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Sobre la explanada se marcó un círculo de trescientos cincuenta metros y dentro de éste otro de cien: el primero correspondía a la línea de la muralla y dentro del segundo se levantarían los dormitorios de los marineros, los cuartos de los oficiales, los almacenes y el polvorín. La obra fue iniciada el 21 de junio con las dependencias internas; los filibusteros trabajaron de sol a sol, treinta días para terminar los sólidos edificios centrales y luego sesenta más para construir los muros exteriores. Éstos tenían un metro de espesor, con troneras para los cañones y aperturas para la fusilería a distancias adecuadas. Las piezas de treinta y seis fueron colocadas en los bastiones en forma de cubrir todo el horizonte circular; los barriles de municiones se depositaron en el polvorín y las armas y víveres se encerraron en los almacenes. Cuando todo estuvo listo, cien hombres se instalaron en el fuerte y cincuenta quedaron en la nave para defenderla en caso de ser descubierta por otra enemiga.  

El 22 de diciembre, después de un reposo de dos semanas, el capitán y cien marineros, entre los que figuraban Banes y Bonga, se embarcaron en el “Garona” con la bandera inglesa flotando en el palo mayor, y abandonaron la bahía en busca de algún barco bien cargado proveniente de la India o de Australia. El resto de la banda quedó al cuidado del fuerte al mando de uno de los oficiales. El mar estaba tranquilo y una ligera brisa del sur empujaba al velero a moderada velocidad hacia la costa australiana. 

Pasaron varios días sin que se vislumbrara una vela en el horizonte; la tripulación había empezado a impacientarse y a murmurar, pretendiendo que se cambiase la ruta y se tomara la del océano Índico, más frecuentada por barcos mercantes; Parry, empero, no quiso someterse a ninguna presión y se mantuvo inconmovible, en la seguridad de que pronto se produciría un afortunado encuentro con alguna nave de vientre bien repleto. Una tarde en que se paseaba por el puente vio a Banes solo; se le acercó y golpeándole amigablemente la espalda le dijo:  

-Veamos, mi querido Hércules, ¿qué te parece nuestro fuerte? He observado que hasta ahora no has demostrado por él el menor entusiasmo.

 -¿Y a mí me lo pregunta? –contestó el brasileño con sarcástico acento-. Ya sabe que yo no hice nunca el pirata y no puedo, por tanto, dar juicios sobre la bondad de sus cuevas.

-¡Ajá! ¿Y cree usted, señor negrero, que su difunto capitán hubiese sido capaz de hacer algo mejor.

-¡Oh, no, nunca! –retrucó Banes con tono orgulloso-. El capitán Solilach no era tan miedoso como para construir guaridas donde esconderse a la aparición del primer buque de guerra.

-¡Eh, parece que todavía lo tienes a pecho a tu capitán! ¡Y que sigues prefiriendo el oficio de negrero!

-Por lo menos era honesto.

-¡Uff…! ¡Honesto…!

-Y se ganaba más.

-¡De modo que tienes prisa en llenarte los bolsillos!

-Está en un error; el oro robado a los demás no me hace feliz.

-¡Negrero del diablo! ¡Calla o te hago poner los grilletes!

El coloso le volvió la espalda y se dirigió a proa seguido por la mirada furiosa del comandante que se quedó, murmurando:

-¡Maldito brasileño! Nunca hará de buen grado el pirata.

Durante tres días más el “Garona” estuvo navegando unas veces hacia el norte y otras el oeste sin encontrar embarcación alguna. El mismo Parry empezaba a perder la paciencia.

-¡Parece imposible –decía al segundo- que no navegue ningún barco por estos parajes! Si dentro de dos días no topamos alguno, subiremos hacia el noroeste en busca del archipiélago de la Sonda.

 -En verdad que es muy extraño, capitán –asintió Walker.

-Y sin embargo no es ésta una zona abandonada por los navegantes… ¡Habría que pensar que el diablo les advierte nuestra presencia por aquí!

 -¡Con tal que no advierta a un navío de guerra! ¿Qué haría en ese caso, capitán?

-Cargaría todas las velas posibles y tomaría precipitadamente el largo. ¡Con esos pajarracos armados de pico y garras no conviene jugar!

-¿Y no se podría tentar un abordaje para apoderarnos de él y venderlo luego con cañones y todo en cualquier parte?

-¡Por Belcebú! ¡Vender un barco de guerra! ¡Sería un negocio muy peligroso! Tarde o temprano se vendría a saber la cosa y todos los cruceros y acorazados del mundo se dirigirían a estos mares. ¡No me hace ninguna gracia la perspectiva de terminar bailando colgado de la verga de un juanete!

-¿Y qué hará con los mercantes que logremos apresar?

-Lo que hacen otros piratas: vaciarles las calas, tirar al mar a los tripulantes y pegarle fuego a la embarcación.

-No vayamos a cometer semejantes atrocidades, capitán. Yo creo que bastará con saquearlos, sin necesidad de matar gente por gusto y destruir riquezas sin provecho.

-Ya veremos más tarde- concedió Parry.

De pronto su mirada fue atraída por un punto del horizonte sobre el que la fijó algunos instantes; luego le apretó fuertemente el brazo al segundo y le dijo:

-¡Creo que dentro de poco tendremos función! ¡Mire allá abajo! –y le indicó un punto blanco apenas perceptible, perdido en la inmensidad.

-¡Una vela en vista! –gritó el vigía.

-¡No me había engañado! –exclamó el comandante jubiloso-. Ahora hay que ver a qué clase de naves pertenece –y apuntó el anteojo que le tendió un marinero. Al cabo de un rato prosiguió-: ¡Alégrense, muchachos! ¡Es una de las buenas y debe estar preñada!

-¡Que sea bienvenida!... –gritaron los marineros alborozados.

En esto se escuchó una voz lúgubre que parecía salir de las profundidades del barco.

 -¡Miserables!

 -¿Quién ha sido? –rugió Parry lívido de cólera.

 Los tripulantes atónitos se miraban con expresiones diversas: los unos con pánico, otros con estupor y rabia.

-¡Maldición! ¡Desdichado del que se permite estas bromas si llego a descubrirlo! ¡Palabra de comandante que lo haré colgar del palo mayor!... ¡A ver! ¡A cargar los cañones y que cada cual ocupe su puesto!

Banes y Bonga se dirigieron al depósito de armas con la excusa de elegir un fusil mejor.

-¿Oíste el grito? –preguntó el brasileño estallando en una carcajada.

-Sí –contestó Bonga poniendo al descubierto sus dientes magníficos.

-He sido yo, pero procura no hablar del asunto con nadie, pues creo que el bandido ya ha empezado a sospechar de nosotros.

-Espera –le dijo el negro al ver que iba a bajar la escalera-. ¿Tomarás parte en el ataque?

-Sí, pero en lugar de tirar al barco lo haré al aire, a menos que se me ofrezca la ocasión de desembarazarme de algún pirata.

-Trataré de imitarte –expresó Bonga con feroz sonrisa.

Cuando volvieron a cubierta la embarcación ya era visible y por su derrota parecía venir de Melbourne. El “Garona”, cargado de velas, le corría al encuentro para cortarle el camino. Sólo había entre ambas una distancia de cuatro millas; el capitán volvió a mirarla con el largavista y anunció:

-Tenemos suerte;  se trata de un bergantín de bandera inglesa, de unas seiscientas toneladas, si no me equivoco.