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– ¿Qué tiene que ver eso contigo?

– Bueno, tal vez absolutamente nada si no logras ver cualquier comparación evidente.

– Escúchame, Corrie. No bailes con Devlin Monroe. Aconsejo enérgicamente que lo evites.

– Se ve como un vampiro hasta que sonríe, entonces es bastante apuesto, de hecho.

– ¿Vampiro? ¿Devlin? Oh, te refieres a su palidez. -James se veía pensativo, frotando su mentón. -Sí, es conocido por su palidez. ¿Un vampiro? Ahora que lo pienso, quizás, no lo he visto jamás durante el día.

– ¿De veras? Oh, cielos, James, tal vez… oh, maldito, estás tomándome el pelo.

– Por supuesto que estoy tomándote el pelo, Corrie. Pero Devlin, escúchame ahora, tiene una reputación de involucrarse en tipos de cosas muy diferentes…

– ¿Qué tipo de cosas diferentes?

– No necesitas saber eso. Sólo obedéceme y estarás bien.

– ¿Obedecerte? ¿A ti?

Ella echó la cabeza atrás y rió, no pudo evitarlo, y muchas cabezas femeninas giraron para ver la fuente de esa risa… si es que ya no estaban mirando, con su foco en James, naturalmente.

– Prácticamente te crié. Sí, préstame atención. Soy mayor, he tenido más experiencia y, más importante, soy hombre, y por lo tanto sé sobre los otros hombres y sus instintos… bueno, no importa. Simplemente evita a Devlin Monroe.

– ¿Instintos qué? ¿Quieres decir perversos? ¿Estás diciendo que Devlin Monroe es perverso? ¿No hace falta a un hombre muchos años y mucha concentración para alcanzar la verdadera perversidad? Devlin es joven. ¿Cómo sería posible que fuera perverso?

James quería tomar entre sus manos ese adorable cuello blanco que nunca antes había visto, podía jurarlo, deslizar suavemente los dedos alrededor de él y apretar.

– No dije que fuera perverso. Le gustan diferente tipo de cosas.

– Bueno, a mí también. ¿Es esto lo que te otorga la experiencia, James? ¿Perversidad?

– No, no seas ridícula. Olvida a Devlin. Ahora, veo a Kellard Reems hablando con tu tía Maybella. Él es bastante normal. Baila con él. Si devora tus sen… tu busto con los ojos, me lo dices y le haré bajar los dientes por la garganta de una patada.

Corrie susurró, casi ahogada:

– ¿Los hombres dicen senos?

– Olvida eso.

Pero no iba a olvidarlo. Corrie se observaba atentamente con nuevos ojos.

– Es, bueno, tan inequívoca esa palabra.

– Sí, eso es cierto. Los hombres tendemos a ser inequívocos y francos, a diferencia de las damas, que deben endulzar todo con encajes, volados y palabras extravagantes, como busto.

– Senos -repitió ella lentamente, saboreando totalmente esa palabra mala, y James la tomó de los brazos y le dio un sacudón, cualquier cosa para borrar esa expresión pensativa de su rostro.

– Escúchame, Corrie, no querrás decir eso, especialmente frente a un hombre. ¿Me comprendes? Un hombre podría… muy bien, con seguridad tendrá la impresión errónea sobre tu virtud y se obsesionará con las actividades que podrías compartir con él. Es busto, Corrie. Eso es todo. ¿Lo prometes?

– Ah, allí está Devlin el vampiro. Mira esa linda sonrisa suya. Dientes blancos contra ese rostro blanco suyo, y esos ojos realmente oscuros… iguales a los ojos de Judith McCrae, ¿no lo crees?

– No, no lo creo.

– Sí, todos oscuros y chispeantes, y… creo que le preguntaré qué hará a medianoche, y le ofreceré mi cuello.

James recordó su mano aporreando su trasero aquel día. Esa mano se flexionó, le cosquillearon los dedos.

Ella lo dejó, sin siquiera un asentimiento de gratitud por haberle dado un consejo valioso. No, se había alejado, abanicándose, porque él había danzado con ella en la pista de baile y a Corrie le había encantado. Al menos no le había dado una de sus sonrisas de desdén patentadas que lo hacían querer restregarle la cara en el barro.

James se quedó allí parado, frunciendo el ceño, hasta que sintió unos dedos sobre su manga y se dio vuelta para ver a la señorita Milner moviéndole las pestañas. Suspiró, sólo un suspiro muy breve porque era un caballero, se dio vuelta y sacó a la luz una sonrisa.

En cuanto a Jason, él llevó bailando a la señorita Judith McCrae hacia las enormes puertas de cristal que daban al balcón Ranleagh y los jardines debajo, y la imaginó desnuda.

Ella lo miraba riendo. ¿Qué había dicho que fuera divertido? No parecía poder recordarlo. Sí, la imaginaba riendo, y desnuda.

Disminuyó el paso porque el vals estaba llegando a su fin.

– Dígame cuánto tiempo estará en Londres.

– Tía Arbuckle quiere regresar a Cornualles para Navidad.

– ¿Tiene hermanos? ¿Hermanas?

Ella se detuvo y finalmente dijo con una sonrisa:

– Bien, tengo un primo. Es dueño de una caballeriza llamada The Coombes cerca de Waterford.

– ¿Es este primo mayor que usted, señorita McCrae?

– Oh, sí, es mucho mayor.

El vals terminó. Jason sonrió a esta hermosa jovencita. Le gustaría llevarla a dar un lindo paseo deambulante por los jardines Ranleagh, pero no podía ser. Le ofreció el brazo y la acompañó de regreso con su tía.

– Milady -dijo, e hizo una leve reverencia. -Confío en que lord Arbuckle se sentirá mejor pronto.

Lady Arbuckle dijo:

– Eso es muy amable de su parte, señor Sherbrooke.

Y Judith dejó caer su abanico.

– Oh, cielos, soy tan torpe. No, no, señor Sherbrooke, lo tengo.

Pero, por supuesto, él descendió para tomar el abanico y se lo entregó, sonriéndole mientras lo hacía.

– No está roto. Un placer, señorita McCrae, lady Arbuckle.

Jason hizo otra reverencia y se marchó. Espió a Tom caminando hacia la entrada, sin mirar a izquierda ni derecha. Se veía como un sabueso que acababa de olfatear un venado, con las fosas nasales abiertas. Eran croquetas de langosta. Tom podía oler una croqueta de langosta a unos buenos diez metros.

Jason se unió a él, y luego de que Tom hubiese devorado una buena media docena y bebido dos copas del suicida ponche de champagne, abandonaron el baile Ranleagh para ir a White’s, Jason logrando esquivar la tropa de jovencitas y no tan jovencitas avanzando hacia él. Captó la mirada de su hermano y asintió.

Ese asentimiento significaba que tenían más planes que hacer, pero no en ese mismo momento. James volvió su atención a la hermosa señorita Lorimer, probablemente el diamante de la Pequeña Temporada, que sin dudas bailaba muy bien el vals y tarareaba mientras danzaba. James estaba encantado.

Cuando James levantó nuevamente la mirada por casualidad, fue para ver a Corrie bailando con Devlin Monroe.

– ¿Cuál es el problema, milord?

– ¿Qué? Oh, absolutamente ninguno, señorita Lorimer, sólo buscaba a una amiga de la infancia que sigue desobedeciéndome.

– Hmm -dijo la señorita Lorimer. -Suena más como que usted es su padre, milord.

– Dios no lo permita -dijo James mientras el vals terminaba.

Vio a Corrie tomar el brazo de Devlin, y caminar hacia la enorme mesa de banquete, junto al tazón casi vacío de ponche de champagne lo suficientemente fuerte como para marchitar los escrúpulos de una muchacha luego de una copa. Maldijo en voz baja.

Cuando dejó a Juliette Lorimer con su mamá y una cariñosa sonrisa, Juliette dijo:

– Creo que me quedaré con él, mamá. Aunque fuese aburrido o disoluto, lo cual no parece ser, una podría igualmente observarlo, y eso daría placer suficiente, ¿no lo crees?

Lady Lorimer miró a la magnífica criatura que había dado a luz, y dijo con su voz práctica:

– Dado que eres la jovencita más hermosa en este salón de baile y que James Sherbrooke es el hombre más apuesto, creo que un matrimonio semejante produciría hijos tan superiores las personas mortales que probablemente serían asesinados para que la civilización pudiera seguir adelante.

La señorita Lorimer rió encantadoramente.