– Oh, sí. Practiqué respuestas a todo tipo de preguntas. Ya sabes, respuestas espontáneas. ¿Y sabes qué, James?
– ¿Qué?
– Ellos usaron casi todas. -Corrie frunció el ceño un momento. -Creo que la pregunta favorita fue acerca del clima.
– Bueno, supongo que eso es normal. Es agradable y cálido, digno de ser comentado. -Ella miró sobre el hombro izquierdo de él. -¿Cuál es el problema? ¿Qué hicieron además de pedirte tu opinión sobre el clima?
– Bueno, no fueron todos ellos pero, verás, desde que he des-aplastado mi busto y bajado mi escote; bueno, en realidad fue madame Jourdan quien no toleraba las críticas de tu padre acerca de mi escote -ella se puso en puntas de pie y le susurró al oído, -han estado mirando.
– ¿Eso es algo que te sorprende y te asombra? Me gustaría saber porqué cualquier mujer en esta tierra podría estar posiblemente sorprendida por eso.
– Me sorprendió al principio, lo admito. Entonces me di cuenta de que realmente me gustaba que me miraran. Supongo que si están concentrados en mis partes entonces es evidente que no me veo tan pueblerina. Pero, sabes, James, nunca me di cuenta de que los hombres encontraban esa parte en particular de la anatomía femenina tan cautivante.
Si tan sólo supieras, pensó él. La música empezó nuevamente y James dijo:
– ¿Estás lista para galopar?
Ella rió hasta que se llenaron los ojos de lágrimas.
Al costado de la pista de baile, Thomas Crowley, el hijo más joven de sir Edmund Crowley, uno de los amiguetes de Wellington, le dijo a Jason:
– ¿Quién es esa adorable muchacha con la que está bailando James?
– Sabes -dijo Jason lentamente, -he estado preguntándome eso mismo. Tal vez sea alguien de su misterioso pasado.
– James no tiene un pasado misterioso -dijo Tom. -Nosotros tampoco.
Jason lo golpeó en el hombro.
– He estado pensando que es momento de comenzar a construir uno.
Como Jason le había contado acerca de la amenaza a la vida de su padre, Tom dijo:
– Ya estás en camino. Bendito sea el Señor, ¿quién es? Por Dios, qué belleza.
Jason se dio vuelta hacia donde Tom estaba señalando. Sonrió, con esa sonrisa perezosa y segura que parecía hacer que las damas de diez a ochenta años se animaran cada vez que él se acercaba a diez metros.
Jason dijo lentamente, con esa tranquila voz suya:
– Sabes, Tom, tal vez no necesite más misterio ahora mismo.
Thomas vio a Jason concentrarse en la muchacha de cabello oscuro que lo espiaba por encima de su abanico, e ir a grandes pasos en una línea muy recta hacia ella, sin prestar nada de atención al montón de jóvenes damas, y no tan jóvenes, que intentaban colocarse en su camino. No acribilló a ninguna de ellas, pero estuvo cerca.
Tom sacudió la cabeza y se dirigió a donde su madre era el centro de atención. Intentó escabullirse detrás de una palmera cuando se dio cuenta de que ella estaba en una animada conversación con tres nobles viudas con hijas solteras.
– ¡Tom! Ven aquí, mi niño.
Había sido bien y justamente atrapado. Respiró hondo y fue a su condena.
CAPÍTULO 11
Jason Sherbrooke sonreía de oreja a oreja. Su preocupación por su padre pasó al fondo de su mente. Esta mujer se veía encantadora, y el buen Señor sabía que él no había estado tan encantado por una mujer desde que tenía quince años y había sido seducido por Bea O’Rourke, una astuta y joven viuda de St. Ives que había estado visitando New Romney y a quien le gustaba su sonrisa y sus adorables, muy ocupadas manos, le había dicho mientras le mordisqueaba la oreja.
Esta muchacha tenía ojos muy, muy oscuros, encendidos de inteligencia y humor. Entonces ella abrió bruscamente su abanico cerrado y esos encantadores ojos desaparecieron. Él vio cabello negro brillante apartado de una frente blanca. Hubiese jurado que podía ser hija de Bea. Pero Bea no tenía hijos, sólo dos hijos varones que estaban en la marina del rey, eso le había dicho ella cuando habían estado juntos por última vez, a principios de agosto.
Miró alrededor en busca de su madre o su chaperona y se encontró mirando el huesudo rostro de lady Arbuckle, conocida por su falta de humor y su tediosa piedad. ¿Esta encantadora y joven criatura con ojos pícaros era pariente de lady Arbuckle? No, eso no era posible. Pero lady Arbuckle se veía como el dragón protegiendo el tesoro.
– Lady Arbuckle -dijo, poniendo en marcha todo el encanto que había aprendido de su tío Ryder a través de los años.
– Observen a su tío -les había dicho su padre a él y a James. -Puede sacar una verruga del mentón de una dama. Si les resulta inconveniente utilizar fuerza bruta, podrían tomar en cuenta el encanto para obtener lo que quieren.
– Válgame Dios, ¿eres tú, James?
– No, soy Jason, señora.
– Ah, qué terriblemente familiar se ve cada uno de ustedes cuando veo al otro. ¿Cómo están tu madre y padre?
– Están bien, señora. -Jason sonrió hacia la muchacha que ahora bajaba la mirada hacia los dedos de los pies de sus zapatillas lila muy pálido. -¿Y lord Arbuckle?
La dama se puso tensa como un poste.
– Está tan bien como puede esperarse.
Eso no tuvo sentido para Jason, pero asintió amablemente antes de decir:
– ¿Podría presentarme a su encantadora compañera, señora?
Lady Arbuckle hizo sólo una pausa infinitesimal, pero Jason la vio y se preguntó por ella. ¿Estaría preocupada de que él no fuera exactamente el tipo de caballero que debía ser?
– Esta es mi sobrina, Judith McCrae, que ha venido conmigo a Londres para hacer su presentación en la reunión social. Judith, este es Jason Sherbrooke, el segundo hijo de lord Northcliffe.
Jason estaba totalmente preparado para desilusionarse cuando ella abriera su encantadora boca; estaba preparado para ver y oír tonterías o afectación; estaba preparado para desear estar a miles de kilómetros de allí. Pero no estaba preparado para el golpe de lujuria que rugió dentro suyo cuando ella le sonrió, el hoyuelo en el lado izquierdo de su boca haciéndose más profundo.
– Mi padre era irlandés -dijo ella, y permitió que él tomara su mano.
Dedos largos, delgados, y tan, tan suave era su piel. Él le besó suavemente la muñeca.
– Mi padre es inglés -dijo Jason, y se sintió estúpido. Nunca en su vida se había sentido estúpido con una muchacha, pero ahora sentía como si no tuviera nada en la cabeza excepto incesantes olas de lujuria que le estaban cociendo el cerebro, y el buen Señor sabía que no había más en la lujuria que más lujuria. -Mi madre también es inglesa.
– Mi madre era una muchacha de Cornualles de Penzance. Ella y tía Arbuckle eran primas segundas. Me llama su sobrina porque me quiso desde el momento en que nací. Es mi única pariente viva ahora. Me está dando una Temporada. ¿No es eso bondadoso de su parte?
Jason recordó entonces que la finca campestre de lord y lady Arbuckle estaba cerca de St. Ives, en la costa norteña de Cornualles. Dijo:
– Oh, sí, es tan bondadoso como adecuado. ¿Usted ha vivido en Cornualles?
– A veces. Mi padre era de Waterford. Crecí allí.
A Jason le encantó la voz cadenciosa, las suaves vocales bajo la almidonada cadencia inglesa. Nunca había sabido que el inglés sonara tan dulce.
– ¿Le importaría bailar conmigo, señorita McCrae?
Judith miró hacia lady Arbuckle. Los labios de la dama eran una desaprobadora línea tensa. Él no era un libertino, de ningún modo… ah, no era el primogénito, el heredero. Probablemente ella se preguntaba acerca de sus ingresos. ¿Por qué pensaría en una cosa así? Era sólo un maldito baile lo que quería, nada más.
– La traeré de regreso enseguida, señora. ¿O tal vez querría hablar con mi madre? ¿Para que le asegure que no soy rabioso y que no tengo hábitos claramente alarmantes?
Lady Arbuckle pareció estudiar esas arqueadas palmeras unos buenos treinta segundos antes de que ofrecerle un mezquino asentimiento.