Ella habló rápidamente, algo muy raro. -Convertir zonas contaminadas por los residuos en áreas recreacionales es lo que me gustaría hacer, y te puedes considerar el responsable de eso. Bueno, esto ha sido muy divertido, pero me voy. Y esta vez, no intentes detenerme.
Ella se dio la vuelta y comenzó a alejarse, esta mujer con el pelo rojo y sin sentido del humor era dura como una roca y ya no le quería.
Le entró el pánico. -¡Meg te amo! ¡Quiero casarme contigo!
– Es extraño -, dijo sin pararse. -Hace sólo seis semanas, me estabas diciendo cómo Lucy te rompió el corazón.
– Estás equivocada. Lucy me rompió la cabeza.
Eso hizo que se parase. -¿Tu cabeza? -Ella lo miró.
– Eso si es verdad -, dijo más calmado. -Cuando Lucy me dejó, me rompió la cabeza. Pero cuando tú te fuiste… -. Para su consternación, la voz se le quebró. -Cuando tú te fuiste, me rompiste el corazón.
Finalmente tenía toda su atención, no es que tuviera una mirada soñadora o estuviera lista para arrojarse a sus brazos, pero al menos estaba escuchando.
Cerró el paraguas, dio un pasó hacia ella y luego se detuvo. -Lucy y yo encajábamos perfectamente en mi cabeza. Teníamos todo en común y lo que ella hizo no tenía sentido. Tenía a todo el pueblo sintiendo lástima por mí y, estate malditamente segura que no iba a dejar que nadie supiera lo miserable que me sentía… así que no pude poner las cosas en orden en mi cabeza. Y allí estabas tú, en medio de todo el lío, como una bella espina clavada, haciéndome sentir otra vez como yo mismo. Excepto… -. Se encogió de hombros y un hilo de agua le bajó por el cuello. -Algunas veces la lógica puede ser un enemigo. Si había estado tan equivocado con Lucy, ¿cómo podía confiar en lo que sentía por ti?
Ella permaneció allí, sin decir una palabra, sólo escuchando.
– Desería decir que me di cuenta de que te amaba en cuanto te fuiste del pueblo, pero estaba demasiado ocupado en estar enfadado por que me dejaste. No tengo mucha práctica en lo de estar enfadado, así que me llevo un tiempo comprender que con la persona que estaba enfadado en realidad era conmigo mismo. Fui tan testarudo y estúpido. Estaba asustado. Todo siempre ha sido fácil para mí, pero no hay nada fácil contigo. Las cosas que me haces sentir. La forma en que me obligas a analizarme -. Él apenas podía respirar. -Te amo, Meg. Quiero casarme contigo. Quiero dormir contigo todas las noches, hacer el amor contigo, tener hijos. Quiero que luchemos juntos, que trabajemos juntos y… simplemente que estemos juntos. ¿Vas a quedarte ahí parada, mirándome, o vas a sacarme de esta miseria y decirme que todavía me amas, al menos un poco?
Ella lo miró. Fijamente. Sin sonreír. -Lo pensaré y te lo haré saber.
Se alejó caminando y lo dejó de pie, sólo, bajo la lluvia.
Dejó caer el paraguas, se le resbaló el mango y agarró con los dedos el frío metal. Sus ojos al borde de las lágrimas. Nunca se había sentido tan vacío o tan sólo. Mientras miraba hacia el puerto, se preguntó que podría haber dicho para convencerla. Nada. Había llegado demasiado tarde. Meg no tenía paciencia para morosos. Ella había cortado por lo sano y seguido adelante.
– Está bien, ya me lo he pensado -, dijo desde detrás de él. -¿Qué estás ofreciendo?
Se dio la vuelta, con el corazón en la garganta y la lluvia salpicándole la cara. -Uh… ¿mi amor?
– Eso ya lo tengo. ¿Qué más?
Parecía fiera y fuerte y absolutamente encantadora. Las pestañas húmedas enmarcaban sus ojos, que ahora no parecían ni azules ni verdes, la lluvia los hacía verse de un gris suave. Sus mejillas estaban rojas, su pelo ardía y su boca era una promesa esperando ser reclamada. Él corazón de él empezó a latir más fuerte. -¿Qué quieres?
– La iglesia.
– ¿Estás planeando volver a vivir allí?
– Tal vez.
– Entonces, no, no puedes tenerla.
Parecía estar pensando en ello. Él esperó, el sonido de su sangre le llegaba a los oídos.
– ¿Qué hay del resto de tus posesiones? -dijo ella.
– Tuyas.
– No las quiero.
– Lo sé -. Algo floreció en su pecho, algo cálido y lleno de esperanza.
Ella lo miró, la lluvia le caía de la punta de la nariz. -Sólo quiero ver a tu madre una vez al año. En Halloween.
– Podrías querer repensártelo. Ella fue quién secretamente pagó el dinero para que tú ganaras la subasta.
Finalmente había conseguido sorprenderla. -¿Tu madre? -dijo ella. -¿No tú?
Tuvo que bloquear los codos para no abrazarla. -Yo todavía estaba en mi fase de enfado. Ella cree que eres, voy a citarla, cree que eres "magnífica".
– Interesante. Vale, ¿qué hay de un trato de cosas que no podamos hacer?
– No habrá tratos sobre cosas que no podemos hacer.
– Eso es lo que tú te crees -. Por primera vez se veía segura. -¿Estás… dispuesto a vivir en otro sitio que no sea Wynette?
Debería haberlo visto venir, pero no lo había hecho. Por supuesto que no querría volver a Wynette después de todo lo que le pasó allí. Pero ¿qué pasaba con su familia, sus amigos, sus raíces que se habían extendido tanto en el suelo rocoso que ya casi era parte de él?
Miró a la cara a la mujer que había sido reclamada por su alma. -Está bien -, dijo él. -Renunciaré a Wynette. Podemos trasladarnos a donde quieras.
Ella frunció el ceño. -¿De qué estás hablando? No quiero decir para siempre. Jesús, ¿estás loco? Pero voy en serio con lo de mi titulo, así que necesitaremos una casa en Austin, asumiendo que entre en la U.T.
– Oh, Dios, entrarás -. Su voz volvió a quebrarse. -Te construiré un palacio. Donde tú quieras.
Al final ella tan bien parecía a punto de llorar. -¿En serio renunciarías a Wynette por mí?
– Daría mi vida por ti.
– Vale, estas empezando a asustarme -. Pero no lo dijo como si estuviera asustada. Lo dijo como si estuviese realmente feliz.
Él la miró fijamente a los ojos, queriendo que ella supiese lo en serio que se lo estaba diciendo. -Para mí, no hay nada más importante que tú.
– Te amo, Teddy Beaudine -. Finalmente dijo las palabras que había estado esperando escuchar. Y luego, con un grito de alegría, se arrojó a su pecho, presionándolo con su cuerpo frío y mojado; escondiendo su rostro frío y mojado en su cuello; tocando con sus labios calientes y mojados su oreja. -Luego trabajaremos sobre nuestros problemas a la hora de hacer el amor -, le susurró.
Oh, no. No iba a tomar el mando tan fácilmente. -Al demonio, lo haremos ahora.
– De acuerdo.
Esta vez fue ella quién lo arrastró a él. Corrieron de vuelta a la limusina. Él le dio al chofer unas rápidas indicaciones, luego la besó a Meg hasta dejarla sin aliento mientras recorrían la poca distancia hasta el Battery Park Ritz. Entraron en el vestíbulo sin maletas y agua cayendo de la ropa. Pronto estuvieron cerrando la puerta de la cálida y seca habitación que daba al oscuro y lluvioso puerto.
– ¿Te casarías conmigo, Meg Koranda? -dijo él mientras la metía en el baño.
– Definitivamente. Pero mantendré mi apellido sólo para molestar a tu madre.
– Excelente. Ahora quítate la ropa.
Ella lo hizo, y él también lo hizo, manteniéndose a la pata coja, sujetándose el uno al otro, enredándose con las mangas de las camisas y los vaqueros húmedos. Él se dio la vuelta hacia el agua de la ducha espaciosa. Ella se le adelantó, se subió a la losa de mármol y abrió las piernas. -Vamos a ver si puedes usar tus poderes para el mal en lugar de para el bien.
Él empezó a reír y ella se unió. La cogió entre sus brazos, besándola, amándola, queriéndola como nunca había querido a nadie. Después de lo que ocurrió aquel horrible día en el vertedero, se prometió a sí mismo que nunca volvería a perder el control con ella, la sensación de ella contra él, le hizo olvidarse de todo lo que sabía sobre la forma correcta de hacerle el amor a una mujer. Esta no era cualquier mujer. Esta era Meg. Su divertido, bello e irresistible amor. Y, oh Dios, estuvo a punto de ahogarse.