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-¡Párate, imprudente!

El brasileño se volvió como si lo hubiese mordido una serpiente y se vio a Bonga delante que le señalaba a los piratas trepando por las rocas y cuatro cañones apuntando a los marineros. Apenas si tuvieron tiempo para repararse de un peñasco que ya la metralla llovía sobre estos a una distancia de treinta pasos. Los franceses tuvieron que replegarse y reembarcar en sus lanchas llevándose una cantidad de heridos y dejando entre las rocas no pocos cadáveres. A bordo encontraron enormes daños: la cubierta estaba llena de materiales y cuerpos destrozados y las bandas del barco ya no ofrecían ningún reparo. Con un fleco y la vela mayor pudo alejarse penosamente a cuatro millas del islote.

Los piratas habían obtenido la victoria, pero el fuerte ofrecía a su vez un aspecto lamentable: una parte de la muralla se había desmoronado y algunos bastiones estaban deshechos, aunque bien mirados eran perjuicios que podían remediarse en cualquier momento. Por la noche celebraron la hazaña con un crapulesco festín, mientras afuera el viento soplaba con furia y el mar en extremo agitado estrellaba violentamente sus olas contra las rocas. A la madrugada, cuando Parry y sus bandoleros dirigieron la vista al horizonte, la fragata había desaparecido.

-¡No se ve! –exclamaron los primeros en asomarse.

-Se habrá ido a pique –supusieron otros.

-No; se verían sus restos –observó el segundo- y no se ve un solo pedazo de madera.

-Yo temo… -conjeturó el capitán- que hayan tomado el largo para hacernos pagar caro el triunfo.

-¿Y cómo?

-Sospecho que se hayan dirigido a Australia en busca de refuerzos y que un día u otro se nos venga encima una escuadra entera.

-¡En ese caso todo habría concluido para nosotros! –dijo el segundo completando el pensamiento del jefe-. ¿Qué podríamos hacer, señor?

-Habría que impedir a la fragata llegar a la costa. Tengo una idea.

-¿Cuál?

-Seguir a la “Bellona” y mandarla a pique. Está reducida a muy mal estado y bastarían pocos cañonazos bien dirigidos para acabar con ella.

-¡Me parece acertado, capitán! Vamos a hacer los preparativos.

Se volvió a armar el “Garona”, se retiraron las cadenas que cerraban la entrada a la bahía y unas horas después el barco, tripulado por ochenta hombres, enderezaba su proa hacia las costas de Australia.

-¡Si llego a apoderarme del barco, guay a los franchutes que lo ocupan! –amenazó el brutal comandante con rencorosa expresión.

-Tal como ha quedado no puede correr mucho –opinó el segundo- y si no lo alcanzamos hoy, lo haremos seguramente mañana.

-¡Quiéralo el diablo! Tengo impaciencia por ver colgados de las vergas a esos condenados, con su maldita fragata ardiendo bajo sus pies. ¡Qué hermosura de espectáculo…!

-¡Mire! –le indicó el lugarteniente-. Allá hay algo. ¿No ve a lo lejos un punto luminoso?

-Parece una vela –dijo Parry con un gesto de satisfacción.

En ese momento los vigías anunciaron:

-¡Nave a sotavento!

-¡Debe ser la fragata! –exclamaron varios.

Una voz cavernosa que no se sabía de dónde surgía imprecó:

-¡Miserables!

El capitán hizo una mueca de furor y llevó las manos a las culatas de sus pistolas; muchos tripulantes cambiaron de color. El punto blanco, en tanto, se hacía más grande y tomaba la forma de una vela. Se corrió tras ella todo el día y la noche a trapo tendido, sin que nadie abandonase el puente, la mirada fija en aquella mancha blanca, devorándola con los ojos. Pero cuando las luces de la aurora iluminaron el mar, la vela había desaparecido. Los piratas, con el capitán y el segundo en primera línea, vomitaban rabiosos torrentes de maldiciones.

-La volveremos a encontrar, comandante –confortó el segundo-. El “Garona” es demasiado buen cazador para dejarse escapar una presa, y herida por añadidura. Ha de haber aprovechado algún golpe de viento, sin duda.

-¡Así lo espero, por los cuernos de Satanás! –rugió el desalmado y viendo a su banda trepada a los palos, se desahogó con ella gritando-: ¡Bajen de ahí, sarta de imbéciles!

Transcurrieron veinticuatro horas más sin que se vieran señales del buque, y ya la tripulación comenzaba a murmurar de la mala suerte y de la falta de capacidad del capitán y de su lugarteniente. Pero a las once del tercer día se divisó la vela envuelta en una ligera niebla a diez millas sotavento. Inmediatamente se mandó ampliar el velamen para que la persecución se efectuase con más vigor. Poco después Parry, que no había separado su anteojo de la presa, aclaró a los circunstantes:

-No es la fragata, sino una goleta, y parece que está bien cargada.

-La buscaremos más tarde; por ahora pensemos en apoderarnos de ese cargamento.

-¿Puede ver qué bandera lleva?

-Sí; me parece que es la francesa.

-¡Malditos! ¡Van a pagar por los de la fragata a nuestros camaradas caídos! –aullaron los piratas.

-¡No les daremos cuartel! –prometió el capitán.

Una gran distancia había sido superada, tanta, que ahora se percibía aunque apagado, un rumor de voces.

-¿Qué significa eso? –preguntó Parry apoderándose del megáfono y haciendo señas a los artilleros de preparar los cañones.

-Debe ser que la tripulación del barco se ha dado cuenta que le estamos dando caza –explicó el segundo.

-¡Y qué caza! –ironizó el monstruo del comandante con acento feroz.

La goleta pronto estuvo a sólo dos millas; su capitán debió descubrir la clase de adversarios que tendría que afrontar, porque hizo emplazar dos cañones en el alcázar de popa. El “Garona”, con dos bordadas, se acercó hasta cincuenta metros cuando de pronto, sin que nadie la hubiese tocado, la vela mayor se desprendió de la verga y cayó con estrépito sobre el puente.

-¡Condenación! –bramó el capitán fulminando con una mirada asesina al bandidaje que lo rodeaba.

-Ha sido él.

El velero recobró su velocidad y maniobró para abordar a la goleta a sotavento. Sólo distaba de ella doscientos pasos cuando en su popa brillaron dos relámpagos y sendas balas de dieciocho atravesaron el puente, destrozaron la banda de proa y mataron tres facinerosos.

-¡Ah, canallas! –rugió Parry, y ordenó-: ¡Fuego, artilleros! ¡Fuego!

Seis proyectiles tomaron de filo a la goleta, le quebraron el palo del trinquete e hicieron saltar parte del castillo de proa a la par que herían a varios marineros. La nave asaltante se acercó más, le echó los garfios de abordaje y una vez sujeta, la masa de forajidos armada hasta los dientes, se precipitó al puente donde un puñado de hombres pálidos y sangrando la recibieron con una salva de fusilería. Poco duró la resistencia, pues fueron dominados por la aplastante superioridad numérica de los piratas, que los acribillaron a tiros, hachazos y cuchilladas, hasta acorralarlos a las bordas y arrojarlos al mar. Una vez aniquilada la entera tripulación, los bandidos transbordaron al “Garona” toda la carga que llevaba la goleta, compuesta de piezas de terciopelo y de sedas provenientes de Calcuta; los dos cañones con que se había defendido; los víveres, los aparejos y dos cajas de hierro halladas en el camarote del capitán que contenían doscientos mil dólares en oro destinados al Banco de Melbourne.

-¡Tendrá que privarse de ellos! –comentó el jefe de los piratas en tono de chanza al mandar que los llevaran a su cabina.