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Ella tiene ganas de vivir más rápido.

Yo quiero acariciar y que me acaricien.

Queremos soltar amarras. Me lo dijo sirviéndome un vasito de grapa. Un licor así como el pisco o el aguardiente. Pero, claro, que es de Italia. La botella parece una escultura de vidrio. En la etiqueta decía «grappa morbida».

Quema.

El Che me recomienda que pase a una farmacia a comprar sombreros. No sé si quiero. Es decir, quiero saber cómo es ella, quiero sentirla. Y el sombrero… A lo mejor estoy pensando como un pendejo. Haré lo que Patricia Bettini decida.

En la terminal anuncian por los parlantes el próximo bus a Valparaíso para dentro de diez minutos. El chofer lee La Cuarta con las piernas extendidas sobre el manubrio. El aire de un pequeño ventilador hace temblar las hojas de su periódico. Me asomo al interior del vehículo pero no encuentro a Patricia.

Me uno a los otros pasajeros que se despiden de los familiares en la plataforma de partida. Un cargador de maletas mete en la bodega del bus un baúl antiguo. En la frente lleva una cincha con el dibujo del arcoíris.

Temo que Patricia se haya arrepentido. Para una chica la decisión de hacer el amor es cosa casi de tragedia griega. O al menos de telenovela. Son tantas las cosas que les meten en la casa y en la escuela, que andan por la vida en punta de pies tratando de no quebrar huevos.

En el fondo tienen razón. El amor en ellas deja huellas. Bueno, hasta cicatrices. Por eso es extraño que Patricia Bettini se haya decidido a estar conmigo. Aún faltan dos meses para terminar la secundaria. Y después Pinochet tiene que llamar a elecciones libres. Va a tardar. Cosa de un año, me imagino. Me dijo: «Quiero estar contigo íntimamente.»Pero no en Santiago.

Es que Santiago es la escuela, la iglesia, la cesantía de don Adrián, los autos sin patente frente a la casa, las bombas lacrimógenas, la ausencia del profesor Paredes.

Que comprenda.

Está bien. Para mí amarla no es cosa de geografía. Aunque soy el tipo menos romántico de la tierra también me gusta un espacio donde la vista no esté chocando todo el tiempo con edificios y antenas de televisión.

Ando con ganas de mar.

Mar y amar. Valparaíso.

Pero mi cosa es el centro de Santiago. Me gusta con furia que no hayan derribado la iglesia colonial y que los urbanistas hayan tenido que hacer una curva en la Alameda para respetarla.

«Así hay que tratar a una dama», dijo el profesor Santos.

Cuando anunciaron que la derribarían, mi viejo y yo salimos a protestar con los curas franciscanos a las calles.

El papi pronunció un discurso junto a la fuente de la pérgola de las flores.

Dijo que la iglesia era el mínimo y dulce Francisco de Asís y el gobierno de Pinochet era el lobo.

«El lobo de Gubbia», dijo.

No sé de dónde se le ocurren esas cosas.

Es pésimo para quedarse callado.

Pero a mí me prohíbe hasta los suspiros.

Vinieron los pacos y primero tiraron agua. Uno se acostumbra al agua. Lo único que puede pasar es que el chorro muy violento te tire contra una pared y te rompas la cabeza. Lo mejor es tirarse al suelo.

que te mojen. Que te dejen empapado como un perro.

El profesor Paredes decía, agachándose bajo el chorro: «Relax and enjoy it.»Las bombas lacrimógenas ya es distinto. Te revienta una en la cara y te puedes quedar ciego.

Pero mi vida entera se la he dado al centro. Dieciocho años. Calle Lastarria. Villavicencio. Las fuentes de sodas con las camareras maquilladas igual que bailarinas de cabaret.

El chofer ahora se asoma en la pisadera del bus y nos grita que partirán dentro de tres minutos.

Aprieto en el bolsillo las monedas de cien pesos y trato de ver si hay un teléfono cerca.

Y justo en ese momento Patricia Bettini aparece.

Y a medida que se acerca corriendo mi corazón se pone a latir más fuerte que nunca.

Se hace más pequeña y delgada dentro de mi abrazo. El pelo castaño le cae suelto en los hombros y no hay ni rastro de la disciplina escolar de prendedores, horquillas y pinches con los que evita que el pelo le inunde la cara.

Hoy no viste el uniforme del colegio.

Trae en cambio una polera roja ceñida, directamente una talla más pequeña que las que usa.

Los senos irrumpen en la tela y la parte superior está expuesta.

Sus labios pintados de un rojo furioso combinan de maravilla con la polera. Es una boca que grita «bésame», «muérdeme». Trago saliva. Raspo con los breves pelos que me han brotado en la quijada su mejilla. Aspiro profundamente el olor de su piel. Me marea el toque como de fruta tropical de su gel.

– ¿Estás listo? -pregunta.

Quiere saber si estoy listo. Ya hace días que emprendí el vuelo. Vivo en el país del «No» y sé en cada uno de mis nervios que nunca más me lo volverán a quitar. Lo siento en el pulso de mis muñecas, en mis sienes, que laten albor otadas.

En mi erección.

¡P'tas que es erótica, la democracia!

– Estoy listo -digo para ahorrarme todo lo indecible.

Me pone el pasaje en el bolsillo de la camisa blanca y luego me toca la frente con dos dedos como un médico que controla si uno tiene fiebre.

– Entonces, Nicómaco Santos, ¡a Valparaíso los boletos!

Capítulo 42

Patricia Bettini le muestra a Nico Santos la agenda forrada en cartón azul donde su padre fue anotando sus observaciones para la campaña del «No».

Un caballo galopa en la pradera, es el caballo de la libertad.

Se mueven los limpiaparabrisas de un taxi, es el «No» de la libertad.

Un corazón late de sístole a diástole, es el ritmo de la libertad.

Una anciana compra una bolsita de té en el almacén de don Aníbal, es el té de la libertad.

Un carabinero golpea en el cráneo a un estudiante, es la hora de la libertad.

Canción:

No lo quiero, papá, no lo quiero, mamá, no lo quiero ni en inglés, ni en mapudungún, ni en tango, ni en bolero, ni en foxtrot, ni en cumbia ni chachachá, no lo quiero a él, yo no lo quiero, mi amor, lo que yo quiero es la libertad.

Christopher Reeves está en Chile. Grabarlo: vino a proteger a los actores amenazados de muerte. Que diga algo. Algo así: «OK, folks, you're right, remember that the vote is secret and that Chile be a free country depends on you.»

Grande Superman, en inglés la libertad.

Filmar a Jane Fonda, no sé dónde la pueden pillar, la oí decir en la radio: «During all these years the pain of Chile has been our pain, now the future of Chile is in your hands.»

Meter a la Jane con la canción de las botas: «These boots are made for walking, and they will walk all over you, walk boots, walk over Pinochet, walk, walk, walk hacia la libertad.»

Y usar alguna cueca: «Tiquitiquití, tiquitiquitá, di que no y se enciende la libertad.»

Y no se olviden de Violeta: me dio el abecedario, con él las palabras que pienso y declaro, me dio la «N», me dio la «O», me dio el «No», me dio medio a medio el «No» de la libertad.

Le quebraron las manos, le rompieron el fémur, le metieron setenta y dos balas, le perforaron el vientre, duele la libertad (sin decir de quién hablamos, la gente sabe, es mejor que la gente se active sola).

La policía no lo deja bajar del avión a Serrat, se encierra en el baño, graba con un periodista una casete, para la libertad (poner ese disco).