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-¡Cada cual a su puesto! ¡Si se rompió el timón, construiremos otro que lo reemplace!

Dispuso que se trajese sobre cubierta una verga de fortuna y a un extremo de ella hizo clavar dos anchos pedazos de madera con los que se formó la pala de una especie de remo largo; se le colgaron dos balas de cañón y se la hundió en el agua después de sujetar el cabo a la borda; un juego de cables atado a las dos bandas de popa servía para mover el aparato a babor o estribor. Una vez construido, fue puesto a prueba por el mismo Parry, quien comprobó con inmensa satisfacción su perfecto funcionamiento. Un entusiasta y prolongado aplauso de la pirateril tripulación, premió el invento y a su ingenioso inventor.

Capítulo 19. En las selvas de Borneo

Con ese timón improvisado, el “Garona” pudo navegar bastante bien. El capitán, muy contento, quiso provocar la alabanza de su inseparable segundo y le preguntó:

-¿Qué le parece, mi querido dinamarqués, la invención?

-Digna de un lobo de mar como usted –dijo este sonriente.

-¿Cree que mi antecesor hubiese podido hacer tanto?

-No lo creo; pero si el mar se hace grueso, temo que nuestro timón se quiebre fácilmente.

-También yo lo temo. En ese caso lo retiraremos para volver a zambullirlo cuando sea necesario.

-Es de esperar que antes podremos anclar en un buen refugio de la costa; sólo distamos de ella unas quince millas.

-Pienso que será fácil dar con una bahía segura, pues existen muchísimas en los contornos de Borneo. Atracaremos en la parte oriental, que es la más recortada.

-¿Sabría decirme, capitán, quién descubrió esta inmensa isla?

-Sí; fue Jorge Méndez, en el año 1521. De ella sólo se conocen algunas de sus costas. Se sabe que el interior está cubierto de tupidas selvas que interrumpen extensas llanuras; que el terreno es de una fertilidad prodigiosa y que está habitada por crueles salvajes que son también piratas sanguinarios y que rechazan todo contacto con los europeos, cortan la cabeza a sus prisioneros y no es raro que se alimenten de carne humana. Abundan, además, los tigres, enormes serpientes y monos gigantescos y feroces.

-He ahí una información que es para mí valiosa, pues tenía la intención de salir a cazar tucanes.

-Puede hacerlo, pues la parte norte en general está deshabitada; de lo que tendrá que cuidarse es de los tigres y de los gaviales.

-¡Qué malas aguas estas, capitán! ¡Mire de qué aguzadas escolleras está infestada esta playa!

El comandante dirigió los ojos hacia la isla y divisó una costa más bien baja, circundada de rocas, escolleras y bancos tan peligrosos que hacían imposible un atraco. Oscuras selvas con árboles de más de treinta metros avanzaban hacia el mar, entre las que se abrían fatigosamente camino numerosos riachos y torrentes. El “Garona” navegó paralelamente a la costa durante una hora, hasta que apareció una bahía profunda que podía dar abrigo a media docena de embarcaciones. Avanzó entonces lentamente entre las escolleras que la rodeaban, sondeando con cuidado el fondo en previsión de que hubiese algún banco de arena. Cuando ya se hallaba casi en medio de la bahía, se produjo a popa un choque seguido de un crujido siniestro.

-¡Estamos por tocar! –gritaron los marineros colocados en aquel puesto.

La nave viró de bordo con toda prontitud, pero al hacerlo el timón topó con un escollo que surgía a flor de agua y se partió por la mitad.

-¡Abajo las anclas! –aulló el capitán.

Las dos de proa cayeron a plomo y el barco retrocedió algunos metros describiendo un semicírculo sobre sí mismo.

-¡Estamos salvados! –gritaron todos.

-Todavía no del todo, amigos –les advirtió el segundo-. Esta costa nos es completamente desconocida y ¡vaya uno a saber la cantidad de salvajes que nos estarán esperando detrás de esas rocas!

El comandante soltó una sonora carcajada y se dirigió a popa: la noche se venía encima, y a pesar de las recomendaciones del dinamarqués, quería bajar a tierra. Pero se dio cuenta de que los marineros no se mostraban muy bien dispuestos a seguirlo a esa hora y aplazó la expedición hasta el otro día. Prudentemente duplicó la guardia, hizo cargar los cañones y mandó qu se apagasen todas las luces.

Banes y Bonga formaban parte de la guardia. El primero, después del incidente que tuviera con Parry, se había encerrado en un mutismo feroz, y a quienes lo interrogaban sólo contestaba con monosílabos y en forma ruda. El negro lo respetaba en tal actitud, pero esa noche tenía interés en conocer su opinión sobre el estado de cosas y también los proyectos que alimentaba. Estuvo un largo rato observándolo callado, hasta que le puso una mano sobre el hombro y le dijo:

-Querido Banes, tú estás de mal humor, ¿verdad? Ya no hablas ni siquiera con tu amigo Bonga.

El brasileño se volvió a mirar al ex monarca como si no lo hubiese comprendido; luego le preguntó con acento tétrico:

-¿Qué quieres de mí?

-Querría me dijeras qué es lo que piensas de las cosas que están pasando.

-¡Qué quieres que te diga! Me parece que la situación no podría ser peor para nosotros.

-¡Vamos, no hay que desanimarse! ¡Quién sabe si está cercano el día de la venganza y de nuestra liberación!

-¡Dices que no me desanime! –exclamó el gigante blanco con amarga ironía-. ¡Hace tanto tiempo que espero en vano ese día, que ya he perdido la esperanza de que llegue!

-¡Presto o tarde los malvados reciben su castigo!

-¡Sin embargo, se diría que estos bandidos tienen una providencia que los protege!

-La fortuna puede abandonarlos en cualquier momento. Estoy madurando un plan que habrá de proporcionarnos la libertad.

-¿Qué podemos hacer tú y yo prisioneros como estamos?

-Banes, si te confiase que dentro de dos meses cuento con que podamos abandonar esta nave después de habernos vengado, ¿qué dirías?

-No te creería.

-Pues espera que regresemos al fuerte y te indicaré el medio para fugar.

 Espero que lo haremos juntos.

La cara del negro tomó una expresión sombría, luego inclinó la cabeza sobre el pecho y murmuró:

 -No; el rey de los cassenhas no volverá a ver a sus súbditos ni sus bosques; el “gangás” que predijo mi destino me dio a entender que moriría de un tiro de fusil en el momento de la liberación… y ese brujo nunca se equivocó.

-¿Pero tú crees…?

-¡Sí! –afirmó Bonga alejándose.

La noche pasó sin incidentes y la tranquilidad sólo fue turbada por algunos rugidos de tigres y gaviales. A la madrugada se echaron dos lanchas al agua y el capitán con el segundo y treinta hombres bien armados tomaron tierra y se internaron en el bosque. Allí eligieron los árboles adecuados para la reparación de la nave entre las variadas especies tropicales existentes. Había cocos, palmeras, teks, casuarinas, pissangs, y abundaban los mangos y bananos cargados de fruta ya madura, que hicieron las delicias de los expedicionarios.