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– No, yo no fui al dentista durante años y sin embargo tenía una dentadura perfecta. Ni siquiera me hice ningún seguro dental antes de cumplir los treinta. Ahora voy cada seis meses.

Abrió la boca mostrando los dientes: unas magníficas piezas dentales, unos huesos finos, una tendencia natural a no engordar, una piel magnífica… De no ser porque conocía la historia de Heather, Kay la habría odiado bastante.

– ¿Podrías parar el coche? -preguntó Heather llevándose la mano al estómago, como si le doliese.

– Llegamos tarde, pero si te has mareado o necesitas comer…

– Pensaba que podríamos pasar por el centro comercial.

– ¿El centro comercial?

– Sí, el de Security Square.

Kay se volvió para mirar a Heather. No es sencillo mirar a los ojos de la persona que ocupa el asiento al lado del conductor, sobre todo cuando el coche que conduces está entrando en el tránsito compacto de la carretera de circunvalación, pero tratando con su hija Grace había llegado a comprobar que el contacto visual estaba sobrevalorado. Por lo general, averiguaba más cosas sobre su hija cuando ambas miraban al frente a través del parabrisas. El centro comercial se encontraba más adelante, una salida después de la que estaba utilizando Heather el martes de esa misma semana cuando el agente de tráfico se detuvo a su lado.

– Querías ir allí, desde un primer momento, ¿es así?

– No es que lo quisiera conscientemente. Pero tal vez sí. En cualquier caso, quiero ir ahora, necesito ir, antes de hablar. Por favor, Kay, paremos allí. Al fin y al cabo, llegar tarde no es lo peor del mundo.

– Me preocupa más Gloria que lo que puedan pensar los inspectores. No valora el tiempo de los demás, sólo el suyo propio.

– La llamaré con tu móvil, le diré que llevamos algún retraso.

Sin esperar a que Kay aprobara su decisión, Heather cogió el móvil de la bandeja donde lo había dejado Kay al ponerse al volante, buscó en la lista de llamadas recibidas el número de Gloria y devolvió esa llamada. Manejó el móvil con agilidad, tan cómoda con la tecnología moderna como cualquiera de los hijos de Kay.

– Hola, Gloria, soy Heather. Ahora nos ponemos en marcha. El ex marido de Kay ha llegado tarde a por los niños, y, claro, no podíamos dejarlos solos. -Y, sin dar tiempo a contestar a Gloria, añadió-: Estaremos ahí en unos minutos.

«Una excusa brillante -pensó Kay-. Le ha echado la culpa a alguien desconocido por todos, a nadie se le ocurriría discutirlo.»

Necesitó apenas un segundo para pensarlo, pero esta idea y las consecuencias que de ella se derivaban pareció vibrar bajo sus neumáticos cuando torcía a la derecha para salir de la carretera de circunvalación y encaminarse a Security Boulevard.

– Estaba convencida de que las cosas empequeñecen cuando te haces mayor -dijo Heather-, pero es más grande de lo que yo recordaba. ¿Lo han ampliado?

Se encontraban en un amplio pasillo que, según Heather, era el sitio donde antiguamente se encontraba el cine, con sus dos salas. Siendo sábado, daba la sensación de que el centro comercial estaba semivacío, como semi- abandonado, pensó Kay, pese a que seguían estando allí las tiendas de siempre: Old Navy, una tienda de una cadena de discos, Sears, Hetch's, y otras que a ella no le sonaban de nada. En una esquina había desaparecido la tienda de unos grandes almacenes, Hoschild's, según decía Heather, y de las paredes no quedaba ni rastro, sólo quedaban las escaleras mecánicas. Que ahora servían para llevar a los compradores a los restaurantes asiáticos del piso superior. Le habían puesto el nombre de Plaza Seúl a la zona sur del centro comercial, según rezaba un cartel en una de sus fachadas, seguramente debido al gran crecimiento del número de inmigrantes asiáticos en la ciudad.

A Kay le dio la impresión de que la existencia de ese nombre en la placa era una muestra esperanzadora de que las cosas cambiaban y la sociedad se iba adaptando a los cambios. Era estimulante, en cierto sentido, que el condado de Baltimore necesitara tiendas especializadas como ésas. Pero a Kay no le entusiasmaban los centros comerciales en general, y menos aquél, tan dejado, deteriorado, olvidado.

Se preguntó qué pensaba Heather de lo que estaba viendo.

– Desde aquí se notaba el olor a palomitas de maíz -oyó decir a Heather-. Se notaba en toda esta zona. Es aquí donde debíamos esperar a papá.

Heather se puso a caminar con la vista baja, como si estuviera siguiendo una pista. Llegó a la principal explanada y torció a la derecha.

– Ahí estaba la tienda de órganos, junto a la librería. Y hacia el otro lado se iba a la tienda de máquinas de coser Singer, y por ese lado estaba también el Harmony Hut. Papá nos dijo que le esperásemos delante de la tienda de productos de régimen, la GNC, a las cinco y media. Él solía comprar allí levadura y caramelos de sésamo. En aquel entonces éste era un lugar muy bonito. Estaba lleno de gente, el ambiente era de fiesta.

Parecía como si Heather estuviera repasando los apuntes con vistas a un examen. Pero, si era en efecto Heather Bethany, ¿por qué iba a preocuparse por la exactitud de sus afirmaciones? Y si no lo era, la sola visión de los muchos cambios experimentados por el centro comercial ¿no era suficiente como para pensar que daba igual, que nadie iba a poder comprobar lo que ella recordara?

– Mira, los guardias de seguridad del centro comercial -dijo Heather deteniéndose para inspeccionar una cabina con paredes de cristal tras las cuales se veía a unos hombres de uniforme mirando diversas pantallas.

Kay pensó que tal vez Heather estuviera considerando que, de haber habido esa clase de agentes en aquella época remota, ellos las habrían salvado.

Y luego Heather prosiguió:

– Aquí vendían las palomitas… No, no, no… Es al revés. El ala nueva, esa donde han puesto Hetch's, me ha confundido. Claro, no es que el centro sea mayor que entonces, es que me he hecho un lío y creía que esta avenida era la otra.

Salió caminando tan deprisa que Kay casi tuvo que ponerse a trotar tras ella.

– Los cines estaban aquí -dijo, frenando en seco, dando media vuelta y reanudando su paso rápido enseguida-. Y si vamos por este lado… Eso es, ahora lo entiendo todo. Mira, ¿ves ahí, donde están las escaleras mecánicas? No es donde estaba Hoschild's, sino donde ese fin de semana estaban todavía construyendo J. C. Penney. Y aquí estaba la tienda de órganos, aquí trabajaba los fines de semana el señor Pincharelli.

Sólo que en ese local había ahora una tienda de ropa infantil especializada en prendas para bodas y fiestas, y que se llamaba Kid Go Round. La tienda siguiente era Touch of the Past, «Tope del Pasado», un nombre incomprensible para Kay hasta que comprendió que se dedicaba a la venta de recuerdos de equipos de baloncesto de las ligas sólo para negros, como los Homestead Grays y los Atlanta Black Crackers.

– ¿Pincharelli? -preguntó Kay.

– Sí, el profesor que daba clases de música en el instituto Rock Glen. Durante un tiempo, Sunny estuvo loquísima por él.

Heather se quedó por un momento ensimismada, balanceándose rítmicamente, tarareando bajito para sí, como antes en el coche, abrazándose, como si tuviera frío.

– Mira esos vestidos -dijo-. Son para la niña que le lleva el ramo a la novia, para el cortejo. ¿Tuviste una boda con todo eso?

– No exactamente -dijo Kay, sonriendo al recordar-. Nos casamos al aire libre, en el jardín de la casa de un amigo, en Severn River, y yo llevaba en la cabeza una corona de flores. Eran los años ochenta -dijo, como disculpándose-. Y yo tenía apenas veintitrés años.

– Yo no me casaré nunca, no quiero -dijo Heather utilizando un tono en el que no había ni rastro de queja ni de autocompasión, una simple constatación de hecho.