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– Cuando pienso en qué llevó a eso, le agradezco a Dios que no estés muerto. Corrie es de las buenas, James. Bajo ese vergonzoso sombrero viejo estaba escondida una dama. Debes admitir que te has sorprendido con su transformación.

James se veía abatido.

– Él tiene razón, James. Es más, no tienes opción en el asunto, absolutamente ninguna.

Douglas Sherbrooke caminó al lado de la cama de su hijo, tocó ligeramente su frente con la palma, asintió y se sentó en el gran sillón junto a la cama.

– Corrie vino volando a la biblioteca para preguntarme muy amablemente si por casualidad tenía algún brandy que no la pusiera enferma.

– ¿Le diste algo?

– Sí. Le di mi brandy Florentino especial, garantizado para no desbaratar las entrañas.

– No existe una cosa así -dijo Jason.

– Verdad.

– ¿Dónde está ella, señor? ¿Se marchó? ¿Está escondida en la biblioteca? ¿Le dijo por qué quería el brandy?

Douglas asintió lentamente.

– Luego de un poco de insistencia. Chantajeo, en realidad. No quise darle nada de mi brandy especial a menos que me contara todo. Ella cedió, dijo que te sentías responsable por lo que había sucedido y que habías dicho que tenían que casarse. Entonces tragó el brandy aguado, eructó, si mal no recuerdo, y se marchó sin decir una palabra más.

– No lo hice bien -dijo James. -Quiero decir, empecé bien, con una encantadora especie de metáfora del futuro acerca de nuestros hijos y nietos.

– Esa es una imagen que me da que pensar -dijo Douglas.

James lo descartó.

– Señor, seguramente ella se dará cuenta de que no hay otro curso que podamos seguir. No quiero casarme, al menos ahora mismo, pero simplemente no hay opción.

Douglas estaba golpeando los dedos, mirando fijamente el cuadro en la pared opuesta, que James había comprado en Honfleur tres años atrás. Una jovencita estaba sentada sobre una roca, sus faldas extendidas a su alrededor, mirando hacia un valle verde que se extendía debajo suyo. Douglas se encontró sonriendo. La muchacha se parecía sorprendentemente a Corrie.

Jason dijo:

– Recibiré a nuestros amigos esta noche para dar parte de qué han descubierto, aunque dudo que sea mucho, de otro modo hubiesen venido corriendo aquí inmediatamente. ¿Nos reunimos aquí en tu recámara?

James asintió. De pronto se sentía tan agotado que le dolían los huesos. Cerró los ojos. La voz de su padre, cálida y profunda, le dijo cerca del oído:

– Estás a salvo y te pondrás bien, James. En cuanto al resto, las cosas se solucionarán.

– Creo que Devlin Monroe va a proponerle matrimonio.

Ese anuncio llevó dos pares de ojos sorprendidos a su rostro.

– ¿Por qué haría eso Devlin? -dijo Douglas. -No tiene sentido.

Jason dijo, encogiéndose de hombros:

– Es una original. A Devlin le gustan las originales.

– No puede casarse con él -dijo James, -aunque ella lo divierta. Corrie lo mataría cuando descubriera que todavía tiene amantes esperando al acecho. Le atravesaría la panza con una horquilla y luego la colgarían por eso. No quiero casarme con ella, pero tampoco quiero que la cuelguen.

Jason dijo:

– Tal vez debería hablar con Devlin. Decirle cómo son las cosas aquí.

– Sí, haz eso, Jason. Córtale las piernas. Lo último que quiero es que se case con él para salvarme. Eso es lo que está haciendo, por supuesto. Cree que no es justo que tenga que casarme con ella debido a lo que sucedió.

– Me marcho, entonces -dijo Jason, y sus ojos se oscurecieron casi al púrpura.

Y sonrió.

James dijo:

– Sabes, con Corrie como esposa, nunca tendré que preocuparme por aburrirla con charlas sobre las cascadas plateadas a través del anillo de Titán. Recuerdo cuando le conté sobre mi descubrimiento… sus ojos chispearon. Sí, chispearon, fue exactamente eso lo que sus ojos hicieron. Ella me escuchó, sabes cómo es… se sienta ahí, con los ojos pegados a tu rostro, como si quisiera agarrar las palabras apenas salen de tu boca. Entonces me pidió que se lo contara otra vez, para asegurarse de haber comprendido todo.

Y, de pronto, James recordó los ojos de Corrie brillando de ese modo cuando le había regalado una muñeca en su sexto cumpleaños. Había estado comprando un regalo para su madre cuando había visto la muñeca apoyada contra un montón de tela. Rostro pálido, grandes labios rojos, y ojos que le recordaban a los de Corrie. Lo había avergonzado comprarla, aun más dársela, pero ella la había sacado del papel, presionado contra su pechito delgado y lo había mirado, con los ojos chispeando. Y más, por supuesto. Con amor. Con adoración.

James había querido huir entonces; quería huir ahora.

– Según recuerdo -dijo Jason, -tú y Corrie solían pasar mucho tiempo acostados afuera, mirando las estrellas, y le contabas todo lo que sabías.

– Eso fue mucho tiempo atrás.

– Fue hace dos meses. Lo recuerdo porque estabas emocionado porque Mercurio se acercaba tanto a la Tierra.

Era verdad, maldición. Tantas noches ella se había escabullido de la casa de su tío y se habían recostado de espaldas, mirando a los cielos.

– Siempre quería hablar sobre la luna; siempre ha estado fascinada con la luna. Y, sabes, no necesita hablar, como la mayoría de las muchachas. Está perfectamente bien con un bendito silencio.

James se preguntaba si los ojos de Juliette Lorimer chispearían si asistiera a su charla en la reunión de la Sociedad Astrológica.

Matrimonio con la mocosa. Dios querido, ¿cómo podía ser posible algo así?

CAPÍTULO 24

La mañana siguiente, James había tomado algo de té y comido dos rodajas de tostadas cuando Corrie apareció de pronto en la puerta de su dormitorio. Entró, vestida bastante bien con un vestido mañanero de pálido marrón dorado, con un encantador chal a juego de un marrón más oscuro que añadía un toque de dorado en sus ojos.

Él levantó una ceja altanera al mirarla.

– Hola, Corrie. ¿Te marchaste?

– ¿Qué quieres decir? Por supuesto que me marché.

– Parece que prácticamente estás viviendo aquí ahora. Adentro y afuera, en mi dormitorio, en el estudio, bebiendo el brandy Florentino de mi padre; estás en todas partes, incluyendo la cocina para robar bizcochos, me dijo Willicombe. Cuando estemos casados habrá poco cambio. -Ni una palabra salió de la boca de ella, ni siquiera una palabrota. -¿Mi padre escogió ese vestido para ti?

– ¿Qué? ¿Mi vestido? Bueno, sí, lo hizo. -Ella se movió nerviosamente un instante. -¿Te gusta?

– Sí, es encantador.

Ella descartó eso con un movimiento de la mano.

– Escucha, James, tu madre visitó a mi tía Maybella. Estaban ellas dos solas, y tuvieron las cabezas cerca durante una hora entera. Como sigues un poco enclenque, tuve que venir aquí a verte. Quiero saber porqué tu madre estuvo con mi tía.

Había empezado a pasearse, y a él le gustó el modo en que se veía, gracias a Dios. Entonces ella arrojó el chal sobre una silla junto con su ridículo, se dio vuelta para decirle algo más y él vio que ese condenado vestido que llevaba casi se le caía de los hombros.

– Vuelve a ponerte tu maldito chal. Tu vestido es demasiado escotado. No puedo creer que mi padre haya ordenado un vestido que te deja casi desnuda hasta la cintura.

Para sorpresa de James, ella le sonrió. Se encogió de hombros, deslizó los dedos bajo el vestido y lo tiró un poquito más hacia abajo.

– En realidad, tu padre no sabía que Madame Jourdan me guiñó el ojo cuando él le ordenó que cortara el canesú hasta cerca de mi mentón. -Corrie se inclinó hacia él y sacó pecho. -Se ve perfecto, así que cierra la boca.

James, sin pensar, sin evaluarlo para nada, saltó de la cama y fue a zancadas hacia ella, tan furioso que jadeaba. Agarró el corpiño y lo subió de un tirón hasta el mentón. Y oyó un desgarrón. Corrie no dijo una sola palabra, sólo se quedó allí parada, mirándolo fijo.