Una cosa curiosa de Evelyn era que no le gustaba oírle hablar de las niñas Bethany. Otros casos, incluso algunos con detalles más morbosos, no la molestaban tanto. En realidad, a Evelyn le gustaba que su marido se hubiera dedicado a aquel oficio. En los círculos sociales de la gente de su clase, ser policía le daba mucho tono, lo convertía en un hombre más sexy incluso, y a ella le encantaba ver cómo todas sus amigas pululaban a su alrededor, trataban de conquistar su atención, le asaeteaban a preguntas sobre su trabajo. Pero no soportaba el caso Bethany, la historia de las niñas Bethany. Willoughby llegó a la conclusión de que le rompía el corazón. No habiendo podido tener hijos, no soportaba la idea de oír hablar de otra pareja infértil que, tras haber conseguido unas hijas de manera casi mágica, se había quedado luego sin ellas. Pero esa tarde Willoughby se preguntó, y fue la primera vez que lo hizo, si lo que en realidad molestaba a Evelyn era el hecho de que su marido no hubiera sido capaz de resolver el caso. ¿La había decepcionado?
– Llegas tarde -le dijo Gloria a Kay en tono muy seco, y llevándose a Heather del codo.
– ¿Te ha contado Heather lo que ha pasado? -dijo Kay, diciéndose a sí misma que no estaba mintiendo, que simplemente se negaba a contradecir a Heather, para no delatar su mentira, una vez más, ¿cuántas veces más iba a tener que hacerlo? Trató de entrar con ellas dos en el ascensor, pero Gloria se lo impidió.
– No puedes subir, Kay. Podrías, es cierto, pero te meterían en cualquier oficina vacía.
– Ya lo sé… -dijo Kay, y volvía a mentir en apenas un minuto por segunda vez, aunque en esta ocasión sólo para que no se le notase su fastidio.
– Durará bastante rato, Kay. Serán horas. He pensado llevar a Heather en mi coche cuando terminemos.
– Eso sería dar un rodeo grandísimo para ti. Vives aquí mismo, y mi casa está en el extremo sur.
– Kay…
Se dijo que lo mejor sería volver a casa en ese mismo momento. Empezaba a identificarse demasiado con Heather, estaba saltándose demasiadas reglas. El hecho mismo de que Heather estuviese alojada en su casa -técnicamente no era su casa, pero sí en la misma finca-, podía acabar siendo motivo de reprimendas por parte de sus superiores, que la amenazasen con quitarle su carnet de asistente social. Estaba perdiendo el norte. Sin embargo, habiendo llegado tan lejos, no pensaba renunciar.
– Me he traído un libro. Jane Eyre. Estaré la mar de bien.
– ¿Jane Eyre? Ah… no he leído nada de ella.
Kay comprendió que Gloria había confundido el nombre del personaje con la otra famosa Jane del siglo XIX, la novelista Jane Austen. Probablemente, en el cerebro de Gloria no había sitio más que para su trabajo, sus clientes. Kay dudó si debía llevársela a un lado para decirle que habían ido al centro comercial. Dudó que Heather estuviera dispuesta a contárselo. Al final se quedó sola, sus ojos recorrieron a ciegas las páginas, sin ser capaz de meterse de verdad en Jane Eyre y su huida de Thornfield, la fría proposición matrimonial de St. John, las adorables hermanas que la tratan tan bien y resulta que son primas suyas.
No le gustó ver que en la sala había una mujer policía, pero trató de ocultar su irritación, su sorpresa.
– ¿Va a venir Kevin? -preguntó.
– ¿Kevin? -repuso la policía, una mujer rolliza, como si fuese un eco-. Ah, el inspector Infante. -Como si Heather no tuviera el derecho a tomarse esa clase de confianzas. «A esta mujer no le gusto. Le fastidia que yo sea delgada, y eso que es mucho más joven que yo. Quiere a Kevin para ella sólita»-. El inspector Infante ha tenido que salir de la ciudad. Ha ido a Georgia.
– ¿Y eso ha de tener algún significado específico para mí?
Gloria le lanzó una mirada furiosa, pero a ella no le importaba demasiado lo que Gloria pudiese pensar. Sabía lo que se hacía y lo que pensaba hacer.
– Ni idea. ¿Lo tiene, tiene algún significado para usted?
– No he vivido nunca allí, si eso es lo que insinúa.
– ¿Dónde ha vivido en los últimos treinta años?
– Apelará a la Quinta Enmienda si le haces esa pregunta -dijo Gloria sin perder un segundo.
– No estoy segura de que se pueda aplicar la Quinta En mienda en este caso, y te hemos dicho varias veces que podríamos llevar a tu cliente a declarar ante un gran jurado, concediéndole inmunidad en relación con el presunto robo, y… Da igual. -Nancy fingió no darle importancia.
«Te conozco, inspectora. Eres una chica buena, una de esas que acaba siendo la subdelegada del curso, o la delegada. La que siempre consigue un novio genial y juguetea con el collar durante las comidas, con apenas dieciséis años pero con el estilo de toda un ama de casa. Te conozco. Pero yo sí sé lo que es ser una novia adolescente, y sé que a ti no te hubiese gustado serlo. No te hubiese gustado en lo más mínimo.»
– No se trata sólo del aspecto legal de las cosas, lo hemos dicho hasta la saciedad -dijo Gloria-. Hablamos del fisgoneo, de meter las narices en todas partes. Si Heather diera detalles de su identidad actual, ¿verdad que al instante saldría la policía a preguntar cosas a sus compañeros de trabajo y a sus vecinos?
– Es posible. Seguro que analizaríamos todas las bases de datos a nuestro alcance.
«¿Y a quién coño le importa?»
Pero Gloria dijo otra cosa:
– ¿Crees que es una delincuente?
– No, no, qué va. Sólo que nos cuesta muchísimo comprender por qué razón no se presentó voluntariamente a contarlo todo hasta el día en que se vio metida en un accidente y supo que estaba expuesta a ser acusada de haber abandonado el lugar del suceso eludiendo su deber de auxiliar a los accidentados.
En ese momento ella decidió enfrentarse a la policía:
– No le gusto a usted.
– No la conozco siquiera, acabo de saludarla por vez primera -dijo Nancy.
– ¿Cuándo regresará Kevin? ¿No tendría que ser él quien me interrogara? Si él no está, tendremos que volver a hablar de muchísimas cosas que ya le he contado.
– Es usted la que ha querido hablar hoy. Pues bien, aquí estamos. Adelante.
– Ésas fueron las últimas palabras que pronunció Gary Gilmore antes de su ejecución. Era en 1977. Seguro que usted ni siquiera había nacido.
– Nací precisamente ese año -dijo Nancy Porter-. Y usted, ¿qué edad tenía? ¿Dónde estaba y cómo fue que la muerte de Gary Gilmore le produjo tanto impacto?
– La pobre Heather tenía entonces trece años. De cara al exterior, se suponía que tenía más.
– «La pobre Heather.» ¿Llevaba una vida de perro?
– Créame, inspectora, mi vida era tan horrible que soñaba en vivir al menos una vida de perro.
Capítulo 33
5.45 de la tarde
– Sunny me dijo que podía ir con ella al centro comercial, pero que no me permitiría que anduviera detrás de ella toda la tarde. Pero al final, y quizá por llevarle la contraria, no me aparté de ella. La seguí, y me metí en el cine donde daban Huida a la montaña embrujada. Cuando comenzaron a poner los tráiler ella se levantó y salió. Pensé que había ido al baño, pero como empezaron a echar la película y aún no había regresado, salí a la entrada del cine, la busqué.
– ¿Estaba preocupada por ella? ¿Temía que le hubiera pasado alguna cosa?
La mujer -Willoughby no quería llamarla Heather todavía, aunque sólo fuera por un sentimiento de autoprotección, porque no quería depositar demasiadas esperanzas en esa mujer, en esa solución del caso-, la mujer reflexionó detenidamente antes de responder la pregunta. El policía retirado supo que estaba acostumbrada a pensárselo todo dos veces antes de dar una respuesta. Tal vez porque era una persona cautelosa, pero sospechó que a esa mujer le gustaba el dramatismo producido por sus pausas y sus dudas. Sabía que su interpretación tenía un público que no se limitaba a Nancy y a Gloria.