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– Sí, pero creo que sería mejor tener a Dilfer siguiéndonos con un pequeño carro porque sé que si sólo traigo seis muestras, ella querrá más. Creo que simplemente dejaremos limpia la bodega. Perdóname ahora, Douglas. Lamento mucho haberte molestado con mi histérico disparate femenino.

Douglas arrojó su tenedor contra la pared, donde golpeó justo debajo de un retrato de Audley Sherbrooke, el barón Lindley. Maldijo.

– Milord.

Douglas cerró la boca cuando Hollis, el mayordomo Sherbrooke desde la juventud de Douglas, apareció en la entrada del desayunador.

– ¿Sí, Hollis?

– La condesa viuda, su estimada madre, milord, desea verlo.

– He sabido toda mi vida quién es. Tenía la sensación de que querría verme. Muy bien.

Hollis sonrió y giró sobre sus majestuosos talones. Douglas se quedó mirándolo, la alta y recta figura, los hombros perfectamente cuadrados, con más cabello blanco aun que Moisés, pero su paso era más lento, ¿y tal vez un hombro no era tan alto como el otro? ¿Cuántos años tenía Hollis ahora? Debía ser casi tan anciano como el retrato de Audley Sherbrooke, al menos setenta, quizá más viejo. Eso hizo palidecer a Douglas. Pocos hombres llegaban a esa edad sin manos venosas temblando, sin una boca vacía de dientes, sin un solo cabello en la cabeza, y viejos cuerpos perfecta y horriblemente encorvados. Seguramente era momento de que Hollis se jubilara, hacía al menos veinte años de su momento para jubilarse, quizás a una encantadora casita junto al mar, en Brighton o Tunbridge Wells, y… ¿y qué? ¿Sentarse a mecer sus viejos huesos y mirar el agua? No, Douglas no podía imaginar a Hollis, cuyos muchachos creían firmemente que era Dios cuando eran más jóvenes, haciendo cualquier otra cosa que gobernando Northcliffe Hall, lo cual hacía con implacable eficiencia, espléndido tacto, y una mano benevolente y firme.

El hecho era, sin embargo, que el tiempo estaba pasando, no había modo de detenerlo. Hollis era más que viejo ahora, y eso significaba que podía morir. Douglas sacudió la cabeza. No quería pensar en Hollis muriendo, no podía soportarlo. Lo llamó:

– ¡Hollis!

El majestuoso anciano se dio vuelta lentamente, con una ceja blanca arqueada ante el extraño tono en la voz de Su Señoría.

– ¿Milord?

– Eh, ¿cómo te sientes?

– ¿Yo, milord?

– A menos que tengas un lacayo escondido detrás de ti, entonces sí, tú.

– No tengo nada malo que una adorable y joven esposa no pueda curar, milord.

Douglas miró fijamente la pequeña sonrisa secreta que mostraba una boca llena de dientes, y eso era bueno. Antes de que Douglas pudiera preguntar qué demonios quería decir con eso, Hollis había desaparecido de la vista.

¿Una adorable y joven esposa?

Hasta donde Douglas sabía, Hollis jamás había mirado a una mujer con intenciones maritales desde la trágica muerte de su amada joven señorita Plimpton en el último siglo.

¿Una adorable y joven esposa?

CAPÍTULO 03

Castillo Kildrummy, hogar escocés del reverendo Tysen Sherbrooke, barón Barthwick

Al Honorable Jason Edward Charles Sherbrooke esto no le gustaba nada. No quería aceptarlo, pero no veía cómo podría ignorarlo.

Era un sueño, nada más que el resultado de perder demasiados juegos de ajedrez con su tía Mary Rose o demasiada caza de urogallos en la interminable lluvia con su tío Tysen y su primo Rory. O la consecuencia natural de beber demasiado brandy y tener demasiado sexo con Elanora Dillingham en muy poco tiempo.

No, ni siquiera todas esas horas totalmente espléndidas, excesivamente gratificantes lo explicaban. Había sido real. Finalmente había tenido su primera visita de la Novia Virgen, un fantasma del que su padre se reía, diciendo: “Sí, imagina ese pedazo de nada blanco flotando por nuestra casa durante tres siglos. Sólo ante las damas, que quede claro, así que estás a salvo.”

Bueno, Jason era un hombre, y ella lo había visitado.

Recordaba claramente haberse despertado cuando Elanora se había levantado para usar el orinal en el vestidor justo antes del amanecer. Él había yacido allí, medio dormido, y de pronto estaba esta muy hermosa jovencita con largo cabello suelto, vestida con un largo vestido blanco, que simplemente había estado allí parada a los pies de la cama mirándolo, y él la había oído decir tan claro como campanas repicando: “Hay problemas en casa, Jason. Ve a casa. Ve a casa.”

Y él había visto el rostro de su padre, tan claro como si hubiese estado parado a su lado.

Elanora había regresado a la alcoba, bostezando, desnuda hasta sus blancos pies, con su hermoso cabello negro cayendo por todas partes, y la joven dama simplemente se había esfumado, sin un sonido, ni siquiera un susurro en el aire. Sencillamente había desaparecido.

Jason se había quedado allí acostado, estupefacto, sin querer creerlo, pero había sido criado con cuentos sobre la Novia Virgen. ¿Por qué había venido a él? Porque había problemas en casa.

Jason había susurrado al aire vacío donde ella había estado parada: “No tuve tiempo de preguntarte con quién me casaré.”

Elanora se sentía amorosa; Jason era un hombre joven, pero sin embargo le dio un beso superficial y se levantó de la cama. Había conocido a Elanora sólo un mes antes, cuando su pierna se había acalambrado mientras estaba nadando en el Mar del Norte, y se las había arreglado para arrastrarse hasta la playa de ella. Había estado allí parada, haciendo girar un parasol, con una brisa fuerte aplastando su vestido contra sus adorables piernas cuando él había emergido del agua completamente desnudo. Elanora había mirado hasta el cansancio lo que el mar había escupido para ella, y estaba evidentemente complacida. Era una viuda, madrastra de tres hijos todos mayores que Jason, quienes prodigaban regalos sobre su querida madrastra. A Jason le gustaba bastante, porque era inteligente y, aun mejor, adoraba los caballos, igual que él. Siempre abandonaba la casa de Elanora, una encantadora Georgiana ubicada en la costa entre el castillo de Kildrummy y Stonehaven, antes del amanecer para estar de regreso en el castillo de Kildrummy a tiempo para el desayuno con su tía Mary Rose y su tío Tysen. Si alguno de ellos se daba cuenta de que él no estaba durmiendo en su propia cama, no decían nada.

Había oído a su primo Rory decir varios días atrás: “A Jason realmente debe gustarle la caza de urogallos. No sólo caza durante el día contigo, papá, también está la mayoría de las noches fuera, hasta cerca del amanecer.” Gracias a los cielos que nadie le había preguntado si eso era cierto en efecto.

Esa mañana, entre arenques y tartitas, les contó que había recibido una visita de la Novia Virgen. Su tío reverendo no dijo nada, sólo masticó pensativamente una rebanada de tostada. La tía Mary Rose, con su glorioso cabello rojo desordenado alrededor de su cabeza, frunció el ceño.

– Tysen, ¿crees que Dios conoce a la Novia Virgen?

Su esposo no rió. Continuó viéndose pensativo.

– Nunca le diría esto a Douglas o a Ryder, pero a veces he pensado que hay una especie de ventana que no está completamente cerrada y a veces los espíritus se deslizan de regreso en nuestro mundo. ¿Dios la conoce? Quizás si alguna vez ella me visita, se lo preguntaré.

Mary Rose dijo:

– Yo tampoco he recibido una visita suya, y eso no es justo. Ni siquiera eres una dama, Jason, sin embargo vino a ti. ¿Dijo algo?

Jason respondió:

– Dijo que había problemas en casa. Nada más, sólo eso, pero lo gracioso es que vi el rostro de mi padre claro como el día. Debo partir, por supuesto.

Jason iba camino al sur a las ocho en punto esa mañana, agradecido de haber logrado convencer a sus tíos de que no fueran con él. Pensaba sin fin cuál podría ser el problema en casa, y cómo estaría involucrado su padre, y pensó en las palabras de su tío… una ventana no del todo cerrada entre nuestro mundo y el siguiente. Daba que pensar.