-¡Banes, no es este el momento de bromear! –le reprochó Parry con tono severo.
-Yo digo lo que he visto –replicó el brasileño- y si no me cree, pregunte a los hombres de guardia.
-¡Sí, era un fantasma! ¡Lo hemos visto aparecer en el castillo de proa envuelto en una mortaja blanca y disolverse sin saber cómo! –confirmaron los ocho marineros.
-¡Basta! ¡No se hable más del asunto! –gritó el comandante exasperado-. Yo he de descubrir al que de un tiempo a esta parte se permite estas jugarretas y, ¡por Satanás!, que habré de quitarle las ganas de repetirlas.
Después de cambiar la guardia abandonó el puente blasfemando, pero a sus camas sólo volvió una parte de los tripulantes, los más valientes, mientras el resto, temiendo encontrarse con el aparecido en las crujías de los dormitorios, pasó toda la noche sobre cubierta. Banes y Bonga, a la mañana siguiente, comentaban el espectáculo reventando de risa.
-¡El julepe que se llevaron! –decía el brasileño agarrándose la barriga-. Tengo que reconocer que representaste tu papel de espectro con rara habilidad.
-¡Ya nadie duda a bordo de que el barco está lleno de espíritus! –lo secundaba el negro con francas risotadas.
-Parry podrá amenazar todo lo que quiera, pero no logrará sacarles de la cabeza a estos facinerosos que el “Garona” está embrujado.
-Sin embargo, hay que andar con cuidado; me parece que ya está desconfiando de ti.
-¡Bah! Me río de ese bandido, y pronto le haremos ver espectros más fieros.
Toda una semana duraron los comentarios de la aventura entre los tripulantes y de nada valieron los esfuerzos del comandante para persuadirlos de que se trataba de una broma. Hizo que se revisara hasta el último rincón del barco, pero fue en vano: el tema de las conversaciones continuó siendo el del fantasma.
El 12 de marzo cambió el viento hasta entonces favorable y el cielo se cubrió de nubes. El velero se vio obligado a avanzar corriendo bordadas y a la noche buscar refugio en el golfo de Carpentaria, echando anclas cerca de una profunda ensenada.
La oscuridad era tan espesa que no se veía a cincuenta pasos y los hombres de guardia hubieron de congregarse a proa para vigilar las anclas. Hacia la una de la mañana Bonga, que había quedado solo, creyó ver brillar una chispa de luz a unos ochocientos metros de la embarcación. Estuvo a punto de dar el aviso, pero un pensamiento lo contuvo.
-¡Quién sabe! A lo mejor se trata de un buque de guerra… ¡Si pudiese advertirle que este se dedica a la piratería…! ¿De qué medios podría valerme?
Observó todavía algunos minutos la lucecita que aparecía y desaparecía y pronto tuvo una inspiración. Se levantó, atravesó el puente, bajó silenciosamente al depósito de armamento y buscó una bandera negra.
-Esto lo denunciará –murmuró volviendo a su puesto-. Si la nave anclada cerca de nosotros es una fragata o un acorazado, viendo la insignia no tardará en atacarnos.
Con toda cautela para que no lo notasen los compañeros, trepó hasta la cofa del palo mayor, se deslizó hasta la vela de artimón y colgó el trapo negro del pico después de haber retirado la bandera inglesa. Hecho esto descendió con las mismas precauciones y fue a tenderse en el alcázar fingiendo dormitar. Hacia las cuatro de la mañana, terminado el turno, fue a despertar a Banes e hizo que lo siguiera a un sitio apartado.
-¿Qué novedades hay? –le preguntó el brasileño.
-Un navío que creo es de guerra ancló poco después de medianoche cerca de aquí.
-¡Un navío!
-Si, y he substituido la bandera inglesa por la pirata.
En ese momento se oyó el alboroto que estaban armando los marineros de guardia, que se desgañitaban gritando:
-¡Capitán! ¡Capitán! ¡A las armas! ¡A las armas!
-¡No me había engañado! –dijo el negro-. ¡Vamos al puente!
Casi de inmediato sonaron dos cañonazos a poca distancia y una de las balas fue a destrozar el tabique que separaba la sala en que se encontraban de la cuadra.
-¡Granizo! ¡Escapemos! –gritó Banes y con el compañero salieron corriendo en dirección a cubierta.
Encontraron a toda la tripulación trabajando febrilmente en desplegar las velas y cargar los cañones y a Parry que dirigía la maniobra con la mayor sangre fría. Una fragata de unas dos miel ochocientas toneladas, armada de cuarenta cañones, se mecía a unos mil metros del “Garona”, llevaba bandera francesa y era fácil de advertir que se preparaba a dar la caza al barco pirata. Como una demostración de su potencia, lo había saludado enviándole dos balas de treinta y dos y se disponía a repetir con mayor efusión el saludo. En el puente podía observarse cómo unos trescientos hombres armados de fusiles tomaban posición junto a las bandas, listos para el abordaje.
Pero si la fragata se arpontaba para embestir al velero, este ya estaba listo para tomar el largo, ya que en pocos instantes se había cubierto de lona y se deslizaba silenciosamente fuera de la pequeña bahía. Cuando la “Bellona”, que era el nombre del buque francés, se dio cuenta, emprendió resueltamente su persecución. La gran nave hendía velozmente el mar y si no ganaba terreno al “Garona” tampoco lo perdía, decidida a darle alcance tanto como lo estaba este de evitarlo. La carrera duró todo el día y la distancia se conservó casi constante entre ambos leños.
-Parece que somos iguales en cuanto a velocidad –dijo Parry a su lugarteniente.
-Sí, y creo que podríamos dar la vuelta al mundo sin acercarnos un centímetro.
-Pronto llegará la noche y con la oscuridad trataremos de esfumarnos.
Al contrario de lo que el pirata esperaba, la luna se levantó pura y brillante e iluminó el océano como si fuese de día. Cuando este se hizo, la carrera prosiguió activamente: el comandante francés tenía curiosidad por saber dónde quería ir a parar el velero, sospechando que contaría con alguna guarida en una de las muchas islas que poblaban el Pacífico. Pero hacia las diez perdió la paciencia y decidido a concluir de una vez, ordenó que se le hicieran dos disparos con las piezas de caza.
Una salva de maldiciones resonó a bordo del barco pirata; los artilleros se precipitaron a los cañones con las mechas encendidas y los fusileros fueron a situarse a lo largo de las bordas. Se produjo un instante de hesitación en ambas partes, luego las seis piezas de caza de la “Bellona” flamearon y un torbellino de hierro cayó sobre el “Garona”. Con la banda de babor se desplomaron algunos hombres y parte del puente voló hecho añicos, pero a pesar de esas pérdidas, los piratas conservaron su valor y mientras los unos trepados a los cordajes y a las vergas reparaban los daños, otros amontonados junto a los cañones preparaban la respuesta. Por segunda vez las bocas de fuego de la “Bellona” trasmitieron su mortal mensaje.
-¡Fuego! -rugió Parry-. ¡Apunten a los mástiles; destrócenles las vergas; enfilen de proa a popa!
Los cuatro grandes cañones del alcázar tronaron simultáneamente tomando de filo a la fragata. Se percibieron crujidos, chisporroteos y gritos de rabia. El comandante del velero, sin preocuparse de las balas que le silbaban en torno, se lanzó a popa y desde allí emitió un hurra jubiloso: la “Bellona” se había detenido de pronto en su carrera con el palo de trinquete partido bajo la cofa y el puente cubierto de trozos de velas, maderas y cordajes.