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—He indicado ya a monsieur Poirot, en líneas generales, la investigación que usted desea que sea llevada a cabo.

—Perfectamente —contestó la señora Burton-Cox.

Parecía vacilar. No se la veía segura de sí misma. Esto no era lo normal en ella.

—La gente joven resulta muy difícil de manejar hoy —dijo a Poirot—. Nosotros habíamos planeado muchas cosas buenas para el futuro, pensando en ese hijo. Y luego, ha surgido esa chica, una chica encantadora, la ahijada de la señora Oliver, como ya sabrá usted. Bueno, nunca se sabe… Quiero decir que estas amistades nacen de pronto y a menudo duran poco. Siempre es conveniente conocer detalles sobre las personas con quienes se puede emparentar. Hay que saber algo sobre las familias. ¡Oh! Ya sé, ya sé que Celia es una chica de buena cuna y todo lo demás. Pero…, ¡como hubo aquella tragedia! Un pacto de suicidio, se afirmó. Pero nadie ha sabido decirme todavía qué fue lo que llevó a aquellas dos personas a tan desesperada decisión. No tengo amigos que tuviesen relación con los Ravenscroft, de manera que me ha resultado imposible hacerme con ideas. Me consta que Celia es una chica excelente, pero a mí me gustaría ampliar mis conocimientos, saber más.

—A juzgar por lo que me ha comunicado la señora Oliver, usted ha concretado mucho su petición. Efectivamente, lo que desea saber es…

Medió la famosa escritora señora Oliver en la conversación.

—Usted me dijo que lo que le interesaba averiguar era si el padre de Celia disparó sobre su madre, suicidándose a continuación, o bien si la iniciativa corrió a cargo de ella.

—Yo estimo que no es lo mismo una cosa que otra, que queda marcada una gran diferencia —declaró la señora Burton-Cox.

—Un punto de vista interesantísimo el suyo, señora Burton-Cox —comentó Poirot.

No pretendía animarla precisamente.

—¡Oh! Hay que tener en cuenta el fondo emocional del asunto, los acontecimientos determinantes del hecho. Dentro del matrimonio, hay que pensar en los hijos, en los hijos que han de venir, quiero significar. La herencia representa mucho. Lo que heredamos de nuestros padres hace más que el medio ambiente… Eso conduce a la formación del carácter y entraña graves riesgos, con los que nadie desea enfrentarse.

—Es verdad —comentó Poirot—. Quienes se enfrentan con tales riesgos son los que han de tomar la decisión final. Su hijo y esta joven son los que han de pronunciarse, en definitiva.

—¡Oh! Ya lo sé. Lo sé muy bien. Sé perfectamente que a los padres no nos está permitido escoger, que ni siquiera nuestro consejo es solicitado. Pero a mí me gustaría estar informada sobre el particular, estar enterada de determinados detalles. Si usted cree poder emprender una investigación… ¿Es ésta la palabra que ustedes usan? Bien. Adelante. Quizá me esté mostrando demasiado exagerada como madre, ¿no? Me preocupo demasiado, tal vez. Bueno, las madres somos todas así.

La señora Burton-Cox soltó una leve risita, inclinando la cabeza a un lado.

De pronto, consultó su reloj de pulsera.

—¡Dios mío! Es muy tarde ya para mí. Estoy citada con otra persona. Tengo que dejarles ya. Lamento mucho, señora Oliver, tener que irme tan pronto, pero ya sabe lo que suele pasar… Esta tarde me vi y me deseé para poder tomar un taxi. Uno tras otro, pasaron junto a mí varios, sin hacerme el menor caso sus conductores. Poco a poco, todo va resultando cada vez más difícil. Me imagino, señor Poirot, que la señora Oliver tiene su dirección.

—Le daré a conocer mis señas —contestó aquél, sacando una tarjeta de su cartera y entregándosela a la señora Burton-Cox.

—¡Ah! Muy bien. Monsieur Hércules Poirot… Es usted francés, ¿no?

—Soy belga.

—¡Ah, sí! Bélgica… Sí, sí. Comprendido. Me siento encantada de haberle conocido y espero mucho de su gestión. ¡Oh!, tengo que irme en seguida, cuanto antes lo haga, mejor.

La mujer estrechó afablemente la mano de la señora Oliver. Saludó a Poirot y abandonó la estancia. Unos segundos después se oía el ruido de la puerta del vestíbulo, al cerrarse.

—Bueno, ¿qué opina usted de esto? —inquirió la señora Oliver, mirando atentamente a Poirot.

—¿Y usted?

—La señora Burton-Cox ha emprendido la huida. Ha huido, sí. Usted, monsieur Poirot, de una manera u otra, la ha asustado.

—En efecto —declaró Poirot—. Estimo que su interpretación es correcta.

—Ella quería que le preguntase ciertas cosas a Celia; deseaba conocer algún secreto del que la sospechaba depositaria. Pero, en cambio, no quería que se montase una investigación en regla, ¿verdad?

—Comparto su opinión —dijo Poirot—. Esto es interesante. Muy interesante. Yo diría que es una mujer acomodada.

—Desde luego. Viste bien. Su casa está enclavada en un distrito residencial elegante… La señora Burton-Cox es una mujer activa, enérgica. Forma parte de numerosos comités. Nada hay de misterioso en su persona. He pedido informes a varías personas. No cae simpática a la gente. Pero se mete en todo, se ocupa de la política. En fin, no para.

—Entonces, ¿qué puede haber de raro en ella? ¿O todo se reduce a que a usted no le resulta agradable, como tampoco lo es a mis ojos?

—Yo creo que oculta algo…

—Indudablemente, se trata de alguna cosa que ella no quiere que se sepa —afirmó Poirot.

—¿Y va usted a hacer lo posible por descubrirla? —inquirió la señora Oliver.

—Si puedo, sí —contestó Poirot—. Puede que no resulte fácil. La señora Burton-Cox ha emprendido la retirada. Empezó a batirse en retirada al separarse de nosotros. Temía las preguntas que pudiera hacerle yo. Sí. Esto es interesante —Poirot suspiró—. Habrá que volver la mirada atrás, madame. Tendremos que retroceder en el tiempo más de lo que en un principio nos figuramos que iba a ser necesario.

—¿Otra vez?

—Sí. En más de una ocasión es preciso conocer datos del pasado para poder centrarse luego en lo sucedido… ¿De qué se trata esta vez? De ver lo que pasó quince, veinte años atrás, en una casa llamada Overcliffe. Sí. Es necesario este regreso al pasado.

—Bien —contestó la señora Oliver, resignada—. ¿Qué es esto? ¿Qué significa esta lista?

—Gracias a los archivos policíacos me he procurado cierta información sobre lo que fue hallado en la casa. Usted recordará que, entre otros efectos, se encontraron cuatro pelucas.

—Sí —manifestó la señora Oliver—. Usted comentó que eran demasiadas pelucas para una sola mujer.

—Desde luego —confirmó Poirot—. Me he hecho también con unas cuantas direcciones útiles. Poseo las señas de un doctor entre ellas.

—¿De un doctor? ¿Se refiere usted al médico de la familia?

—No, no es el médico de la familia. Hablo del que declaró en la encuesta referente a un niño que sufrió un accidente, originado por otro chico, al darle un empujón, o cualquier otra persona.

—¿Por la madre, por ejemplo?

—Por la madre o por algún nombre o mujer que se encontraban en la casa cuando ocurrió el hecho. Conozco el paraje de Inglaterra en que sucedió eso y el superintendente Garroway ha podido localizar al médico, por iniciativa propia y también gracias a la mediación de unos amigos míos periodistas que en su día se interesaron por aquel caso particular.

—¿Y piensa usted ir a verle? Será un anciano, ya…

—No es a él a quien voy a ver, sino a su hijo. Su hijo también es médico, especializado en enfermedades mentales. Es posible que este hombre se halle en condiciones de referirme algo interesante. Hay también en marcha algunas indagaciones sobre la cuestión del dinero.

—¿Qué quiere usted decir?

—Existen diversos detalles que debemos conocer. Cuando pasa algo importante hay que preguntarse quién puede haberlo perdido y quién puede haberlo ganado. A veces, se llega a conclusiones definitivas.

—En ese aspecto, dentro del caso de los Ravenscroft, supongo que se llevarían a cabo todas las averiguaciones pertinentes.