– La madre de Willicombe estuvo un poquito atrasada con su predicción. Se suponía que lloviera cerca de medianoche.
– No puedo imaginar que Willicombe tenga una madre -dijo Corrie, y dio un respingo cuando Ben maldijo a la lluvia y su pie amoratado.
Billy se sumó, maldiciendo a Corrie por la horquilla en su brazo. Augie se quedó allí parado, con las manos en las caderas, mirando a sus dos acompañantes con evidente indignación.
Como las hojas los protegían un poquito del diluvio, los dos detestaron pensar en salir al aire libre. Se quedaron otros cinco minutos hasta que los tres hombres lograron cojear por el camino.
– Todos vamos en la misma dirección -dijo Corrie. -Bien, demonios.
– No hay más que decir -dijo James. -Vamos a doblar hacia la costa. Tiene que haber una aldea de pescadores no muy lejos de aquí.
– Muy bien. Al menos no tendremos que preocuparnos porque esos tres bufones nos agarren desprevenidos. Sabes, James, podríamos atacarlos ahora. ¿Qué piensas?
Él negó con la cabeza.
– Demasiado riesgo. -Entonces se detuvo en seco. -Si pudiéramos atrapar a Augie, tal vez podríamos obligarlo a decirnos quién le pagó para que me secuestrara.
Los ojos de ella brillaron aunque parpadeaba furiosamente para evitar ser cegada por la lluvia.
– Seguramente no estarán esperándonos, ¿cierto?
Los relámpagos cayeron otra vez y oyeron a un hombre gritar.
– Vamos, Corrie. No podemos mojarnos más de lo que estamos ahora, bueno, no mucho más.
Salieron corriendo del bosque y por el camino tras sus villanos, con la lluvia azotando contra sus rostros, sin luna ahora, sólo hinchadas nubes negras. Apenas podían ver el camino tres metros delante de ellos.
Los alcanzaron rápidamente, porque a Billy evidentemente le dolía, y Augie y Ben tenían que sostenerlo, Ben con un solo brazo bueno.
Disminuyeron el paso, escuchando a los hombres maldecir.
– Nunca oí esa palabra, James. ¿Qué signi…?
– Calla. Nunca digas esa palabra, ¿me comprendes?
Corrie se pasó la mano sobre los ojos y se apartó el pelo del rostro.
– Pero sonaba como tet…
– Calla. Esto es lo que vamos a hacer.
Tres minutos más tarde, James se acercó más a los tres, levantó su arma y disparó directo al brazo de Augie. Un disparo, un grito y más maldiciones.
Como James pensaba, Ben dejó caer a Billy al suelo, y Augie no sabía si agarrarse el brazo o sacar el arma, así que hizo ambas. El disparo hizo caer una rama de árbol. Billy, cojeando, y Ben sosteniendo su brazo, fueron hacia las malezas. Los habían incapacitado a los tres.
– Suelta el arma, Augie -le gritó James, -o la próxima bala atravesará tu cabeza. Tengo dos armas, sabes, así que no dudes de mí.
– ¡Joven! ¿Realmente eres tú? -La mano de Augie protegía sus ojos, intentando desesperadamente ver a James a través de la fuerte lluvia. -¿Por qué querrías disparar al viejo Augie ahora? En realida’ no te hice nada malo… ni siquiera lo que me pagaron pa’ hacer… sólo te preocupé un poquito, te di un poquito de golpes.
– Suelta el arma, Augie, es la última vez que te lo digo.
Augie la dejó caer, aunque había probabilidades de que sólo tuviera una bala y que ahora estuviera vacía. Pero era mejor no correr ningún riesgo.
– Bien. Ahora, Augie, no te meteré una bala en la cabeza si me dices el nombre del hombre que los contrató a los tres para secuestrarme.
Augie, pese a la lluvia, tiró de su oreja, maldijo a sus pies y suspiró.
– Un hombre tiene que protege’ su repu’ación, muchacho. Si te digo su nombre, mi repu’ación estará en el lodo.
– Al menos estarás vivo.
James apuntó el arma a la cabeza de Augie.
– No, no puede’ hacerlo, ¿verda’? Dispara’me en el coco como si fuera un mal hombre… bueno, no te preocupe’ po’ eso. No, no me dispares. Bueno, maldición. Oh, está bien, el tipo que nos dio el pedido, dijo que su nombre era Douglas Sherbrooke. Nunca ante’ oí ese nombre, así que no puedo decirte quién é el tipo. Ahora no me dispararás, ¿verda’, joven?
Tanto James como Corrie lo miraban boquiabiertos. Ella dijo:
– Pero eso no tiene sentido, James.
– Es una broma retorcida, tiene todo el sentido. ¿Qué tan viejo era ese hombre, Augie?
– Un joven, como usté, melord. Hey, oí la voz desa muchachita. Quiero azota’ bien el trasero desa muchachita. Lo arruinó todo pa’ nosotros, lo hizo. Casi incendió esa encanta’ora casa y clavó esa maldita horquilla en el brazo de Ben. No é una dama, no lo é, una real de’gracia para sus padres, yo diría, saliendo así sin chaperona, ve’tida de blanco para hacerno’ pensar quera un fanta’ma. En cuanto a lo’ caballos, lo que hizo no fue…
– Deja de lloriquear, Augie. Ella te ganó sin hacer trampa. Si no crees que sea una dama, puedes llamarla mi caballero blanco -dijo James.
– É una de’gracia, lo é, hace’le eso a tres hombres grande’. Tal ve’ si hubiese sido mi hija podría haberle enseña’o cómo afanar a lo’ finos se’ores, pellizcar monedas dire’to de sus bolsillo’, nunca se enterarían. Tiene’ agallas, muchachita, no mucho cerebro po’que metió ese jamelgo dire’to en la casa, pero tiene’ agallas, montone’ de agallas.
– Muy bien, Augie, la verdad es que Corrie sería una horrible carterista. Es su rostro, lo ves. Uno sabe exactamente qué está pensando. Terminaría sentada a tu lado en una cárcel. Ahora, si puedes gritar a Ben y Billy que salgan de su escondite, y entonces los tres pueden marcharse.
– Ere’ un buen muchacho, eso é lo que le dije a mi’ amigos, ¿verda’?
– No sé qué les dijiste, Augie, porque uno de tus amigos me golpeó en la cabeza.
– Bueno, esa’ cosas pasan, estos cha’quitos de barro en la vida.
– Márchate, Augie. Vete. No quiero volver a verte otra vez.
Corrie le preguntó:
– ¿Cuánto te pagó este Douglas Sherbrooke, Augie?
– Las muchachitas no deberían preocupa’se por negocio’ de hombres, pero eran diez libra’ para secuestra’lo y otras treinta cuando lo entregara a este tipo Sherbrooke.
– Espero que no hayas gastado las diez libras -dijo Corrie. -Me pregunto qué les hará este tipo cuando descubra que han fracasado en entregar la mercancía.
Augie gruñó ante ese pensamiento, y luego silbó llamando a Billy y Ben. Corrie, con una encantadora mueca de desdén en su rostro, y James, cerca de la risa, se metieron en el bosque y vieron a los tres hombres tambalearse de regreso al camino.
– ¿Ahora qué? -dijo Corrie. Los relámpagos alcanzaron una rama de árbol. Cayó, humeante, a menos de un metro frente a ellos. -Oh, cielos, ¿crees que eso es una especie de mal presagio?
– Creo que significa que es mejor que nos dirijamos de regreso a Londres. Augie y sus muchachos no están completamente derrotados, y perderán treinta libras y sus reputaciones si no me entregan. No corramos riesgos. Mantente lo más caliente que puedas, Corrie. No quiero que te enfermes.
– Esta noche es sin dudas una desgracia -dijo Corrie, y se apretó cerca de James mientras comenzaban a caminar por la ruta en dirección opuesta a los tres villanos.
Ella empezó a silbar una cancioncita que había aprendido de uno de los mozos de cuadra Sherbrooke. James se rió, no pudo evitarlo. Rogaba que ella no conociera las palabras. Aunque pareciera mentira, no podía pensar en otro momento en que hubiese reído tanto como hora, en una noche que creía firmemente que sería su última.
Caminaron junto a los acantilados, con el viento aullando más fuerte ahora, ambos llenos de lluvia y olor a agua de mar. Podían escuchar las olas chocando contra las rocas debajo.
De pronto James vio el destello de un farol, luego otro. La lluvia estaba amainando, gracias a Dios, y un poco de luna brillando a través de las hinchadas nubes negras. James vio dos barcos parados en la playa y al menos seis hombres en una línea de los barcos al acantilado donde se encontraban.