– No, no lo hizo. Me dijo que le parezco un deleite, esas fueron sus palabras. No me malentiendas. Ser un deleite suena realmente ingenioso, pero eso no es lo importante en el matrimonio, James.
– ¿Le dijiste eso?
– Oh, sí. Él dijo que era un buen comienzo, si no estaba yo de acuerdo, y dije que sí, pero dije que sólo era un agradable preámbulo para, digamos, un picnic o un paseo por el parque, no el matrimonio. -Ella había aniquilado a Devlin; lo había mandado a ocuparse de sus asuntos; lo había rechazado rotundamente. James sonrió. El alivio fluyó dentro suyo. -Le dije que lo pensara con más profundidad, y quizás consideraría su petición más adelante.
James maldijo. Deseaba que su cerebro estuviera funcionando un poco más competentemente, pero estaba cansado, y no quería más que caer sobre su cama y dormir hasta la cena. Le dijo:
– Nosotros nos conocemos, Corrie. Nos gustamos, al menos la mayor parte del tiempo.
– Yo no te gustaba nada cuando Darlene casi te empujó por el precipicio.
– ¿Quieres la verdad, Corrie? Lo que recuerdo de ese día es haber sentido tu trasero contra la palma de mi mano mientras te azotaba.
La ágil lengua de Corrie se secó.
– ¿M-mi trasero? ¿Sentiste m-mi trasero?
– Bueno, por supuesto. Tienes un trasero encantador, Corrie, por lo que pude sentir. Si te casas conmigo, bien, puedo quitarte la ropa, estirarte de espaldas, y frotarte con un agradable trapo húmedo. Una y otra vez, quizás tararear mientras paso ese agradable paño sobre ti, cada pequeña parte tuya. ¿Crees que tu piel es tan blanca como la de Devlin?
– No querías que dijera su nombre.
James se rió.
– Avergonzada, ¿verdad? Bueno, imagínate desnuda, Corrie, y soy yo quien pasa mis manos encima tuyo, especialmente por tus senos, y no estás para nada enferma. De hecho, estás arqueando la espalda contra mis manos. ¿Qué piensas?
– Oh, cielos -dijo ella, y se dio vuelta para alejarse. -Oh, cielos.
– No. -Él la tomó del brazo. -No, no me dejarás solo esta vez. Resolveremos esto ahora mismo, Coriander Tybourne-Barrett. Dios mío, qué nombre espantoso. ¿Crees que tendremos que firmar eso como tu nombre en el registro de matrimonio? -Ella estaba perfectamente quieta, consciente de que las manos de James subían y bajaban por sus brazos, y uno de ellos estaba desnudo donde él le había arrancado la manga. -Si no te casas conmigo, entonces tendré que hacer algo drástico.
– ¿Como qué?
– No voy a decírtelo. Escúchame, mocosa, simplemente no hay opción. Si no te casas conmigo, entonces los dos estaremos totalmente arruinados. ¿No lo entiendes? ¿No has logrado comprenderlo?
– Tú no estarías arruinado, James, eso es absurdo. Si simplemente regreso al campo, yo tampoco estaré arruinada.
Él le dio un sacudón.
– Eso es tan estúpido que no puedo imaginar cómo pudiste dejarlo salir de tu boca.
– Tienes razón, lo siento. Estuvo mal. -Corrie miró sus manos que seguían aferrando sus brazos. Se libró de él y dio varios pasos para alejarse, le sacudió el puño frente a la cara y gimió: -¡No me amas!
Él le devolvió el grito.
– ¿Y supongo que tú me amas? -Ella se quedó mirándolo fijamente, muda como un poste. -¿Y bien? Respóndeme, maldita seas.
– No, no lo haré, y no vuelvas a gritarme.
– ¿Por qué no quieres responderme? Muy bien, quédate quieta, es un bendito alivio tu silencio. Sé que me adorabas cuando tenías tres años. ¿Eso ha cambiado?
– Las cosas son un poquito más sencillas cuando tienes tres años, mucho más sencillas, ni una sola sombra entre blanco y negro. Ya no tengo tres años, James.
– Lo único que tengo que hacer es mirar tus senos y lo sé muy bien. ¿Es un sonrojo lo que veo en ese descarado rostro tuyo? Muy bien, así que deseas tomarme el pelo, como una trucha en tu sedal. Eso es muy femenino de tu parte, Corrie, y no lo aprecio. Dices que no te amo… todo esto ha sucedido demasiado rápido. ¿Cómo puede algo así pasar en el curso de una semana? Sí me gustas, hasta la punta de los pies; te admiro. Pienso que eres demasiado valiente para tu propio bien. Creo que has sido una tonta más veces que no, pero el hecho es que nos irá muy bien juntos. Ahora, escucha. Nos conocemos desde siempre. Mis padres te tienen mucho cariño, y tú a ellos… olvida a mi abuela, ella odia a todos; y tu tío Simon sabe que no tendrás que ser perseguida como una rata si te casas conmigo, porque nuestro matrimonio no tendría absolutamente nada que ver con tu maldito dinero. Todos estarían tranquilos. Los chismes se detendrían. Nos bendecirían y sonreirían. Nadie volvería a ignorarte jamás. Yo ya no sería considerado un saqueador de jóvenes doncellas. Nos llevaríamos bien, Corrie. Ya es suficiente.
James tiró de ella hacia él y la besó.
Corrie, que sólo había sido besada por Willie Marker, casi se desmayó. Placer, eso es lo que era, y la inundaba con la fuerza de una ola en la playa. La lengua de él tocó sus labios, presionando suavemente. Sin ninguna vacilación, Corrie abrió la boca y casi se desvaneció con la lujuria que fluyó dentro suyo cuando la lengua de James tocó la suya. Sabía que era lujuria; tenía que ser lujuria, porque se sentía tan bien. Sabía que la lujuria era perversa porque tío Simon solía decir que la razón por la que la perversidad era tan desenfrenada en el mundo es porque era tan absolutamente deliciosa.
Bueno, con James era más que deliciosa. Esto era algo que nunca había sabido que pudiera existir, era…
– Oh, cielos, discúlpenme.
Corrie hubiese caído inconsciente al suelo si James no estuviera sosteniéndola.
El cerebro de James casi se derritió ante el sonido de la voz de su madre. Su corazón, que casi se le salía del pecho, cayó a sus pies. Su sexo, gracias al buen Señor, se volvió instantáneamente inactivo. Sabía que no podía soltar a Corrie, que ella caería en un montón.
Se las arregló para sacar la lengua de la boca de ella y lenta, muy lentamente, se dio vuelta para decir, esperando no pronunciar las palabras en un jadeo:
– Hola, madre. Como Corrie y yo estamos comprometidos ahora, ella quería saber cómo era besar.
Alexandra estaba parada en el umbral, divertida, horrorizada y terriblemente consciente de que su hijo tenía la lengua metida casi hasta la garganta de una muchacha. Corrie se veía como una tonta, lo cual era algo muy bueno, pensó, estremeciéndose, porque en ese instante recordó la primera vez que había besado a Douglas, y perdido la cabeza.
En cuanto a James, se veía sonrojado, avergonzado y… no, mejor no pensar en ese sentido.
¿Qué si hubiese entrado por esa puerta dos minutos más tarde? Oh, cielos. ¿Qué debía hacer una madre?
Se aclaró la garganta.
– Bienvenida a la familia, Corrie.
CAPÍTULO 25
James estaba tomando el té la mañana siguiente, realmente sentado en su silla en el desayunador, no apoyado en su cama. Y, qué sorpresa, no se sentía como si quisiera caerse de la silla y acurrucarse en la alfombra.
Jason dijo, mientras le pasaba un cuenco de gachas:
– Esto es de la señora Clemms. Dijo que debías comerlo todo o que yo te lo metería por la garganta. Si no lo lograba, bueno, entonces ella vendría aquí y se quedaría junto a tu mano derecha y te cantaría ópera al oído hasta que hubieses dejado limpio el cuenco a lametones.
– No sabía que la señora Clemms podía cantar ópera.
– No puede -dijo Douglas, y sonrió por encima de su periódico.
James tomó una gran cucharada y se quedó allí sentado, masticando, saboreando la dulce miel que ella había mezclado en las gachas, cuando su madre entró en la habitación, permitió que Willicombe la ayudara a sentarse y luego anunció:
– Me reuniré con Corrie y Maybella esta mañana. Su padre piensa que mientras antes se realice la boda, mejor -y entonces tomó una rodaja de tostada, le untó jalea de grosella, y tomó un satisfactorio mordisco.