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– Ya, pero un día más o menos no va a cambiar las cosas, y si nosotros solos somos capaces de desacreditarla…

Miriam comprendió que el policía no quería que viajase. Por la razón que fuera, no quería que se presentase allí enseguida, lo cual no hizo sino reforzar los deseos de Miriam de plantarse en Baltimore lo antes posible. Dave había muerto, toda la responsabilidad era ahora de ella. Haría lo mismo que habría hecho él de haber estado vivo. Se lo debía.

Veinticuatro horas más tarde, empujando un carrito con su equipaje por el pasillo rodeado de aquellas espantosas tiendas de aeropuerto, a Miriam le entraron las dudas. ¿Y si no era finalmente capaz de saber? ¿Y si su deseo de reencontrarse con su hija afectaba a su instinto maternal? ¿Y si su instinto maternal era una gilipollez? Siempre había tropezado con gente que se empeñaba en negar la solidez de su maternidad, los que de manera inconsciente y carente de sensibilidad no le daban esa categoría por la sencilla razón de que no había vínculos biológicos con las niñas a las que crió. ¿Y si esa gente tenía razón y a Miriam le faltaba ese sexto sentido? ¿No eran los intensos vínculos que había acabado teniendo con sus hijas adoptivas la prueba concluyente de que era una persona fácil de sugestionar? Se acordó de un gato que tuvieron en casa. Un magnífico ejemplar de gata doméstica tricolor. La hicieron esterilizar, y jamás tuvo crías. Pero un día la gata descubrió la foca de Heather, un muñeco de peluche francamente repulsivo, con un pelaje hecho de auténtica piel de foca. Fue un regalo de aquella extraña mujer que era la madre de Dave. El peluche era tan horrible que, de no haber sido un regalo de su madre, Dave no habría permitido que su hija lo tuviera en casa. Había llegado al extremo de prohibirle a su propia esposa que guardara un recuerdo de su vida en Canadá, un abrigo de castor que había sido de su abuela y luego de su madre, una cosa mucho más fácil de defender. Pero en esa familia a Florence Bethany se le permitían cosas que estaban prohibidas para todos los demás. La gata, se llamaba Eleanor, descubrió la foca y la adoptó, y la arrastraba sujetándola del cuello entre los dientes, como habría hecho con sus propias crías. La lavaba a lengüetazos horas y horas, y bufaba amenazadora a quien tratara de quitársela. Al final terminó dejándola hecha una basura. Tantos lametazos húmedos la pelaron del todo y convirtieron la foca en un espantoso pedazo de lona con forma de feto.

¿Y si el instinto maternal de Miriam era tan fiable como el de la gata Eleanor? Tras haber aprendido a amar a las hijas de otra mujer como si hubieran sido sus propias hijas, ¿cabía la posibilidad de que viendo a alguien afirmara sin dudarlo que era su hija, sencillamente porque se moría de ganas de que lo fuera?

¿Iba a agarrar un peluche de foca por el cuello y hacer como si eso fuera su hija?

Durante el año anterior a su desaparición, Sunny hacía cada vez más y más preguntas sobre su madre «de verdad». Se fue convirtiendo en una adolescente típica, con un temperamento difícil y constantes cambios de humor, y más que al «sol» que aludía su nombre hacía pensar siempre en un tiempo «tormentoso», y había adoptado la costumbre de aproximarse de puntillas a la historia de su adopción, para batirse en retirada enseguida. Quería saber cosas. No quería saber nada, todavía. «¿Fue un choque o había un solo coche en el accidente?», preguntaba. «¿Cuál fue la causa? ¿Quién conducía?» Las historias pulcras y amables que les habían contado durante la infancia estaban a un paso de convertirse en simples mentiras, y ni Miriam ni Dave sabían cómo actuar en las nuevas circunstancias. A los ojos de una adolescente como Sunny, no había peor pecado que la mentira, y bastaba con esa excusa para rechazar las normas y exigencias de los padres. De haber cedido y puesto en manos de Sunny todos sus engaños y toda su hipocresía, habrían perdido por completo su autoridad ante ella. Pero, tarde o temprano, tendrían que contarle la verdad, aunque sólo fuera para ayudarla a aprender la lección que no supo captar su madre biológica, para que supiera hasta qué punto puede ser fatal la desconfianza hacia los padres, o no apearse del orgullo tras haber cometido una equivocación. Si Sally Turner hubiese podido volver junto a sus padres cuando comenzó a necesitarlos, Sunny y Heather no habría llegado nunca a convertirse en las niñas Bethany. Y, por mucho que Miriam detestara la sola idea, esa circunstancia habría cambiado sus vidas para mejor. Y no debido a factores biológicos, sino porque si la madre de las niñas hubiese vivido también lo habrían hecho sus hijas.

La policía investigó muy a fondo a la familia del padre, pero al parecer ninguno de los escasos parientes vivos quisieron saber nada ni preocuparse por la descendencia de aquel joven tan violento. Era huérfano, y la tía que lo crió sentía mucha antipatía por Sally, de la misma manera que Herb y Estelle no habían apreciado en lo más mínimo al joven. Leo, o Leonard, algo así se llamaba. Tras la desaparición de las niñas no cabía la posibilidad de lamentar nada de lo que se hiciera por encontrarlas, pero a Miriam le disgustó profundamente que la policía anduviera rebuscando en el pasado del padre, mucho más que sus preguntas acerca de su propio comportamiento licencioso. Incluso Dave, partidario de que se avanzara en la investigación de las cosas más absurdas, rechazó hasta enloquecer que la policía anduviera fisgando por ese lado.

– Son hijas nuestras -le dijo más de una vez a Chet-. Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver ni con los Turner ni con ese imbécil que nunca cuidó de las niñas. Estáis perdiendo el tiempo.

Cuando salía el tema, Dave se ponía medio histérico.

En cierta ocasión, años atrás, alguien -una persona que consideraban una amiga hasta que se produjo este incidente, el cual reveló que ni entonces ni antes había sido realmente una amiga de verdad- preguntó a Miriam si los hijos podían ser, biológicamente hablando, de Dave, si no cabía la posibilidad de que hubiese dejado embarazada a la hija de los Turner durante una relación erótica clandestina, y que luego hubiesen decidido todos ellos inventar aquella historia cuando Sally murió. Miriam se acostumbró finalmente al hecho de que nadie encontrara nunca el menor parecido entre ella y sus hijas, pero le resultó de lo más extraño que esa mujer encontrara alguna similitud entre las niñas y Dave. El tenía también el cabello claro, pero no lacio, sino muy rizado. Y la piel de Dave también era clara, pero sus ojos eran marrones, y sus huesos, muy distintos. Pero en repetidas ocasiones había gente que comentaba que las niñas «salían a su papá», y en tales ocasiones se producía en Miriam un momento de tensión, pues no quería negar esa posibilidad delante de sus hijas, pero no soportaba que ese dato quedara confirmado por su silencio. «Se parecen a mí -tenía ganas de decir-. Se me parecen mucho. Son hijas mías, yo las he educado. Serán como yo, pero mejores, más fuertes y más seguras de sí mismas, y podrán conseguir lo que quieran sin temor a parecer egoístas o codiciosas, que es lo que nos ha ocurrido a las mujeres de mi generación.»

Le quedaban cuatro horas, tenía que matar cuatro horas en un aeropuerto y luego otras tres horas de vuelo, y llevaba casi ocho horas desde que había salido de su casa: se había levantado a las 6 de la mañana para coger el coche que Joe le había conseguido, fue al aeropuerto más próximo, y luego hubo un retraso muy prolongado en el de Ciudad de México. En la librería del aeropuerto vio buenos libros, pero no se sentía capaz de centrar la atención en ninguno, mientras que las revistas le parecieron excesivamente triviales, demasiado alejadas de su vida. Ni siquiera conocía muy bien a ninguna de las actrices de cuyas vidas hablaban, porque había aprendido a vivir sin televisión por satélite. Todos los rostros y los tipos le parecieron escandalosamente parecidos, tan indistinguibles como muñecas de una misma colección. Los titulares se centraban en asuntos personales: noviazgos, divorcios, nacimientos. «¡Qué mérito tuvo lo que consiguió Chet!», pensó. Fue gracias a él que se mantuvieron alejados los periódicos. Y que los periodistas que les vieron se mostraron tan circunspectos, tan dóciles. Pero ahora sería inevitable que toda la historia saliera a la luz, que se hablara de la adopción, de su lío con Jeff, del dinero, de todo.