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– Eso es -dijo Kevin, como si fuese la primera vez en la vida que alguien le hacía esa clase de comentario sobre su apellido, como si no hubiese tenido que aguantar a dos ex esposas echándole siempre en cara que se comportara de manera infantil, de acuerdo con ese nombre.

Y en ese momento la mujer abrió los ojos. Eran de un azul especialmente intenso, demasiado para una rubia. Sus preferidas eran las morenas de ojos azules, la combinación de lo claro con lo oscuro, o al revés, las rubias de ojos negros, una chica de origen irlandés a la que le hubiesen metido los ojos con los dedos sucios.

– No parece usted un niño -dijo la mujer. A diferencia del tono que empleaba Gloria, en el de la mujer de la cama no había coqueteo de ninguna clase. No jugaba a ese juego-. Qué gracioso, no sé por qué me he acordado del personaje de tebeo, ese bebé gigante con pañales y gorrito.

– Baby Huey -dijo Kevin.

– Eso. ¿Era un patito? ¿O un pollo? ¿No era un bebé, bebé humano?

– Me parece que era un pollito. -Tal vez fuese importante que pasara a examinarla un neurocirujano, a fin de cuentas-. Había comentado usted que tiene información sobre un asesinato que ocurrió aquí en Baltimore, hace tiempo. De eso necesito hablar con usted.

– Empezó en el condado de Baltimore. Y terminó… bueno, en realidad no sé dónde terminó. No sé si llegó a terminar.

– ¿Insinúa usted que hubo alguien que comenzó a cometer el asesinato de una persona en el condado de Baltimore, y que terminó de cometerlo en otro lugar?

– No estoy segura. Al final… Bueno, no al final sino cuando las cosas horribles empezaron a ocurrir… Y a estas alturas ya no tengo ni idea de dónde estábamos.

– ¿No sería mejor que me contara toda la historia, y ya trataré yo de averiguar dónde pasó?

La mujer se volvió hacia Gloria.

– ¿Recuérdala gente…? ¿Se nos conoce… todavía les sonamos?

– Los que vivían aquí en aquel entonces lo recuerdan -dijo aquel mal bicho en un tono mucho más amable que de costumbre. ¿Le gustaba esa mujer? ¿Era por esa razón que se había arriesgado a llevar un caso sin estar completamente segura de que al final acabaría cobrando? A veces no resultaba fácil saber qué les ponía calientes a los otros tíos, y todavía parecía más difícil entender los gustos de las tías. En cualquier caso, Kevin Infante no recordaba que jamás Gloria hubiese tomado decisiones como la de aceptar a un cliente basándose en sus sentimientos-. Tal vez no recordarían el caso al oír el apellido, pero seguro que les sonará si alguien les comenta las circunstancias. En cualquier caso, este inspector no es de por aquí.

– Entonces, ¿de qué servirá hablar con él? -Dicho esto cerró de nuevo los ojos y se recostó sobre la almohada. Gloria se encogió de hombros como diciendo ¿«y qué quieres que haga»?

Infante no la había visto nunca mostrarse tan amable con un cliente, tan solícita. Protegía siempre los intereses de las personas a las que representaba, pero les demostraba todo el rato que la que mandaba era ella. Ahora en cambio se mostraba muy deferente, y le indicó a Infante por señas que saliese con ella al pasillo. El se negó con un ademán de la cabeza, e insistió.

– Bien, Gloria, ponme tú en antecedentes.

– En marzo de 1975 dos niñas, hermanas, salieron de casa para ir al centro comercial de Security Square. Eran Sunny y Heather Bethany. No fueron vistas de nuevo. Nunca más. Y no fueron vistas en el sentido de que la policía dedujo qué había ocurrido, pero nunca lo pudo demostrar. No fue como en el caso Powers.

Powers era una manera abreviada de hablar de un caso imposible de demostrar. Un homicidio ocurrido hacía un decenio, y en el que había una mujer desaparecida. Nadie dudaba de que el marido al que ella había abandonado recientemente estuviera vinculado a la desaparición de su ex esposa. Pero la policía no fue capaz de demostrarlo. Imaginaron que el tipo contrató a alguien para hacerlo, y logró que no le delataran, quizá porque encargó el trabajito al asesino a sueldo más callado y más leal de toda la historia, un tipo que jamás encontró motivos para vender la información a cambio de algún favor. Un tipo al que no metieron nunca en chirona y que tampoco le dijo nunca a una novia, alardeando en plena borrachera: «Pues claro, nena, a ésa me la cargué yo…»

– ¿Y ella sabe lo que pasó?

– Les oigo la mar de bien -dijo la mujer de la cama-. Estoy aquí.

– Mire, si quiere participar en la conversación es muy libre de hacerlo, señora -dijo Infante. Se preguntó si, teniendo los ojos cerrados, era posible ponerlos en blanco. La expresión de la mujer varió sutilmente, como si fuese una adolescente deseando que papá y mamá la dejasen de una vez en paz, pero no añadió ni media palabra más.

– Al principio pareció que encontraban algunos indicios. Un intento de cobrar un rescate. Algunas personas que parecían tener algún interés en que ocurriera, como diríamos ahora. Pero no salió nada de nada. Virtualmente, ni una sola prueba…

– Sunny era el diminutivo de Sunshine -dijo la mujer de la cama-. A ella le parecía odioso. -Comenzó a llorar, pero parecía no darse cuenta de que estaba llorando, se mantuvo en la cama tal como estaba, dejando que las lágrimas se deslizaran por su rostro.

Infante trataba todavía de echar cuentas. Hacía treinta años, un caso de dos hermanas. ¿De qué edad? Gloria no lo había mencionado. No muy mayores, lo bastante pequeñas, sin duda, para que se descartara la hipótesis de la huida y se diera por supuesto que era un homicidio. Dos. ¿Quién secuestra a dos niñas a la vez? Sin duda, un plan chiflado de tan ambicioso, y con altas probabilidades de fracaso. ¿Llevarse a las dos hermanas no hacía pensar enseguida en un asunto personal, alguna represalia contra la familia?

– Arthur Goode secuestró a más de un chico -dijo Gloria, como si estuviera leyendo sus pensamientos-. Pero eso ocurrió también antes de que vinieras a trabajar aquí. Secuestró a un chico que repartía diarios en Baltimore, y le obligó a mirar mientras… En todo caso, soltó al chico sin haberle hecho daño. Goode fue ejecutado más tarde en Florida, tras haber sido declarado culpable de delitos similares a los cometidos aquí.

– Recuerdo ese caso, porque era parecido al nuestro, pero no era como el nuestro -dijo la mujer de la cama-. Porque nosotras éramos hermanas y porque…

Al llegar ahí se le rompió la voz. Alzó las rodillas contra el pecho y las abrazó con el brazo bueno, el que no llevaba vendado y sujeto, y lloró como una persona que siente unas náuseas terribles tras haberle sentado muy mal una comida que estaba envenenada. Las lágrimas y los sollozos seguían brotando, incontenibles. Infante pensó que como siguiera así iba a deshidratarse.

– Se llama Heather Bethany -dijo Gloria-. O así es como se llamaba, hace muchos años. Parece ser que lleva mucho tiempo sin utilizar su verdadero nombre.

– ¿Dónde ha estado? ¿Qué le ocurrió a su hermana?

– A mi hermana la mataron -gimió la mujer-. Fue asesinada. Le cortaron el cuello delante de mí.

– ¿Y quién lo hizo? ¿Dónde ocurrió? -Infante había permanecido en pie todo ese rato, pero ahora cogió una silla, sabiendo que iba a pasar allí muchas horas, que tendría que poner en marcha la grabadora, tomarle declaración de manera oficial. Se preguntó si el caso era tan sensacional como había afirmado Gloria. Pero aunque hubiese exagerado la fama que lo rodeó en su momento, era el tipo de historia que acabaría convirtiéndose en un jodido espectáculo mediático en cuanto corriera la voz. Habría que avanzar lentamente, manejarlo todo con delicadeza-. ¿Dónde ha estado usted durante todo este tiempo? ¿Por qué le ha costado tanto dar el paso adelante y empezar a contarlo?

Apoyándose en el brazo derecho, Heather se incorporó hasta sentarse de nuevo, y luego se secó los ojos y la nariz con el dorso de la mano, como una niña.