería capaz de ganarle en su propio juego. Este era su pueblo, era cosa suya resolver el problema. Cogió la jarra de té helado y se precipitó a la cocina.
– Te veré esta noche -, gritó tras ella. -A la misma hora. Y lleva el vestido de Torie. Te queda mucho mejor que a ella. Lo siento, Torie, pero sabes que es verdad.
Mientras Meg cruzaba la puerta, escuchó gemir a Shelby. -Pero, ¿qué pasa con la subasta? ¡Esto va a arruinarlo todo!
– Que le den a la subasta -, dijo Torie. -Tenemos problemas más graves. Nuestro alcalde acaba de hacerle una peineta a Sunny Skipjacks y darle a San Antonio un nuevo resort de golf.
Ted sabiamente no regresó a la cocina. Mientras Meg ayudaba al chef a limpiar, su mente daba vueltas en una docena de direcciones. Escuchó irse a las invitadas y poco tiempo después Francesca entró en la cocina. Su cara estaba pálida. Estaba descalza, se había cambiado la ropa de la fiesta por unos pantalones cortos y una camiseta. Le dio las gracias al chef y le pagó, luego le tendió a Meg un cheque.
Por el doble de lo que a Meg le habían prometido.
– Tuviste que trabajar por dos personas -, dijo Francesca.
Meg asintió y se lo devolvió. -Mi contribución para el fondo de la librería -. Le sostuvo la mirada a Francesca el tiempo suficiente para mostrar algo de dignidad, luego regresó al trabajo.
Era casi la hora de cenar cuando los últimos platos se guardaron y pudo irse, portando la generosa bolsa de sobras que le había dado el chef. No pudo dejar de sonreír todo el camino a casa. La camioneta de Ted estaba aparcada junto a las escaleras. A pesar de lo cansada que estaba, en todo lo que podía pensar era en arrancarle la ropa. Cogió la bolsa de sobras y se precipitó al interior sólo para detenerse de golpe.
La iglesia había sido saqueada. Muebles volcados, cojines rasgados, ropa tirada por el suelo… Zumo de naranja y ketchup esparcido sobre el futón, y sus cajas de joyas estaban tiradas por todos lados: sus preciosas cuentas, las herramientas que había comprado, largas marañas de cable.
Ted estaba de pie en medio de ese lío. -El sheriff está de camino.
El sheriff no encontró señales de que la cerradura hubiera sido forzada. Cuando se sacó el tema de las llaves, Ted dijo que ya había avisado para que se cambiaran las cerraduras. Cuando el sheriff puso de manifiesto la teoría de que lo había hecho un vagabundo, Meg supo que tenía que hablar sobre que escribieron en el espejo del baño.
Ted explotó. -¿Has tenido que esperar a esto para decírmelo? ¿En qué demonios estabas pensando? No hubiera dejado que te quedaras otro día más aquí.
Se limitó a mirarlo. Él la miraba a ella, sin halo alrededor.
El sheriff le preguntó con toda seriedad si alguien le guardaba rencor. Ella pensaba que la estaba poniendo a prueba hasta que recordó que él trabajaba para el condado y podría no estar enterado de los chismes locales.
– Meg ha tenido algunos roces con algunas personas -, dijo Ted, -pero no puedo imaginar que ninguna de ella hiciera esto.
El sheriff sacó su cuaderno de notas. -¿Qué personas?
Intentó hacer una lista. -No le caigo demasiado bien, básicamente, a cualquier persona que le guste Ted.
El sheriff negó con la cabeza. -Es un montón de gente. ¿Podría reducirlos?
– No tiene mucho sentido decir nombres al azar -, dijo ella.
– No está acusando a nadie. Me está dando una lista de gente que le tiene resentimiento. Necesito su cooperación, señorita Koranda.
Entendía su punto de vista, no lo veía correcto.
– ¿Señorita Koranda?
Trató de reunir la energía necesaria para comenzar. -Buerno, está… -Apenas sabía por donde empezar. -Sunny Skipjacks quiere a Ted para ella -. Miró la destrucción a su alrededor y respiró profundamente. -Luego, están Birdie Kittle, Zoey Daniels, Shelby Traveler, Kayla Garvin. El padre de Kayla, Bruce. Quizás Emma Traveler, aunque creo que ya le caigo bien.
– Ninguna de ellas dejaría este sitio así -, dijo Ted.
– Alguien lo hizo -, replicó el sheriff avanzando una hoja en su cuaderno. -Siga, señorita Koranda.
– Todas la antiguas novias de Ted, especialmente después de lo que ocurrió en el almuerzo de hoy -. Que requirió una breve explicación, la cual Ted ofreció solícitamente, haciendo comentarios sobre la cobardía de la gente que quería meterse en sus relaciones.
– ¿Alguien más? -El sheriff pasó otra página de su cuaderno.
– Skeet Cooper me vio pegándole una patada a una de las pelotas de golf de Ted para impedir que ganara su partido contra Spencer Skipjack. Debería haber visto la forma en que me miró.
– Deberías haber visto la forma en que te miré -, dijo Ted con disgusto.
Meg se cogió un pellejo de las uñas.
– ¿Y? -El sheriff hizo clic con su pluma
Fingió mirar por la ventana. -Francesca Beaudine.