Él dio un paso atrás, de otro modo podría agarrarla, arrojarla sobre sus rodillas y azotarla otra vez, aunque dudaba que ella lo sintiera.
– ¿Cuántas enaguas llevas?
– ¿Qué?
– ¿Cuántas enaguas tienes bajo ese vestido?
La mente de un hombre, pensó Corrie, es una cosa asombrosa.
– Bueno, déjame ver. -Golpeteó la punta de sus dedos contra el mentón. -Están mis calzones, luego mi camisola… sabes, me llega casi a las rodillas y tiene un bonito encaje alrededor del cuello, es de muselina blanca y suave… ¿Qué es esto? ¿Tienes los ojos bizcos? Preguntaste…
– Háblame sólo de las enaguas, no del resto. Por el amor de Dios, Corrie, uno no habla de sus calzones, mucho menos sobre la suave camisola de muselina blanca, especialmente frente a un hombre.
– Muy bien, supongo que tampoco quiero saber qué llevas bajo tus pantalones. Ahora, ¿dónde estaba? Está la enagua de franela, sólo una, para mantenerme toda calentita aun cuando ya hace calor. Luego hay cuatro de algodón, y encima de todo está una enagua de lino blanco muy bonita que, si resulta que mi vestido se levanta con el viento, mostrará incluso a las damas más críticas que estoy bien vestida bajo mis ropas. En cuanto a lo que los caballeros pensarían, bueno, tendrás que darme la respuesta a eso, ¿verdad? Ahí tienes, ¿estás contento ahora? ¿Por qué diablos quieres saber sobre mis enaguas?
– Me gustabas más con pantalones. Podía ver exactamente en qué andabas.
– ¿Y qué significa eso?
– Podía ver tu trasero. Bueno, no realmente; esos condenados pantalones eran tan sueltos.
Esta era la sala de dibujo de su tía. Tío Simon estaba instalado en su estudio, a no más de seis metros. Su tía Maybella, cielos, podría estar justo al otro lado de la puerta, escuchando.
– No debes hablar de mi trasero, James. Seguramente no es lo correcto.
– No lo es. Me disculpo.
– Bueno, olvida mis pantalones también. Siempre te burlabas de ellos, en cualquier caso. ¿No te gusta mi vestido? Tu padre lo escogió. Es muy blanco, todo virginal, ¿no lo crees?
– Sigue pasando tiempo con Devlin Monroe y no tendrás un pensamiento virginal en tu cabeza. Sin mencionar el resto de ti.
– ¿Ahora estás acusándome de quitarme la ropa con un hombre al que apenas conozco? ¿De sacarme todas esas malditas enaguas?
– Te vi bebiendo ese ponche de champagne anoche. Era algo peligroso, para nada adecuado para jovencitas. Bailaste el vals con él dos veces, Corrie. No fue correcto de parte de tu tía permitírtelo.
– Ella estaba flirteando con sir Arthur. Te vi pasando un momento maravilloso con esa señorita Lorimer, quien, dice mi tía, es considerada el mejor partido en Londres por el momento, y ¿no es una pena que haya tenido que aparecer cuando yo llegué? ¿La pasaste bien con ella, James? ¿Lo hiciste?
– Juliette…
– ¿Su nombre es Juliette? ¿Como la condenada colegiala de Romeo? Eso hace que quiera… -No escupas, no en la sala de dibujo de tu tía. Los ojos de James destellaban. Ella no sabía si eran violeta o ese tono de azul que hacía que le dolieran las entrañas, pero los vio destellar. Cambió de dirección. -Ah, seguramente es encantadora, ¿verdad? Pero sabes, James, he oído que prefiere diferentes tipos de cosas, tal como Devlin Monroe, y no creo que sea acertado de tu parte pasar demasiado tiempo con ella. Podrías encontrarte sin tus pantalones y, ¿no sería eso escandaloso?
James sólo podía mirarla fijamente, con la boca abierta, su cerebro blando en la cabeza.
– ¿Qué tipo de cosas diferentes? ¿Estás diciendo que la señorita Lorimer es casquivana?
– ¿Quieres decir si pienso que es perversa? ¿Como Devlin Monroe?
– Nunca dije que fuera perverso, maldita sea.
– Bueno, en realidad tampoco estoy diciendo que la señorita Lorimer sea perversa, James. Dije que prefiere diferentes tipos de cosas y…
– ¿Qué tipo de cosas?
Esas ridículas palabras salieron bailando de su boca antes de que pudiera decirse que ella lo estaba ensartando como a un róbalo en un sedal, pescándolo lentamente, y él, como el tonto que era, estaba saltando hacia su mano. Era un idiota. Toma las riendas, toma las riendas.
– No, olvídalo, cállate.
– Pero estás interesado, ¿cierto, James? Quieres saber qué le gusta hacer a las jovencitas que se inclinan al libertinaje. Admítelo.
Era un idiota, un idiota al que ella estaba pescando sin un solo gancho en su línea.
– Muy bien, dímelo.
Ella se acercó más, peligrosamente porque él estaba perfectamente preparado para retorcerle el cuello, y susurró:
– Oí decir que a Juliette le gusta representar papeles lascivos en obras. Como la Lysistrada de Aristófanes, ya sabes, esa obra griega donde la mujer le dice al hombre que no harán…
James miraba fijamente ese rostro que conocía tan bien, que podría cerrar los ojos y hacer vagar sus dedos sobre él y saber exactamente qué estaba viendo. La parte de él que aún era el róbalo siendo pescado dijo:
– ¿Cómo sabes eso?
Corrie se inclinó aun más cerca, sin tocarlo.
– Oí por casualidad a algunas muchachas hablando sobre eso en la salita de las damas anoche. Y como estoy interesada en Devlin Monroe y los diferentes tipos de cosas que él prefiere, hablé con la señorita Lorimer y le dije que yo también podía actuar, especialmente personajes de gran flexibilidad moral. Ella dijo que también era su tipo de personaje preferido. Me dijo que la gente buena es aburrida, que apartarse un poquito del camino es emocionante. ¿Qué pasaría cuando se apartara de ese camino? -Corrie se acercó más. Él podía sentir su respiración en la mejilla. -Pensé en ensuciar el ruedo de mi vestido y, después de ese primer gran paso, bueno, entonces tal vez perderé las horquillas en mi cabello. ¿Qué piensas, James?
El sedal se cortó. James la tomó de los hombros y la sacudió. Quería azotarla, pero eso no pasaría, al menos no allí en la sala de dibujo de su tío. Quizá la próxima vez que ambos estuvieran en casa, podría llevarla de regreso a aquella roca, podría bajarle esos pantalones suyos por las caderas y…
– Escúchame, Corrie. Realmente he tenido suficiente de esto. Podrías evaluar olvidarte de Aristófanes y lo que hacían esas mujeres en su obra, lo cual, por supuesto, no puedes comenzar a entender, pese a toda tu charla sobre flexibilidad moral. También podrías evaluar olvidarte de Juliette Lorimer y sus obras. No querrías actuar en una obra así. No querrías apartarte del camino y ensuciar el ruedo de tu vestido.
– ¿Por qué no?
– No lo harás, y allí se termina el asunto. Ahora, insisto rotundamente en que olvides a Devlin Monroe. Le escribirás una nota explicándole que no volverás a verlo. ¿Me entiendes?
– Estás gritando, James. Me gusta Devlin; es heredero de un ducado. Cielos, ya es conde.
– ¡Suficiente!
– Tú sólo eres heredero de un condado. -Ella volvió a acercarse. -¿Es posible que Juliette quiera tu dinero?
Eso fue demasiado. James finalmente se libró del sedal. Rugió:
– ¡Si te veo con Devlin Monroe, te azotaré!
Ella sonrió sarcásticamente, una mueca plena, insolente y totalmente gratificante. Para enfurecerlo aun más, cruzó los brazos sobre el pecho y empezó a silbar.
James se controló. No dijo ni una palabra más. Giró sobre sus talones y casi atropelló a la tía Maybella en su camino fuera de la sala de dibujo.
– ¿James? ¿Jason?
– Soy Jason, señora, y discúlpeme pero debo partir.
– Bien, yo… adiós, querido muchacho.