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– No era maravilloso -. Meg sintió unas gotas de sudor entre sus pechos. -Era sólo lo que Lucy quería que creyeises.

La presidenta Jorik sometió a Meg a una larga y pentetrante mirada y finalmente rompió su silencio. -Meg -, dijo en voz baja. -¿Qué has hecho?

Su suave condena le dijo a Meg lo que debería haber sabido desde un principio. Ellos iban a culparla. Y quizás tuvieran razón. Nadie más pensaba que este matrimonio fuera una idea terrible. ¿Por qué una confirmada perdedora pensaba que la conocía mejor que todos ellos?

Se marchitó bajo la poderosa fuerza de los ojos azul Mayflower de la presidenta. -Yo… yo no quería decir… que Lucy no fuera… -Ver como la decepción se reflejaba en la expresión de la mujer que tanto admiraba fue incluso peor que soportar la censura de sus propios padres. Por lo menos Meg estaba acostumbrada a eso. -Yo… yo lo siento.

La presidenta Jorik negó con la cabeza. La madre del novio, quién había sido conocido por aniquilar de un plumazo a celebridades en sus entrevistas de televisión, estaba preparada para aniquilar a Meg hasta que la fría voz de su marido intercedió. -Podemos estar exagerando. Probablemente están arreglando las cosas en ahora mismo.

Pero no estaban arreglando las cosas. Meg lo sabía, y también lo sabía Nealy Jorik. La madre de Lucy conocía a su hija lo suficientemente bien como para saber que Lucy nunca sometería a su familia a este tipo de desastre si no hubiera tomado una decisión.

Uno por uno, le dieron la espalda a Meg. Los padres de ambos. Los hermanos de Lucy. Los acompañantes del novio y su padrino. Era como si ella ya no existiera. Primero sus padres y ahora esto. Todo el mundo que se preocupaba por ella, todos a los que ella amaba, la rechazaban.

No era una llorona, pero las lágrimas presionaban contra sus párpados, y sabía que tenía que irse. Nadie notó cuando comenzó a ir hacia las puertas delanteras. Giró el pomo y salió fuera, sólo para darse cuenta demasiado tarde de su error.

Flases disparando. Cámaras de televisión sonando. La repentina aparación de una de las damas de honor en el momento exacto en que los votos se deberían estar intercambiando desató la locura. Algunos de los espectadores de las gradas de enfrente a la iglesia se levantora para ver que había causado la conmoción. Los reporteros se lanzaron hacia delante. Meg dejó caer su ramo, se dio la vuelta y agarró el duro metal del pomo con ambas mano. Se negaba a girar. Por supuesto. La puerta estaba cerrada por dentro por seguridad. Estaba atrapada.

Los reporteros se precipitaron hacia ella, presionando contra el destacamento de seguridad en la parte inferior de las escaleras.

¿Qué está pasando?

¿Algo ha ido mal?

¿Ha ocurrido un acidente?

¿La presidenta Jorik está bien?

La columna vertebral de Meg estaba presionada contra la puerta. Sus preguntas se hicieron más ruidosas y más exigentes.

¿Dónde están la novia y el novio?

¿Ha acabado la ceremonia?

Dinos qué está ocurriendo.

– Yo… yo no me siento bien, eso es todo…

Sus gritos se tragaron su débil respuesta. Alguien gritó a todo el mundo "¡Callaros de una puta vez¡". Se había enfrentado con estafadores en Tailanda y matones callejeros en Marruecos, pero nunca se sintió tan fuera de su elemento. Una vez más se giró hacia la puerta, aplastando su ramo con su talón, pero la puerta no cedería. O nadie del interior se daba cuenta de su situación o la habían arrojado a los lobos.

La multitud estaba en las gradas de pie. Ella miraba desesperadamente alrededor y vio dos escalones estrechos que conducían a un camino que iba alredor de la iglesia. Se precipitó por ellos, casi tropezando. Los espectadores que no habían podido estar en las gradas se agrupaban en la acera al otro lado de la valla del cementerio, algunos de ellos con cochecitos y otros con neveras. Se recogió la falda y corrió a lo largo del camino de ladrillos irregulares hacia el aparcamiento en la parte trasera. Seguro que alguien del personal de seguridad le permitía volver a entrar en la iglesia. Un terrible perspectiva, pero era mejor que enfrentar la prensa.

Justo cuando llegó al asfalto, vio a uno de los padrinos de espaldas a ella cuando abría la puerta de un Mercedes Benz gris oscuro. La ceremonia definitivamente había sido cancelada. No podía imaginarse volver a montarse en la limusina para volver al hotel con los otros miembros de la boda, así se precipitó hacia el Benz. Tiró de la puerta del pasagero justo cuando se encendía el motor. -¿Podría dejarme en el hotel?

– No.

Ella levantó la vista y se encontró con los fríos ojos de Ted Beaudine. Una ojeada a la terca mandíbula le dijo que él nunca creería que ella no era la responsable de lo que había ocurrido, especialmente después de la forma en que ella lo había interrogado en la cena de ensayo. Empezó a decir que sentía el dolor que esto le estaba causando, pero el no parecía dolido. Parecía más molesto. Él era un robot emocional, y Lucy había hecho bien en dejarlo.

Meg dejó caer su falda y dio un paso vacilante hacia atrás. -Uh… Está bien, entonces -. Él se tomo su tiempo para salir del aparcamiento. Ni derrape de ruedas o rugidos de motos. Incluso toco el claxon a un par de personas en la acera. Él había sido plantado por la hija de la ex presidenta de Estados Unidos mientras el mundo entero miraba e incluso así no mostraba signos de que algo monumental hubiera ocurrido.

Ella se arrastró hacia el guardia de seguridad más cercano, quién finalmente le permitió entrar en la iglesia, donde su reaparición fue recibida con exactamente la recepción hostil que ella se esperaba.

Fuera de la iglesia, la secretaria de prensa de la presidenta hizo una rápida declaración que no ofrecía detalles, sólo un breve anuncio de que la boda se cancelaba. Después de la obligatoria petición para que el público respetara la privacidad de la pareja, la secretaria de prensa se apresuró a volver dentro sin responder preguntas. A través de la conmoción que siguió, nadie noto una pequeña figura vestida con una chaqueta de traje azul marino y unos zapatos blancos de raso deslizarse por la puerta lateral y desaparecer por los patios de los vecinos.

CAPÍTULO 03

Emma Traveler nunca había visto a Francesca Beaudine tan angustiada. Cuatro días habían pasado desde que Lucy Jorik había desaparecido, y estaban sentadas bajo la pérgola, a la sombra, en el patio trasero de la casa de los Beaudine. Acucurrucada como un ovillo plateado entre las rosas, Francesca parecía incluso más pequeña de lo que era. En todos los años que se habían conocido, Emma nunca había visto a su amiga llorar, pero Francesca tenía unas marcas delatadoras bajo sus ojos esmeralda, el pelo castaño despeinado y las líneas de cansancio grabadas en su cara con forma de corazón.

Aunque Francesca tenía cincuenta y cuatro años, cerca de quince años mayor que Emma y mucho más bella, su profunda amistad tenía sus raíces en los lazos comunes. Ambas eran británicas, ambas estaban casadas con famosos golfistas profesionales y ambas estaban más interesadas en leer un buen libro que en aventurarse cerca de un green. Lo más importante era que ambas amaban a Ted Beaudine: Francesca con un fiero amor maternal y Emma con una lealtad inquebrantable que había comenzado el día en que se conocieron.

– Esa puñetera Meg Koranda le hizo algo horrible a Lucy. Lo sé -. Francesca miró ausentemente a una mariposa con cola de golondrina revoloteando por los lirios. -Yo tenía dudas sobre ella ya antes de conocerla, a pesar de todos los brillantes informes de Lucy. Si Meg era su amiga más cercana, ¿por qué no la hemos conocido hasta el día antes de la boda? ¿Qué clase de amiga no podía perder el tiempo para asistir a la despedida de soltera de Lucy?

Emma se había preguntado las mismas cosas. Gracias al poder de Google, los cotilleos desfavorables sobre el estilo de vida sin objetivos de Meg Koranda habían empezado a circular tan pronto como la lista de damas de honor fue anunciada. Aunque Emma no creía en juzgar a la gente sin las suficientes pruebas y se negaba a tener en cuenta la rumorolgía. Desafortunadamente, esta vez los cotilleos parecían estar en lo cierto.