– ¿Sí, Willicombe? -preguntó Alexandra.
Él podía notar que ella estaba tan alterada que se veía tan blanca como el encantador encaje en el cuello de su vestido. Se enderezó en todo su metro setenta y cuadró los hombros.
– Soy su hombre, milord. Soy ingenioso. Aprendo rápidamente qué es qué. Podría identificar un enemigo a quince metros. Soy un hombre de acción cuando se presenta la necesidad. Soy el alma de la discreción. Me arrancan las uñas y nada saldrá de mis labios excepto un grito esporádico.
James miró a Willicombe con gran respeto. Después de todo, cuando James había nacido, Willicombe era un lacayo que de vez en cuando jugaba con él en los jardines traseros, arrojándole una pelota roja, recordó James.
– ¿Nada más que un grito, Willicombe?
– Eso es correcto, milord. Puede confiar en que iré a la tumba guardando cualquier secreto que usted desee confiarme.
Douglas dijo:
– Te agradezco, Willicombe. El hecho es que parece que alguien con venganza en mente está decidido a acortar mis días, algo que realmente no quiero.
Willicombe se paró en pointe.
– Asignaré a los lacayos para el servicio de guardia, milord. Yo mismo tomaré el primer turno, de las ocho en punto a la medianoche, todas y cada una de las noches hasta que el enemigo sea despachado. Nadie entrará en esta casa, lo juro.
– ¿Cuántos lacayos hay, Willicombe? -preguntó James.
– Ahora hay tres, amo James. Y yo mismo les diré cómo son las cosas. No tiene que preocuparse, milord.
– Gracias, Willicombe -dijo Douglas. -Estoy seguro de que Hollis estaría muy impresionado con su inventiva.
– Robert, el segundo lacayo, milord, proviene de un área nociva cercana a los muelles. Aún conoce a algunos de los bellacos allí. Haré que husmee para ver de qué puede enterarse.
– Esa es una idea excelente, Willicombe -dijo Alexandra y le ofreció una gran sonrisa.
Vieron a Willicombe salir a zancadas de la habitación, más alto, más recto, un hombre con una misión.
Jason se puso de pie.
– ¿Georges Cadoudal tenía familia? ¿Hijos?
– Creo que estaba casado con una mujer cuyo nombre era Janine. No sé acerca de los hijos.
Jason dijo:
– Debemos descubrirlo. Ahora, iré de visita a mi club. Quiero saber si alguien ha oído algo.
Se paró y enderezó su chaleco.
James dijo:
– Padre, los dos tenemos amigos que querrán ayudar. No creo que debiésemos mantener esto en secreto. Creo que deberíamos anunciarle al mundo que alguien, un francés, está intentando matarte. Todos se unirán. Todos mantendrán los ojos abiertos. Jason y yo dividiremos los clubes entre nosotros. Encontraremos a esa persona, padre, y lo destruiremos.
Douglas y Alexandra observaron a sus hijos saliendo de la sala de dibujo. Ella dijo en voz baja, mientras se acomodaba contra el hombro de su esposo:
– Ya no son niños, Douglas.
– Sí, tienes razón en eso. ¿Dónde se han ido los años, Alex?
– No lo sé, sólo quiero que continúen yendo al distante futuro. Nuestros hijos quieren protegerte ahora como siempre has querido protegerlos.
– Todavía quiero protegerlos. -Él la abrazó un momento, diciendo a su oído: -Temo que sean demasiado valientes.
Alexandra levantó la cabeza, y Douglas vio que estaba sonriendo.
– Yo también tengo muchos amigos. Las damas, sabes, oyen muchas cosas. Debemos descubrir acerca de los hijos que Georges podría haber dejado cuando murió.
– Alex, ¡no te involucrarás en esto!
– No seas idiota, milord. Soy tu esposa y por lo tanto estoy más involucrada que nadie, con la posible excepción de tu testaruda persona. Sí, comenzaré con lady Avery. Me pregunto si su esposo alguna vez le dice algo.
El rostro de Douglas estaba rojo.
– Alex, te prohíbo…
Ella le ofreció una adorable sonrisa y dijo:
– ¿Le gustaría una taza de té, milord?
Él gruñó y tomó su té.
– No correrás riesgos, milady, ¿me comprendes?
– Oh, sí, Douglas. Te comprendo perfectamente.
Algún tiempo más tarde, Douglas dijo a su esposa mientras subían la escalera centraclass="underline"
– Bien, condenación. Olvidé por completo a Corrie.
– Está bien, Douglas. Yo no. Elegí varios diseños encantadores para ella, un poco de muselina muy bonita y satén azul pálido.
Douglas sabía que no iba a estar bien. Se aclaró la garganta.
– ¿La señorita Plack cosió los vestidos?
– No, no hubo tiempo, pero Maybella me aseguró que todo estaría bien. Dijo que la doncella de Corrie podía coser en un carruaje cerrado. Es más, estoy esperando que lleguen a Londres hoy, aunque Simon estaba quejándose de que había contraído la plaga, y Corrie llevará puesto uno de sus nuevos vestidos.
Era difícil, pero Douglas se las arregló para no ponerse la cabeza entre las manos.
– La casa de ciudad de Simon está en Great Little Street, ¿verdad?
Alexandra asintió. Estaba pensando mucho, no en Corrie sino en Georges Cadoudal. Dijo:
– Ha pasado tanto tiempo desde que Georges me raptó y me llevó a Francia. Era un asunto de venganza entonces, Douglas, contra ti. Pero no es lo mismo ahora. Este es alguien escondiéndose, merodeando en las sombras, intentando matarte sin que veas su rostro.
Douglas gruñó.
– Me pregunto si Georges se casó con Janine, esa maldita libertina que te traicionó.
– Lo descubriremos.
– ¿Podría haber hablado con tanto odio de ti que cualquier hijo que haya tenido quiera ahora vengarlo? No tiene sentido por la simple razón de que no hubo ningún odio. Tú y Georges se separaron amigablemente, como le dijiste a los chicos, y yo debería saberlo. Estaba allí. Me pregunto, ¿crees que tal vez Georges siga vivo?
– Me aseguraré, de un modo u otro. Estoy de acuerdo contigo. Dado lo que sucedió entonces, la participación de Georges tampoco tiene sentido para mí.
Ella se detuvo en sus pasos, a medio camino del extenso corredor, y tomó el brazo de Douglas.
– Estuviste en una misión en Francia antes de Waterloo. Recuerdo eso porque intentaste ocultármelo.
– No fue una misión particularmente peligrosa, sólo la extracción de uno de nuestros espías bien posicionados.
– Me contaste eso, pero nada más. Ahora, ¿estaba Georges involucrado en eso?
– Nunca lo vi. Tal vez estaba cerca.
Douglas no dijo una palabra más. No iba a contarle a ella el resto de la historia por la simple razón de que no tenía nada que ver con esto.
– Lárgalo ahora, Douglas, o haré algo que no te gustará. -Él dudó, y Alex dijo: -Hasta aprendí a hablar francés para ayudar a protegerte. No porque me haya servido de mucho.
– El informante dijo algo acerca de que la venganza contra mí sería encantadora.
Alexandra se estremeció.
– Lo sabía. Es lo que esperaba.
Él había logrado desviarla del tema, pero no por mucho.
Ella recordaría que él no le había contado sobre esa misión en Francia antes de Waterloo, y lo que había sucedido. Bueno, no importaba. Había sobrevivido.
James caminó hacia Great Little Street, a pedido de su padre, para ver exactamente qué tan mal se veía Corrie con los vestidos cosidos por su doncella, cuya tela y modelo su madre había, desafortunadamente, seleccionado.
Llegó al número 27 de Great Little Street y golpeó la aldaba de bronce con cabeza de león.
Un mayordomo ruborizado le dio un vistazo y rápidamente dio un paso atrás.
– ¡Por favor, apresúrese milord, antes de que sea demasiado tarde! No sé qué hacer.
James pasó corriendo junto al mayordomo que subía nervioso las escaleras y a través de las amplias puertas dobles hacia la sala de dibujo de Ambrose. Se detuvo de repente en el umbral, totalmente asustado, para encontrar a Corrie parada en medio de la habitación, vestida con el traje más horrendo que hubiese visto jamás.