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Robert Silverberg

Lo que oculta el dragón

Aquella mañana llegué al teatro a las nueve, media hora antes de la cita, ya que demasiado bien sabía lo inclemente que podía ser César Demetrio con la impuntualidad. Pero, por lo visto, César había llegado incluso antes que yo. Me encontré a Labieno, su guardia personal y compañero preferido de copas, holgazaneando por la entrada del teatro. Al aproximarme, me sonrió y dijo:

—¿Cómo es que has tardado tanto? César está esperándote.

—Llego con media hora de adelanto —le contesté agriamente. No había por qué mostrar tacto con gente como Labieno… o Polícrates, como debería llamarle ahora que el cesar nos ha dado a todos nombres griegos.

Labieno señaló más allá de la puerta, y luego apuntó hacia los cielos con el dedo corazón estirado, subiéndolo y bajándolo tres veces. Pasé cojeando a su lado sin hacerle ningún comentario y me dirigí hacia el interior.

Para mi consternación, vi a Demetrio César justo arriba de todo del teatro, en la fila más alta. Su delgada silueta se recortaba nítidamente contra el brillante azul del cielo matinal. Hacía menos de seis semanas que me había roto el tobillo cazando jabalíes con él en el interior de la isla. Todavía iba con muletas, y andar representaba un desafío para mí, conque para qué hablar de subir escaleras. Pero allí estaba él, en lo más alto.

—¡Así que por fin has aparecido, Pisandro! —exclamó—.Ya iba siendo hora. ¡Date prisa en subir! Tengo algo muy interesante que enseñarte.

Pisandro. Durante el último verano, de repente nos había puesto nombres griegos a todos. Julio, Lucio y Marco perdieron sus genuinos y bonitos nombres romanos y se convirtieron en Euristeo, Idomeneo y Diomedes.Yo, que fui Tiberio Ulpio Draco, era ahora Pisandro. Estos nombres griegos eran la última moda en la corte que el cesar mantenía, por insistencia de su padre imperial, en Sicilia. Todos suponíamos que, después, seguirían las cremas pringosas en el pelo, ropas ligeras al estilo griego y, finalmente, la introducción de unas imperativas bases de sodomía griega práctica. Bueno, los cesares se divierten como les place, y no me habría importado si me hubiera puesto algún nombre heroico, como Agamenón u Odiseo, o algo parecido. Pero ¿Pisandro? Pisandro de Laranda era el autor de ese maravilloso poema épico sobre la historia del mundo, Matrimonios heroicos de los dioses, y habría sido bastante razonable que César me llamara así en su honor, ya que yo también soy historiador. También hay un Pisandro anterior, Pisandro de Camiro, que escribió la epopeya más antigua conocida sobre las hazañas de Heracles. Pero aún hubo otro Pisandro, un gordo y corrupto político ateniense, que aparece como objeto de inmisericorde sátira en el Hyperbolos, de Aristófanes. Y da la casualidad de que yo sé que esa obra es una de las favoritas de César. Ya que los otros dos Pisandros son figuras de la antigüedad, desconocidas excepto para los especialistas como yo, no puedo evitar pensar que César tenía en la mente el personaje de Aristófanes cuando acuñó el nombre para mí. Yo no soy gordo ni corrupto, pero al cesar le produce gran placer vejar nuestros espíritus con semejantes bromitas.

Obligar a un lisiado a subir hasta lo más alto del teatro, por ejemplo. Subí renqueando los elevados escalones de piedra, un tramo después de otro y otro, hasta alcanzar, finalmente, la última fila. Demetrio miraba hacia un lado, estaba admirando el maravilloso espectáculo del monte Etna que se elevaba al oeste, coronado de nieve, manchado por cenizas en su cima y con una columna de humo negro ascendiendo en volutas desde sus fauces hirvientes.

Las vistas desde allí arriba, desde lo alto del gran teatro de Tauromenium son, verdaderamente, para dejar sin aliento, pero mi aliento ya había casi desaparecido por completo debido al esfuerzo del ascenso, y no estaba de humor para apreciar el esplendor de lo que se veía frente a nosotros.

César estaba apoyado en la mesa de piedra que había en el espacio libre de la última fila, donde los vendedores de vino exhiben sus mercancías durante el intermedio. Frente a él tenía un enorme pergamino desplegado.

—Éste es mi plan para la mejora de la isla, Pisandro. Ven a echarle un ojo y dime qué te parece.

Era un gran mapa de Sicilia que cubría toda la mesa. Dibujado prácticamente a escala natural, podría decirse. Pude ver grandes círculos rojos, quizá media docena de ellos, marcados en él de manera muy visible. Aquello no era para nada lo que yo esperaba, ya que el propósito aparente de mi reunión de esa mañana era la discusión del plan de César para la renovación del teatro deTauromenium. Entre mis diversos conocimientos, tengo ciertas nociones de arquitectura. Pero no, no. En la mente de Demetrio ese día no figuraba en absoluto la renovación del teatro.

—Ésta es una hermosa isla —dijo—, pero su economía ha estado deprimida durante décadas. Propongo despertarla acometiendo el programa de construcción más ambicioso que Sicilia haya conocido nunca, Pisandro. Por ejemplo, justo aquí, en nuestro pequeño y hermoso Tauromenium, existe una flagrante necesidad de un palacio real apropiado. La villa en la que he estado viviendo los pasados tres años está bien situada, sí, pero es demasiado modesta para ser la residencia del heredero al trono, ¿no te lo parece?

Sí, sí, modesta. Treinta o cuarenta habitaciones al borde del abrupto acantilado, desde donde se domina toda la ciudad con una vista perfecta sobre el mar y el volcán. Dio unos golpecitos sobre el círculo rojo situado en la esquina superior derecha del mapa que rodeaba el lugar donde se encuentra elTauromenium, al noreste de Sicilia.

—Imagínate que convertimos la villa en un palacio adecuado, ampliándolo un poco por el lado del acantilado, ¿eh? Ven conmigo y te explicaré lo que quiero decir.

Fui renqueando detrás de él. Me llevó alrededor de la mesa hasta una parte de mapa que representaba el litoral, y donde era visible el pórtico de su villa. Entonces procedió a describir una sucesión de ampliaciones en cascada, apoyadas sobre fantásticas terrazas sustentadas a su vez por enormes contrafuertes, que soportarían la estructura a lo largo de todo el acantilado, hasta llegar a la misma orilla del mar Jónico, muchos metros por debajo.

—Esto me facilitaría mucho las cosas para llegar hasta la playa, ¿no te parece? ¿Y si construyéramos una especie de trazado que descendiera por el lateral del edificio con un vehículo suspendido por cables? En lugar de tener que tomar la carretera principal hasta la playa, podría descender directamente desde el interior de mi palacio.

Los ojos se me abrieron como platos, de pura incredulidad. Semejante estructura, en caso de que pudiera construirse, requeriría cincuenta años para levantarla y mil millones de sestercios para costearla. Diez mil millones quizá.

Pero aquello no era todo. Ni de lejos.

—Después, Pisandro, en Panormus necesitamos hacer algo para acomodar a la realeza cuando viene de visita. —Deslizó el dedo hacia el oeste por la parte superior del mapa hasta el puerto grande situado en la costa norte—. Panormus es donde a mi padre le gusta quedarse cuando viene aquí, pero el palacio tiene seiscientos años de antigüedad y deja bastante que desear. Me gustaría derribarlo y construir en su lugar una réplica a escala natural del Palacio Imperial del monte Palatino, quizá con una réplica del Foro de Roma en la parte inferior. Eso le gustaría. Le haría sentirse como en casa cuando estuviera de visita en Sicilia. Y cuando vamos de caza por el interior de la isla, contamos con un refugio agradable, ese maravilloso y viejo palacio de Maximiano Hercúleo, cerca de Enna, pero prácticamente se está derrumbando. Podríamos erigir un palacio completamente nuevo sobre su emplazamiento, digamos… al estilo bizantino. Teniendo mucho cuidado de no dañar los mosaicos existentes, por supuesto.Y luego…

Mientras escuchaba, mi estupefacción iba creciendo por momentos. La idea de Demetrio de volver a despertar la economía siciliana implicaba la construcción por toda la isla de palacios reales inconcebiblemente caros. En Agrigento, en la costa sur, por ejemplo, donde a los soberanos les gustaba ir a visitar los magníficos templos griegos que se encuentran allí, y en la cercana Selinus, el cesar pensó que estaría bien construir un duplicado exacto de la famosa villa de Adriano enTibur, como una especie de alojamiento turístico para ellos. Pero la villa Adriana tiene el tamaño de una ciudad pequeña. Sería necesario un ejército de artesanos y al menos un siglo para construir su hermana gemela en Agrigento. Para el extremo occidental de la isla, tenía algunas ideas sobre la construcción de un castillo de primitivo y tosco estilo homérico (fuera cual fuese el estilo que él imaginara que debía de ser el homérico), aferrado románticamente a la cima de la ciudadela de Erice. Después, más abajo, en Siracusa… Bien, lo que él tenía pensado para Siracusa habría llevado al Imperio a la bancarrota. Un grandioso nuevo palacio, naturalmente, pero también un faro como el de Alejandría y un Partenon que doblara en tamaño al original y una docena más o menos de pirámides como las de AEgyptus, sólo que quizá un poco más grandes, y un Coloso de bronce en el puerto como el que hubo en Rodas y… soy incapaz de enumerar la lista entera sin echarme a llorar.