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Me miró fijamente. Entonces se levantó y a continuación, con paso firme, atravesó el patio dirigiéndose hacia el balcón. Espináculo es tullido de nacimiento. Tiene la pierna izquierda torcida y el pie hacia fuera. Mi accidente de caza le irritó porque hizo que yo también cojeara, lo que suscita una atención añadida sobre la deformación de Espináculo cuando vamos renqueando juntos por las calles. Podría pensarse fácilmente que somos una pareja cómica y grotesca que nos dirigimos a una convención de indigentes.

Durante un largo momento se quedó de pie, mirándome con el ceño fruncido, sin decir una palabra. Era una noche con una brillante luz de luna que iluminaba rutilantemente las villas de la gente acaudalada, ubicadas en todas partes por las laderas de la colina de Tauromenium. Cuando el silencio se alargó y alargó, me encontré estudiando los contornos triangulares de la figura de Espináculo según quedaba perfilado desde detrás por la luz blanca y fría: los hombros anchos y musculosos, bajando en ángulo hacia la estrecha cintura, las piernas larguiruchas y todo el conjunto rematado por la grande y sobresaliente cabeza, plantada desafiantemente en la cumbre. Si hubiera llevado conmigo mi bloc, habría empezado a dibujarlo. Pero como es lógico ya lo había dibujado muchas otras veces.

Por fin, dijo con gran serenidad:

—Me dejas estupefacto, Draco. ¿Qué quieres decir con que no tienes alternativa? Simplemente renuncia al servicio y regresa a Roma. El emperador te necesita allí. Ya encontrará a otra niñera para este principito idiota. ¿No pensarás en serio que Demetrio va meterte en prisión si declinas el ofrecimiento, ¿verdad? ¿O ejecutarte o cualquier cosa?

—No lo entiendes —dije—.Yo quiero hacer ese trabajo.

—¿A pesar de que es la eyaculación nocturna de un loco? Draco, ¿te has vuelto loco tú también? ¿Es que la locura de César es contagiosa?

Sonreí.

—Por supuesto, sé cuan ridículo es todo eso que propone. Pero eso no quiere decir que no quiera darle una oportunidad.

—Ah —dijo Espináculo, captándolo, por fin—. ¡Ah! ¡De modo que es eso! ¡La tentación de lo inimaginable! ¡El ingeniero que hay en ti quiere poner el Pelion encima de la Ossa sólo para ver hasta dónde es capaz de llegar! Ay, Draco, Demetrio no está tan loco como parece ¿verdad? Te ha calado perfectamente. Sólo hay un hombre en todo el mundo con tan desmedido orgullo como para aceptar ese trabajo, y está justo aquí, enTauromenium.

—Se trata de poner a la Ossa sobre el Pelion y no al revés —dije yo—. Pero ¡sí, Espináculo! Por supuesto que me tienta la idea. ¿Y qué pasa, si todo es una locura? ¿Y qué pasa también si nunca se acaba ninguno de los proyectos? Por lo menos se empezarán. Se dibujarán los planos. Se excavarán los cimientos. ¿No crees que me gustaría ver cómo puede construirse una pirámide egipcia? ¿O hacer descender en voladizo un palacio centenares de metros por la cara de este acantilado? Es la oportunidad de mi vida.

—¿Y qué pasa con tu crónica de la vida deTrajano VII? Anteayer mismo no podías dejar de hablar sobre los documentos que estás esperando del archivo de Sevilla. Te pasaste media noche especulando acerca de las nuevas revelaciones maravillosas que ibas a descubrir en ellos. ¿Vas a abandonar todo eso así de fácilmente?

—Por supuesto que no. ¿Por qué un proyecto debería interferir con el otro? Soy perfectamente capaz de trabajar en un libro por la noche mientras diseño palacios por el día. Y, además, espero continuar también con mi pintura, mi poesía y mi música… Creo que me subestimas, viejo amigo.

—Bueno, no sería el único culpable de hacer algo así… —apuntó él irónicamente.

Dejé pasar el comentario.

—Te ofrezco una nueva consideración y dejemos ésta a un lado, ¿de acuerdo? Ludovico pasa ya de los sesenta, y no disfruta de una salud maravillosa. Cuando muera, Demetrio será emperador, tanto si la idea gusta como si no, y tú y yo regresaremos a Roma, donde yo seré una figura clave en su administración, y todos los recursos intelectuales y científicos de la capital estarán a mi disposición… A menos que, por supuesto, yo me aleje irrevocablemente de él mientras sea el único heredero, y le devuelva su proyecto lanzándoselo a la cara como, según parece, quieres verme hacer. Por eso haré el trabajo. Como una inversión con la esperanza de ganancias futuras, por así decir.

—Bonito razonamiento, Draco.

—Gracias.

—Supon que, cuando Demetrio se convierta en emperador (lo que probablemente pase antes de que transcurra mucho tiempo, si no se opone alguna negra ironía de los dioses), él decide mantenerte aquí, en Sicilia, finalizando el gran trabajo de llenar esta isla con esplendores arquitectónicos, en lugar de transferirte a la corte en Roma. Así que aquí te quedas durante el resto de tu vida, recorriendo una y otra vez este páramo, supervisando la construcción completamente inútil e innecesaria de…

Ya no quería seguir hablando de ello.

—Mira, Espináculo, ése es un riesgo que estoy dispuesto a correr. Demetrio ya me ha anunciado, explícitamente, que cuando sea emperador tiene previsto explotar mis cualidades más de lo que su padre nunca quiso hacer.

—¿Y tú le has creído?

—Parecía bastante sincero.

—¡Oh, Draco, Draco! ¡Empiezo a creer que estás incluso más loco que él!

Naturalmente era un riesgo. Yo lo sabía.

Y Espináculo bien podía estar en lo cierto cuando dijo que yo estaba más loco que el pobre Demetrio. El cesar, después de todo, no puede evitar ser como es. En su familia ha habido locura, locura de verdad durante cien años o más, una seria inestabilidad mental, algún trastorno cerebral que deriva en impredecibles arrebatos de frivolidad y capricho. Yo, por otra parte, me enfrento cada día a la cruda realidad. Trabajo duro, no tengo veleidades y dispongo de una inteligencia afinada capaz de salir adelante en cualquier empresa que me proponga. No estoy alardeando. La solidez de mis logros es un hecho fuera de toda duda. He construido templos y palacios, he pintado grandes cuadros y esculpido espléndidas estatuas, he escrito poemas épicos y libros de historia, incluso he diseñado una máquina voladora que algún día construiré y probaré con éxito. Y tengo pensados muchos más proyectos secretos, que tengo escritos y cifrados en mis cuadernos de notas de apretada escritura. Son cosas que transformarán el mundo. Algún día conseguiré que sean perfectas. Pero por el momento no estoy preparado para dejar que nadie las entrevea siquiera, y por eso empleo el cifrado. ¡Como si hubiera alguien que pudiera comprender estas ideas mías aunque consiguiera leer lo que está escrito en esos cuadernos!

Quizá se pudiera decir que debo toda esta agilidad mental a la especial gentileza de los dioses, y yo no quisiera contradecir ese pío pensamiento; pero también la herencia tiene algo que ver con ella. Mis capacidades superiores son el don que me han legado mis ancestros, como las taras mentales del cesar Demetrio son la herencia de los suyos. Por mis venas corre la sangre de uno de nuestros más grandes emperadores, el visionario Trajano VII, que bien pudiera haber llevado el título que le fue otorgado dieciséis siglos atrás al primer emperador de ese nombre: Optimus Princeps, «el mejor de los príncipes». ¿Quiénes son, sin embargo, los antepasados de Demetrio César? ¡Ludovico! ¡Mario Antonino! ¡Valiente Aquila! ¡Vaya! ¿No son éstos algunos de los hombres más débiles que han ocupado nunca el trono? ¿No han sido ellos los que han conducido al Imperio por el sendero de la decadencia y la degradación?

Naturalmente, es destino del Imperio atravesar períodos de decadencia de vez en cuando, como es su suprema buena fortuna encontrar, ahora y siempre, un manantial fresco de renacimiento y transformación cuando hace falta. Esa es la razón por la que Roma ha sido el poder predominante en todo el mundo durante más de dos mil años, y por la que seguirá siéndolo hasta el final de los tiempos; un mundo sin fin que regenera eternamente su vigor.