Aún interesaría, comprendió Miriam. «Aún interesaría nuestra historia.» Tal como era el mundo ahora, sería imposible que esa reunión, si finalmente se demostraba que era una reunión, permaneciera oculta en la intimidad. De sólo pensarlo casi le entraban ganas de desear que la mujer de Baltimore fuese al final una impostora. Pero el deseo no se sostenía mucho tiempo. Miriam lo habría dado todo -la verdad acerca de sí misma, por fea y desagradable que resultara, la verdad acerca de Dave y de cómo le había tratado ella-, habría regalado a quien fuera todo eso, y sin pensárselo dos veces, a cambio de poder ver de nuevo a una de sus hijas.
Cogió un montón de diarios populares, se los puso bajo el brazo y decidió que se los tomaría como si fuesen deberes, el texto futuro de su vida.
Capítulo 30
– ¿Crees que con esto se acabará? -preguntó Heather mirando por la ventanilla del coche.
Desde que subió, había estado tarareando bajito, aunque elevó el volumen de su voz cuando Kay enfiló la entrada de la carretera de circunvalación. Kay no estaba segura de que su acompañante tuviera conciencia de lo que hacía.
– ¿El qué?
– Que si en cuanto se lo haya contado se acabará todo esto.
Kay no era partidaria de las simplificaciones, ni siquiera tratándose de asuntos sin importancia, y además esa pregunta le pareció muy seria. «¿Se acabará todo esto?» Gloria no le proporcionó apenas información cuando la llamó y le pidió -en realidad le ordenó, porque hablaba como si Kay trabajara a sus órdenes, como si Gloria le hubiese estado haciendo favores, y ella, Kay, fuese la que estaba en deuda- que llevara a Heather al edificio de la Seguridad Pública a las cuatro en punto de la tarde. E iban a llegar con retraso porque Heather había estado dándole vueltas a la elección de la ropa que debía vestir para la ocasión. Se había mostrado tan caprichosa como su hija Grace a la hora de ir a la escuela, y casi tan imposible de satisfacer como la niña. Al final se conformó con una blusa abotonada de color azul pálido, y una falda de lanilla un poco ajustada y que, extrañamente, iba bastante bien con sus zapatones negros, y ésas fueron las únicas prendas de su limitado guardarropa que se mostró dispuesta a ponerse. Todo lo cual hizo reír interiormente a Kay, puesto que Heather daba la sensación de ser una de esas personas a las que no les importa su apariencia en lo más mínimo. Una pena, por cierto, porque era una mujer guapa a la que la naturaleza había tratado muy bien: pómulos marcados, una figura delgada de las que ni siquiera los años afeaban, buena piel.
– En cuanto al chico, si me preguntas por eso, todo sigue igual. Va mejorando despacio. Me parece que Gloria está muy segura de que, en relación con el choque, no habrá ninguna acusación grave.
– De hecho no pensaba en él.
– Oh.
A Kay le llamaba la atención que Heather pensara casi siempre en sí misma y en nadie más. Aunque seguramente eso fuera una consecuencia lógica de todo lo que le había ocurrido, suponiendo que Kay acertara en sus teorías. A partir de los escasísimos detalles que le había contado Heather hasta ese momento, Kay había llegado a la conclusión de que Stan Dunham había secuestrado a las dos niñas, pero que había decidido matar sólo a Sunny porque ya tenía quince años, y a esa edad ya no le interesaba. Y se había quedado con Heather sólo el tiempo suficiente para que, siendo como era un pedófilo, le siguiera resultando atractiva, aunque luego la retuvo unos años más hasta que Heather tuvo una edad en la que la experiencia era ya tan traumática que jamás iba a ser capaz de revelarla. ¿Por qué? Kay prefería no pensar en eso. De algún modo, aquel hombre supo convertir a Heather en su cómplice, logró que ella pensara que también era culpable de un delito. O quizás había logrado atemorizarla de tal modo que la niña jamás pensaría en la idea de contarle nada a nadie. A Kay no la turbaba algo que a los policías parecía preocuparles bastante, el hecho de que durante seis años más o menos Heather no hubiese tratado de huir ni de contarle a nadie lo que le estaban haciendo. Tal vez ese hombre le había dicho que sus padres habían fallecido, o incluso que se habían puesto de acuerdo con él para que se llevara a las dos niñas. Los niños eran seres maleables, sugestionables. A Kay le parecía lógico incluso que ahora Heather se resistiera a contar la historia con todos sus detalles. Porque la nueva identidad que se había forjado se había convertido en el elemento crucial de su supervivencia. No le parecía extraño que no hubiese querido confiar sus secretos a nadie, y mucho menos a gente que había trabajado en el mismo Departamento de Policía que su secuestrador.
– ¿Crees que habrán averiguado alguna cosa nueva? -preguntó.
– ¿Nueva?
– Quizás hayan localizado el cadáver de mi hermana. Les dije dónde estaba.
– Aunque lo hubiesen encontrado, tardarían semanas en hacer la identificación, y el día en que eso ocurra puedes estar segura de que saldrá en las noticias. Es prácticamente imposible abrir una tumba antigua sin que se entere la prensa.
– ¿Tanto tardarían? ¿No sería un caso de la máxima prioridad y lo harían más rápidamente, eso de identificarlo?
Era como si se sintiese insultada por no haber recibido el tipo de tratamiento del que se sentía acreedora.
– Sólo en las series lo hacen tan deprisa. -Gracias al trabajo que realizaba en la casa de acogida, la Casa de Ruth, Kay había conocido a una forense de College Park, y ella le había explicado por qué motivos, entre otros el escaso presupuesto con que su departamento estaba dotado, los forenses estaban muy lejos de realizar los milagros que la gente corriente esperaba de ellos-. Aunque hay algunas cosas que pueden decir desde el primer momento.
– ¿Cuáles?
Kay comprendió que la información que poseía no era tan detallada.
– Pues ciertos… por ejemplo, el tipo de daños que sufrió la víctima. Si se trata de una muerte a causa de contusiones o arma de fuego. Y también te dicen el sexo y la edad aproximada.
– ¿Y cómo lo saben?
– No lo sé con exactitud. Aunque ya se sabe que en la pubertad el esqueleto de las personas experimenta algunas transformaciones. Pero si vuestro dentista familiar aún vive, él podrá identificar enseguida a tu hermana. Tengo entendido que los dentistas son capaces de identificar su manera personal de trabajar de forma bastante sencilla.
– John Martielli -dijo Heather, y su voz sonó casi como si estuviera soñando-. Tenía la consulta en el primer piso, encima de la droguería. Y en la sala de espera había ejemplares de la revista Highlights, claro. Con la tira cómica de Goofus y Gallant. Si no teníamos caries, y nunca teníamos, nos dejaban ir a la vuelta de la esquina a comprar en la pastelería lo que quisiéramos, aunque tuviera montones de azúcar espolvoreado…
– ¿No tuviste nunca ninguna caries? -Kay pensó en su pobre boca torturada. Ese mismo año había tenido que soportar la tortura de que le reemplazaran todos los empastes, e incluso las coronas dentales comenzaban a presentar problemas, y Kay pensaba que todo se debía a las dificultades que habían empezado con su divorcio. Se había machacado las muelas hasta que al final hubo dos que se le partieron, y los pedacitos se mezclaron con trozos de la chocolatina que estaba comiendo en aquel momento. Saltaron las coronas, se produjo una infección que penetró hasta las raíces, y el dentista le dijo que seguramente no habría más solución que intervenir quirúrgicamente otra vez. Aunque no fuera culpa suya, Kay tenía la sensación de que sus problemas bucales la convertían, de una manera indefinida, en una persona no limpia, antihigiénica.