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Aún no había sido escrita una crónica aceptable de la extraordinaria carrera de Trajano. Esto puede parecer extraño si tenemos en cuenta nuestra larga tradición nacional de grandes investigadores históricos, que se remonta a las neblinosas figuras de Naevio y Ennio en la época de la República y, por supuesto, a Salustio, Livio, Tácito y Suetonio más tarde. Continúa con Amiano Marcelino después de ellos, Drusilo de Alejandría, Marco Andrónico… y al llegar a los tiempos modernos, Lucio Helio Antípatro, el gran cronista de la conquista de Roma por los bizantinos en la época de Maximiliano VI.

Pero algo se había torcido en la historiografía desde que Flavio Rómulo volvió a juntar las dos mitades divididas de la Roma Imperial en el año 2198 después de la fundación de la ciudad. Quizá sea que en las épocas de grandes hombres (e indudablemente la era de Flavio Rómulo y sus dos inmediatos sucesores lo fue), todo el mundo está demasiado ocupado haciendo historia como para tener tiempo de escribirla. En todo caso, eso era lo que yo solía creer. Pero entonces me rompí el tobillo, y entendí que en todas las eras, por muy vertiginosas que pudieran ser, siempre hay alguien que, obligado por circunstancias especiales, sean las heridas, la enfermedad o el exilio, se encuentra con el tiempo libre suficiente para que su mano se dedique a la escritura.

Lo que me empezaba a parecer más probable es que en la época de Flavio Rómulo, Cayo Flavilo y Trajano el Dragón, hacer público cualquier clase de relato de estos poderosos emperadores pudiera no haber sido del todo un pasatiempo saludable. De la misma manera que la mejor crónica de las vidas de los primeros doce cesares (estoy hablando del mordaz y escabroso libro de Suetonio), se escribió durante el reino relativamente benigno del primer Trajano y no cuando monstruos tales como Calígula, Nerón o Domiciano aún respiraban fuego en la tierra, así también pudo parecerles una imprudencia a los eruditos de la época de los tres monarcas hispanos escribir otra cosa que no fuera un estricto registro de los acontecimientos públicos y las cuestiones legislativas más importantes. Analizar a César es criticarlo. Haciéndolo, uno nunca está a salvo.

Sea cual sea la razón, ningún libro contemporáneo que valga la pena sobre el destacable Flavio Rómulo ha llegado a nosotros, tan sólo meros informes de hechos y algunos panegíricos lisonjeros. De la naturaleza íntima de su sucesor, el sombrío Cayo Julio Flavilo, no sabemos prácticamente nada, tan sólo datos tan áridos como su lugar de nacimiento (al igual que Flavio Rómulo, procedía de Tarraco, mi propia ciudad natal en Hispania), y los cargos gubernamentales que ocupó durante su larga carrera antes de acceder al trono imperial. Y del tercero de los tres grandes hispanos, Trajano VII (cuyo apellido, Draco, fue una coincidencia proverbial, pues fue por méritos propios por lo que en todo el mundo fue conocido por el sobrenombre de Trajano el Dragón), disponemos, una vez más, sólo de los anales más básicos de su glorioso reinado.

Que nadie haya abordado el trabajo de escribir su vida en los dos siglos que han transcurrido desde su muerte no debería ser una sorpresa. Uno puede escribir sin temor acerca de un cesar muerto, pero ¿quién había para hacer el trabajo? El resplandeciente período del Renacimiento cedió paso con demasiada rapidez a la era naciente del desarrollo industrial, y durante esa época monótona y cargada de humos, hacer dinero tenía prioridad sobre todo lo demás, incluidos el arte y la historia. Ahora atravesamos una nueva era de decadencia en la que un pelele detrás de otro ciñe la corona imperial y el mismo Imperio parece irse desmembrando poco a poco en un conglomerado de entidades separadas que tienen apenas sentido de lealtad hacia la autoridad central. Las únicas gestas que nuestros señores parecen poder llevar a cabo, tienen que ver con empresas inanes, como la construcción de tumbas gigantescas de puntiagudas cumbres al estilo faraónico en esta isla de Sicilia. ¿Quién, en semejante época, puede soportar la confrontación con la grandeza de un Trajano VII?

Bien, yo puedo.

Y para ello cuento con un grueso fajo de páginas manuscritas. He aprovechado mi posición como funcionario imperial para hurgar en los subsótanos del Capitolio en Roma, abriendo armarios que han permanecido sellados durante veinte siglos, y sacar documentos a la luz cuya misma existencia había sido olvidada. También he consultado las actas privadas de las deliberaciones del Senado. Nadie se ha molestado o se ha preocupado por ello. He leído memorias que han dejado los altos dirigentes de la corte. He estudiado los informes de los recaudadores de impuestos internos en las provincias y de los inspectores tributarios de los mercados públicos, los que, aunque puedan parecer áridos y anodinos, son los verdaderos ladrillos con los que se construye la historia. Con todo ello, he resucitado aTrajano el Dragón y su época…, al menos en mis propios pensamientos, y en las páginas de mi libro inacabado.

¡Y qué gran personaje fue! A través de los muchos años de su longeva vida, fue la absoluta personificación de la fortaleza, la visión, la voluntad y la energía implacables. Está a la altura de los emperadores más grandes. A la de César Augusto, que fundó el Imperio; deTrajano I y de Adriano, quienes llevaron sus fronteras hasta los límites de la tierra; de Constantino, que estableció un gobierno eficaz sobre ese dominio remoto; de Maximiliano III, que conquistó a los bárbaros por fin y para siempre; y de su propio compatriota y predecesor, Flavio Rómulo. A lo largo de estos años ¡he llegado a conocer al Dragón!, y el contacto con su gran espíritu, del que he disfrutado todo este tiempo de investigación sobre su vida, ha ennoblecido e iluminado la mía.

Bien, así pues, ¿qué es lo que sé de él, de este gran emperador, este Dragón de Roma, este lejano antepasado mío. He rastreado atentamente las actas de nacimiento en Tarraco y las regiones de alrededor en Hispania durante todo el período que va desde 2215 hasta 2227 a. u. c, lo que debería haber sido más que suficiente, y, aunque he hallado una serie de Dracos en las listas de impuestos de esos años (Décimo Draco, Numerio Draco y Salvio Draco), ninguno de ellos parece haberse casado de alguna forma oficial o haber tenido hijos inscritos en el registro de nacimientos. Así que el nombre de sus padres seguirá siendo desconocido. Todo lo que puedo consignar es que un Trajano Draco, oriundo de Tarraco, aparece inscrito en el servicio militar en la Tercera Región Hispánica en el año 2241, por lo que puedo inferir que nació aproximadamente entre 2200 y 2225 a. u. c. En aquel período, lo más normal era entrar en el ejército a la edad de dieciocho años, lo que fijaría la fecha de su nacimiento en 2223, pero conociendo aTrajano Draco, me atrevería a aventurar que entró incluso más joven, quizá cuando tenía dieciséis o tan sólo quince años.

El Imperio estaba todavía, técnicamente, bajo gobierno griego en aquella época; pero Hispania, como la mayoría de las provincias occidentales, era prácticamente independiente. El emperador de Constantinopla era León XI, un hombre mucho más preocupado por llenar su palacio con tesoros artísticos de la antigua Grecia que por lo que pudiera estar ocurriendo en los territorios europeos. En cualquier caso, dichos territorios se hallaban nominalmente bajo control del emperador occidental, su primo lejano Nicéforo Cantacuzeno. Pero los emperadores occidentales durante la época de la dominación griega fueron, invariablemente, unos inútiles y unos peleles, y Nicéforo, el último de todos ellos, era incluso más inútil que los anteriores. Se decía que nunca había sido visto en Roma y que pasaba todo el tiempo en un cómodo retiro en el sur, cerca de Neápolis.