– Pero ¿digamos que estabas contenta, satisfecha? -Kay pensó en lo mucho que se compadecía a sí misma tras el divorcio, lo fácil que le resultaba andar soltando palabras como infelicidad, tristeza, depresión.
– Eso se aproxima más. Al menos lograba no sentirme infeliz. A eso aspiraba.
– Qué pena.
– Estoy viva. Mi pobre hermana no lo está.
– ¿Y tus padres? ¿Pensaste alguna vez en lo que podían estar pensando, sufriendo?
Heather se llevó dos dedos a los labios sellados. No era la primera vez que Kay se fijaba en ese ademán de la mujer. Era como si la respuesta estuviese ya dentro de su boca, a punto de saltar afuera, pero que prefiriese pensar en las consecuencias de decir lo que fuera antes de pronunciar palabra.
– ¿Podemos guardar secretos?
– ¿Legalmente? Yo no soy quién…
– No quiero decir legalmente. Ya sé que ante un tribunal pueden obligarte a decir cosas, pero confío en no tener que entrar en ninguno. Dice Gloria que ni siquiera hará falta que hable ante un gran jurado. Me refería a si crees que, como seres humanos, tenemos derecho a guardar secretos.
– ¿Me estás preguntando si puedes confiar en mí?
– No pretendía llegar tan lejos. -Heather notó enseguida que sus palabras podían resultar poco amables, dañinas-. No confío en nadie, Kay, ¿crees que puedo hacerlo? En todo caso, por jodida que sea mi vida, es todo un éxito. Lo es que pueda levantarme cada día, que respire y coma y vaya a trabajar y cumpla con mi cometido y vuelva a casa y me encierre a ver la tele, y que al día siguiente me levante y haga todo eso otra vez. Y que nunca le haya hecho daño a nadie… -Al decirlo, comenzó a temblarle el labio-… Nunca le he hecho daño a nadie a propósito.
– El chico del accidente se recuperará. No hay daños cerebrales ni en la espina dorsal…
– ¿No hay daños cerebrales…? ¿Sólo se ha roto una pierna? ¡Dios mío!
– Y el padre es tan culpable como tú, de hecho lo es más incluso. Habrá padecido lo suyo.
– La verdad, eso sí que me cuesta aceptarlo. El dolor de los demás. Cuando estoy en la oficina y oigo a mis compañeros decir que tal o cual cosa que piensan les resulta dolorosa, difícil de aceptar, me parece que tengo ganas de reventar, como si quisiera que me saliera de las tripas una sustancia viscosa y horrible, igual que en una película de ciencia ficción. A la gente le parecen dolorosas cosas de muy poca monta. En cuanto al padre de ese niño, que se fustigue cuanto quiera por lo del accidente. Lo que hizo no fue más que reaccionar una vez que yo cometí el error…
– Un error provocado por las condiciones en que se encontraba el asfalto, y que no habías causado tú -le recordó Kay.
– Sí, claro… ¿Crees que la persona del accidente anterior, o el empleado municipal que no limpió del todo la carretera, crees que a ellos se les habrá ocurrido relacionar sus propios errores con el accidente ocurrido después en ese mismo sitio? No, jamás en la vida. La culpa recae en quien recae, tanto si es justo como si no lo es.
Heather había estado a punto de soltar una confidencia, pero la conversación las había llevado lejos de allí. Kay dudó si tratar de llevarla de regreso a ese punto. No era por fisgar, de eso estaba segura en esta ocasión. Sólo que pensaba que, si Heather tenía un aliado al que no guiara ninguna clase de interés, ése era ella. Porque para la policía, o Gloria incluso… esa mujer sólo era para ellos un asunto más, un caso entre otros muchos casos. A Kay, en cambio, no le importaba en lo más mínimo saber cuál era su identidad actual, ni pretendía resolver el misterio de su desaparición.
– Sí podemos. Las personas podemos tener secretos -dijo, recordando la frase del comienzo-. Puedes contarme cosas, y no las repetiré ante nadie. No lo haré a no ser que callar suponga que te harías daño o que le haría daño a otra persona.
De nuevo, una media sonrisa.
– Todos buscamos escapatorias.
– Me refiero a principios éticos.
– Muy bien, mi secreto es éste: en cuanto volví a vivir por mi cuenta traté de encontrar a mis padres, y lo hice durante años. Fue fácil localizar a mi padre, aún estaba en nuestra vieja casa. Me dijeron que ya no vivía allí, pero no era cierto. En cambio, mi madre… no pude localizarla. Mejor dicho, encontré su pista pero la volví a perder, hace dieciséis años, más o menos. Y entonces supuse que había fallecido, aunque no llegué a investigar a fondo, no me esforcé hasta el límite, no hice todo lo que podía hacer. Pensar que había muerto me proporcionaba un tipo de alivio extrañísimo, y es que había acabado creyéndome lo que me decían, que a ella le daba igual, que no querría verme.
– ¿Cómo pudiste creer una cosa así?
Respondió encogiéndose de hombros de la misma manera que lo habría hecho una adolescente, como Grace, la hija de Kay.
– Y en lo que se refiere a mi padre… -dijo, sin tomarse la molestia de responder la pregunta de Kay-. Bueno. No quiero entrar en demasiados detalles. Un día supe que ya no estaba en la misma dirección de siempre, y me resultaba imposible imaginar que se había ido a vivir a otro lado. Fue allá por 1990, más o menos. A sus cincuenta y tantos años. Me revolvió las tripas, porque supe que tenía que haber muerto por culpa de un cáncer o algo del corazón. Por eso he vivido calculando que no cumpliré más allá de los cincuenta y tantos. Y ahora, al oír que mi madre está viva, me cuesta mucho creerlo. Hace tanto tiempo que para mí estaba muerta… Y aunque me gustaría mucho verla, también me da miedo. Porque no será la persona que he recordado durante todos estos años, ni yo seré la persona que ella recuerda.
– ¿Has mirado alguna vez…? Ay, perdona, no debería preguntarte eso…
– Pregunta lo que sea.
– ¿Has mirado alguna vez esos dibujos que se encuentran por Internet? ¿Esos en los que tratan de mostrar el aspecto que tendría cada persona al ir envejeciendo?
Esta vez la sonrisa de Heather no era irónica, sino auténtica.
– Da mucha cosa, ¿verdad? Da repelús que acierten tanto, a veces. Aunque en muchos casos sería distinto. Hay gente que engorda… ¡Ay, disculpa!
De no haber sido por las excusas, Kay no habría pensado que la frase podía tener que ver con ella. Era una de las diversas ocasiones en las que había notado esa falta infantil de tacto por parte de Heather.
– Oye -dijo Heather, que ya había olvidado su metedura de pata-, me imagino que no ganas mucho dinero, pero ¿no podrías alojarme en un motel, alguno de esos de cadenas baratas? El Quality Inn de la Ruta 40 puede que haya desaparecido, pero seguro que habrá algo así. Dales tu tarjeta de crédito, y confiemos en que todo este asunto se resuelva pronto. Te devolveré tu dinero. A lo mejor, mi madre te lo podría devolver enseguida.
La sola idea le parecía divertida a Heather.
– Lo siento mucho -dijo Kay-, pero mis hijos y yo apenas si llegamos a fin de mes. Y no sería correcto. No soy más que una asistente social. Hay fronteras que no debo cruzar.
– Bueno, de hecho no eres mi asistente social. Lo único que hiciste fue ayudarme a encontrar a Gloria. Ya veremos cómo evolucionan las cosas en ese sentido.
– ¿Qué ocurre, no te gusta Gloria?
– No es que me guste o me deje de gustar, sólo que no estoy segura de que su interés personal y el mío coincidan plenamente. Y puestos a elegir entre el suyo y el mío, ¿cuál crees tú que ella elegiría?
– El interés de su cliente. Gloria es bastante peculiar, lo admito, y le encanta todo lo que redunde en publicidad a su favor. Pero estará de tu lado. Al menos si no le mientes.
De nuevo el golpecito de los dos dedos contra los labios sellados. Kay recordó una cosa que hacían los niños cuando jugaban a indios hacía muchos años, bailando y dándose golpecitos como aquel de Heather encima de los labios para marcar el ritmo. Kay se preguntó si los niños jugaban aún de aquella manera, o si la especial sensibilidad por las minorías les había hecho abandonar últimamente esa clase de juegos. Con los años, había iconos culturales que acababan desapareciendo. Ya no jugaba nadie a cavernícolas, ni los chicos andaban arrastrando a sus mujeres por la cabellera. Y nadie sentía nostalgia de aquellos tiempos. ¿Todavía mantenían inacabables discusiones Andy Capp y su esposa Fio en las tiras de dibujos? Llevaba años sin echar ni siquiera una ojeada a las páginas de dibujos en los diarios.