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Cuando todo estuvo transportado, los desalmados prendieron fuego al barco y se alejaron unos quinientos metros para gozar del dantesco cuadro. El incendio duró toda la noche y a su resplandor, que iluminaba al océano en varias millas a la redonda, a bordo del velero se reía, danzaba, cantaba y bebía, mientras en el cuarto del capitán este, con el segundo y el contramaestre, vaciaban una barriquita de “arak” jugando al monte español. En la madrugada, mientras el buque pirata se aprestaba a abandonar esas aguas, la infortunada goleta desaparecía en un remolino de espuma despedida con un fragoroso hurra de sus verdugos.

-¡Se terminó la fiesta! –exclamó el malvado de Parry dando un puntapié al barril de licor-. ¡Partamos!

Aprovechando una fresca brisa de noroeste, el “Garona” tomó la ruta de regreso a su guarida volando a ocho nudos por hora. El 16 de mayo, tres días después, el vigía señalaba:

-¡Restos de embarcación a tres millas barlovento!

El capitán dirigió su anteojo al punto indicado y en seguida ordenó enderezar allí la nave. A un centenar de metros se reconoció en los restos una parte del castillo de proa de un barco de buen porte y entre dos vergas destrozadas se vio a dos marineros al parecer sin vida. Fue echada una chalupa al agua y el segundo, acompañado de cuatro marineros, salieron a hacer un reconocimiento. A los pocos minutos volvían a bordo precipitadamente.

-¿Qué pasa? –les preguntó Parry intrigado.

-¡Esos restos perteneces a la fragata de guerra! ¡Leí su nombre! –informó el segundo exaltado.

-¡Lo había sospechado! –declaró el capitán.

-¡Estamos salvados! –gritaron a coro los filibusteros.

-Ahora podremos entregarnos tranquilamente a la caza –declaró aquel- sin el temor de que nos la de a nosotros una escuadra de guerra.

Capítulo 17. En los mares de China

A los tres días de ese descubrimiento, el “Garona” echaba anclas en su refugio y comunicaba a los camaradas la grata noticia del fin de la fragata, que estos recibieron alborozados. En el fuerte no se habían producido novedades. Las mercaderías saqueadas quedaron a bordo de la nave, pero el oro fue transportado a tierra y encerrado en la caja fuerte del capitán. Esa misma noche se reunió toda la banda en un suculento banquete al final del cual Parry les dijo:

-Como ustedes saben, en los almacenes tenemos géneros por valor de varios cientos de miles de dólares que pueden echarse a perder, de manera que lo conveniente sería convertirlos en oro.

-¡Sí, sí, oro! –aullaron los filibusteros.

-Será necesario, entonces, abordar algún puerto para venderlos al que mejor los pague. Pienso en Cantón.

-¿Cantón? –exclamaron maravillados de la audacia de su jefe.

-¿Les sorprende?

-Es peligroso, comandante –observó el segundo- ir a amarrar a un lugar tan frecuentado por barcos de todas las naciones.

-Es verdad, pero, ¿quién nos conoce? ¡No vamos a poner la bandera de piratas al tope! Ofreceremos nuestras mercaderías como si fuéramos honestos traficantes europeos, sin decir de dónde venimos ni quiénes somos.

-¡Bravo! ¡A Cantón! ¡Viva el capitán! –gritó la chusma entusiasmada.

-Será prudente llevar una tripulación numerosa, capitán –sugirió el segundo.

-Dejaremos tan sólo seis hombres aquí para velar sobre las riquezas y ¡pobres de ellos si se atreven a tocar una moneda de oro! –advirtió Parry.

A los dos días el “Garona” abandonaba el islote llevando a bordo ciento quince hombres y apuntaba hacia el noroeste. Los seis que habían quedado, elegidos entre los marineros más antiguos, saludaron su partida con una descarga de fusilería. Un viento amigo hacía avanzar al velero con bastante velocidad y el bandidaje embarcado se la pasaba fumando, charlando y jugando. El capitán y su inseparable segundo paseaban por el puente discutiendo sobre los peligros que podían presentarse para la venta de la carga.

-Nuestra empresa es arriesgada, lo confieso –decía Parry- pero un día u otro había que decidirse a deshacerse de esa mercancía.

-De acuerdo, pero dígame, capitán, ¿a quién la ofreceremos en Cantón?

-A algún comerciante chino; creo que con una rebaja discreta en el precio no habrá dificultad.

-Espero que permaneceremos en ese puerto lo menos posible.

-Lo abandonaremos en cuanto nos desprendamos del cargamento.

-En estos momentos pensaba en el bergantín que hemos saqueado… ¿No podría llegar de improviso a Cantón?

-Es posible. Por eso habrá que terminar el negocio rápidamente.

-¿Pero cómo?

-No lo sé. Creo, por otra parte, que hay pocas probabilidades de que nos topemos con ese barco.

-Sin embargo, tengo malos presentimientos, capitán.

-¡Vamos, no llame a las desgracias antes de tiempo!

-¿Qué ruta seguiremos para llegar más pronto al puerto chino?

-Tomaremos directamente al norte pasando por el estrecho de la Sonda, entre Java y Sumatra, pasaremos por Billiton y…

-¡Allí perecerán! –exclamó una voz indignada a pocos pasos.

Los dos oficiales se volvieron furiosos y vieron a Banes inmóvil, sombrío y amenazador.

-¿Qué hace usted aquí? –le preguntó el capitán mirándolo con ojos torvos- ¿Qué es lo que acaba de decir?

-Que perecerán.

-¿Cómo tiene usted la audacia de escuchar nuestras palabras y hacer estúpidas observaciones?

-Sí, tengo esa audacia y también la de decirle que estoy cansado de estar entre esta mesnada de piratas y de ser cómplice de sus execrables delitos.

-¡Banes! –bramó Parry armando su pistola- ¡Recuerde que he demostrado hasta ahora mucha paciencia con usted y no me lleve a los extremos!

El brasileño, en lugar de retroceder, pareció aumentar en osadía y avanzó como si quisiera arrojarse sobre el jefe.

-¡Arás! –gritó este apuntándole.

El gigante dio otro paso y estaba por echársele encima cuando apareció Bonga. El negro vio el peligro a que se exponía su amigo y tomándolo por un brazo lo arrastró fuera de allí a la par que le susurraba al oído:

-¡Temerario! ¿Quieres hacerte matar sin vengar al capitán Solilach?

Parry, en tanto, viendo que Banes se dejaba llevar por el africano, repuso el arma en la cintura y se quedó musitando:

-Con esta van dos veces que esos salvan sus vidas; a la tercera los suprimiré sin contemplación alguna.

El 13 de junio el “Garona” atravesaba el canal de la Sonda y por la noche pasaba delante de la isla de Billiton, la de los tupidos bosques y verdes colinas. A la mañana siguiente los piratas avistaron tres barcos cerca de la isla de Singhin, a seis millas de distancia, que se dirigían a Sumatra. Parry hubiese querido darles caza, pero el segundo le hizo ver los riesgos a que se exponía intentando un abordaje en aguas tan concurridas. El día 16, después de pasar cerca de las islas Natura, el velero entró a velas tendidas en el mar de China; el 18 pudo esquivar un tifón que amenazaba tumbarla y al cabo de seis días de navegación llegaba finalmente a las proximidades de Cantón.

Su encuentro con el primer junco chino, velero singular, pesado, incómodo, pero preferido por los hijos del celeste imperio, el “Garona” lo hizo frente a la isla de Mac, importante colonia perteneciente a Portugal. Su proa es demasiado elevada y muy ancha, rica en incrustaciones y dorados; la popa, igualmente alta, sostiene una especie de plataforma adornada de gallardetes de la que sale un mástil que lleva adherida una gran vela latina de mimbre entrecruzado; otro mástil surge del centro de la nave, y el timón, de grandes dimensiones, está coronado con una cabeza de dragón.