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Las lágrimas rodaban por las mejillas de Haley y pequeños sollozos ahogados se atrapaban en su garganta, pero mantuvo la cabeza alta. Había aceptado su destino y no discutió con él.

– Espera -. Meg cogió aire y luego lo soltó. -Voto que no a lo de la policía.

Haley la miró fijamente. Ted la desechó. -No voy a discutir esto contigo.

– Como yo soy la víctima, tengo la última palabra.

– Y una mierda -, dijo él. -Te aterrorizó y ahora va a pagar por ello.

– Por lo que pagará mi nuevo parabrisas, eso seguro.

Él estaba tan furioso que su piel se puso pálida debajo de su bronceado. -Es mucho más que eso. Ha quebrantado por lo menos doce leyes. Allanamiento, acoso, vandalismo…

– ¿Cuántas leyes quebrantaste -, dijo Meg, -cuándo vandalizaste la Estatua de la Libertad?

– Tenía nueve años.

– Y eres un genio -, ella señaló mientras Haley los miraba sin estar segura de lo que estaba ocurriendo o de cómo la afectaba. -Eso significa que tenías al menos diecinueve años en coeficiente de inteligencia. Lo que hace que fueras mayor de lo que es ella.

– Meg, piensa en todo lo que te hizo.

– No tengo que hacerlo. Haley es la única que tiene que pensar en eso, podría estar equivocada pero tengo el presentimiento que va a pensar un montón en ello. Por favor, Ted. Todo el mundo se merece una segunda oportunidad.

El futuro de Haley dependía de Ted, pero miraba a Meg con una expresión entre avergonzada y asombrada.

Ted fulminó a Haley con la mirada. -No te lo mereces.

Haley se limpió las lágrimas de sus mejillas con los dedos y miró a Meg. -Gracias -, susurró. -Nunca voy a olvidarlo. Y te prometo que de alguna forma te lo devolveré.

– No te preocupes por devolverme el favor -, dijo Meg. -Haz las paces contigo misma.

Haley lo asimiló. Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza vacilante, y luego firmemente.

Mientras Haley se iba hacia el coche, Meg recordó el presentimiento de que estaba pasando algo por alto. Debía ser esto. En algún lugar de su subconsciente, debía haber sospechado de Haley, aunque no estaba segura de cómo lo había hecho. Haley se fue conduciendo. Ted pateó grava con el talón. -Eres demasiado blanda, ¿lo sabías? Condenadamente demasiado blanda.

– Soy la hija mimada de una celebridad, ¿recuerdas? Ser blanda es todo lo que sé hacer.

– No es momento para bromas.

– Oye, si no puedes pensar en una mayor broma que Ted Beaudine liándose con una mera mortal como Meg…

– ¡Para!

La tensión del día le estaba pasando factura, pero no quería que él viera lo vulnerable que se sentía.-No me gusta cuando te pones de mal humor -, dijo ella. -Desafía a las leyes de la naturaleza. Si tú puedes convertirte en un gruñón, ¿qué será lo próximo? El universo entero podría desaparecer.

Él la ignoró. En su lugar, le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. -¿Qué quería Spence? ¿Otras de sus grandes muestras de atención o quería que le presentases a algunas de tus amistades famosas?

– Eso… básicamente eso -. Ella volvió la mejilla en la palma de su mano.

– Hay algo que no me estás contando.

Convirtió su voz en un ronroneo sexual. -Cariño, hay muchas cosas que no te cuento.

Él sonrió y le acarició con el dedo pulgar su labio inferior. -No puedes hacer las cosas por tu cuenta. Todo el mundo está tratando de que nunca te quedes a solas con él, pero también tienes que colaborar.

– Lo sé. Y créeme, no volverá a pasar. Aunque no puedo decirte cuánto me molesta tener que andar a escondidas sólo porque un millonario cachondo…

– Lo sé. No está bien -. Él presionó sus labios contra su frente. -Sólo mantente fuera de su camino un par de días más y, luego, puedes decirle que se vaya al infierno. De hecho, lo haré por ti. No puedes imaginarte lo cansado que estoy de tener a ese payaso en mi vida.

La sensación volvió sin avisar. La sensación de que algo la acechaba. Algo que no tenía nada que ver con Haley Kittle.

El cielo se había puesto oscuro y el viento hacia que su camiseta se le pegase al cuerpo. -¿No… No te parece extraño que Spence no haya oído hablar sobre lo nuestro? ¿O qué no lo haya hecho Sunny? Mucha gente lo sabe, pero… ellos no. Sunny no lo sabe, ¿no?

Él miró hacia las nubes. -No parece saberlo.

Ella no podía meter suficiente aire en sus pulmones. -Veinte mujeres vieron que me besaste en el almuerzo. Alguna de ellas debe habérselo dicho a sus maridos, amigas… Birdie se lo dijo a Haley.

– Supongo.

El movimiento de las nubes ensombreció el rostro de Ted y ella notaba que se acercaba a lo que tan duramente había estado tratando de saber. Cogió más aire. -Todas esas personas sabían que somos pareja. Pero no Spence y Sunny.

– Estoy es Wynette. Todo el mundo se apoya.

Lo tenía tan cerca que podía sentirlo, no era algo agradable, sino fétido y empalagoso. -Son personas leales.

– Eso no las hace mejores personas.

Y así, se dio cuenta de la venenosa verdad. -Sabías desde el principio que ninguno diría nada a Spence o Sunny.

Un rayo sonó a lo lejos… Estiró el cuello hacia la cámara de video, como si quisiera comprobar que no se había movido. -No entiendo lo que quieres decir.

– Oh, lo vas a entender muy bien -, dijo ella. -Cuando me besaste… Cuando le dijiste a todas esas mujeres que éramos pareja… Sabías que guardarían el secreto.

Él se encogió de hombros. -La gente hace lo quiere.

La verdad se abrió antes sus ojos, mostrando una verdad amarga y podrida. -Todo lo que dijiste sobre la honestidad y la franqueza, y cómo odiabas tener que andar a escondidas, me lo tragué.

– Odio hacer las cosas a escondidas.

Las nubes cubrieron sus cabezas, un trueno retumbó y una ola de furia la atrapó entre sus garras. -Estaba tan conmovida cuando me besaste delante de todo el mundo. Tan mareada porque estabas dispuesto a hacer ese sacrificio. ¡Por mí! Pero tú… tú no estabas arriesgando nada.

– Espera un minuto -. Sus ojos ardían de indignación. -Me lo echaste en cara esa noche. Dijiste que fue algo estúpido.

– Eso era lo que mi cabeza decía. Pero mi corazón… Mi estúpido corazón… -Su voz se rompió. -Estaba cantando de alegría.

Él puso una mueca. -Meg…

El juego de emociones que pasaron por la cara de este hombre, que nunca estaría dispuesto a dañar a alguien, fueron dolorosamente fáciles de descifrar. Su consternación. Su preocupación. Su piedad. Ella odiaba… lo odiaba a él. Quería hacerle daño como él se lo había hecho a ella, y sabía exactamente como castigarle. Con su honestidad.

– Me había enamorado de ti -, dijo ella. -Justo como las otras.

No pudo ocultar su consternación. -Meg…

– Pero para ti no significo algo más que las demás. Algo más de lo que significaba Lucy.

– Espera un momento.

– Soy una idiota. Ese beso significó tanto para mí. Dejé que significara tanto -. Ella soltó una risa desesperada que fue mayormente un llanto, no estaba segura de con cual de los dos estaba más enfadada. -Y la forma en que querías que me quedara en tu casa… Todo el mundo estaba preocupado por eso, pero si hubiera ocurrido, ellos habrían hecho todo lo posible por cubrirte. Lo sabías.

– Está haciendo una montaña de un grano de arena -. Pero no la miró a los ojos.

Ella le miró su perfil, fuerte y delineado. -Con simplemente verte me entran ganas de bailar -, susurró. -Nunca he amado a un hombre como te amo a ti. Nunca imaginé que pudiera tener estos sentimientos.

La boca de él se torció y sus ojos se oscurecieron por el dolor. -Meg, me importas. No creas que no me importas. Eres… eres maravillosa. Me haces…

Él se calló, buscando una palabra y ella se burló de él a pesar de las lágrimas. -¿Hago que tu corazón salte? ¿Hago que te entren ganas de bailar?