Él sonrió.
– Muy bien. Volvamos y hablemos con nuestros mayores.
– No he dicho sí, James. Esto son todo suposiciones.
Él le sonrió.
– Estás tambaleándote cerca del borde.
– ¿Por qué estás siendo tan condenadamente agradable? ¿Todavía estás demasiado enfermo para discutir conmigo? Debes estarlo, porque te gusta discutir, gritar y maldecir. Te gusta simular que vas a darme un tortazo. Este lado simpático de ti no es a lo que estoy acostumbrada. ¿Estás cansado, ese es el problema? Oh, cielos, déjame ver si tu fiebre ha regresado.
Y llevó a Darlene justo contra Bad Boy, con la mano estirada, pero no tocó el rostro de James porque Darlene, que acababa de entrar en celo, decidió que quería a Bad Boy y lo que siguió a continuación fue un altercado, una buena palabra que significaba todo y nada, la palabra que Corrie usaría más tarde para describir a sus tíos lo que había sucedido. En realidad, altercado ni siquiera se aproximaba al caos de dos caballos encabritados: Darlene chillando, Bad Boy bufando, dispuesto a lo que ella quería hacer e intentando morderle el cogote y montarla, y James, riendo tanto que casi caía del lomo de su caballo al suelo.
Y en medio de todo eso, Corrie, que apenas lograba mantenerse sobre el lomo de Darlene, gritaba a través de sus risas:
– Muy bien, James. ¡Consideraré seriamente casarme contigo! Supongo que podría ser más divertido que ser una camarera en Boston.
– ¿Eso es un sí y otra suposición?
Ella susurró, mirando sus botas negras con sus encantadores tacones:
– Muy bien.
– Bien. Está hecho.
James no iba a admitir que sentía alivio. No, estaba enfrentando el hecho de que su condena estaba ahora formalmente sellada, sus nada insignificantes travesuras ahora con rumbo a un profundo pozo.
Se reunió durante dos horas con lord Montague, se las arregló para mantener su atención concentrada el tiempo suficiente para finalizar el contrato de matrimonio, mientras pensaba todo el tiempo que al menos habría risas en su vida.
Corrie podía volverlo loco, hacer que quisiera arrojarla por una ventana, pero al final del día, lo tendría agarrándose la barriga de risa. Y besándole el revés de las rodillas. James sonrió. Imagínalo, besando el revés de las rodillas de la mocosa.
La vida, pensó, era asombrosa.
Jason y Peter Marmot no habían encontrado al hombre en Covent Garden esa mañana. Una anciana, que vendía escobas muy bien hechas, había dicho entre sanas encías:
– El viejo Horace yazía zobre zu trazero hoy, el perezozo cabrón, probablemente bebiendo hazta dezmayarze, y todo porque había oído que un hombre quería clavar su bastón en la panza de Horace.
Eso no sonaba bien. Hicieron planes para regresar esa noche. Sin embargo, lo que sucedió fue que Peter no había aparecido, así que Jason había ido solo a Covent Garden. Simplemente se paseó, rechazando a media docena de prostitutas, cuidando sus monedas, mirando cada sombra que reptaba fuera de los múltiples callejones, manteniendo la mano cerca de su estilete y su derringer. Era estridente, como siempre a esta altura de la noche, gritos, risas, maldiciones. Intentó encajar, buscando todo el tiempo en todas partes al hombre que Peter le había descrito.
No supo qué lo había hecho darse vuelta en ese último momento, pero gracias a Dios que lo hizo. Un hombre enmascarado, vistiendo un capote negro, lo atacó, no con un cuchillo en la mano sino una manta, y justo detrás de él había otros dos tipos, ambos con mantas listas. Buen Dios, ¿eran Augie y sus cohortes otra vez, creyendo que tendrían éxito al intentar lo mismo nuevamente?
Sin dudar en absoluto, Jason sacó su derringer y disparó al hombre en el brazo. Él gritó y se cayó.
– ¡Repu’nante tonto! ¡Me di’paraste! ¿Po’ qué harías eso? Yo nunca te la’time, no realmente, ni siquiera la primera ve’.
Ah, así que era Augie y su pandilla, y creían que él era James.
– ¿Dónde está Georges Cadoudal? -preguntó Jason.
Mantenía su pistola apuntada al hombre con el capote, que había dejado caer la manta al suelo y se sostenía el brazo.
– No conozco a ningún tipo Cadoudal.
– Eres Augie, ¿verdad? Y ustedes dos deben ser Billy y Ben. Confío en que estén sintiéndose mejor que la última vez que los vi.
– No gracia’ a esa muchachita -dijo Augie.
– No tienen mucho repertorio, muchachos. ¿Lo único que conocen son las mantas?
– No hay nada malo en una manta o do’. No queremo’ matarte ahora, no más que la primera ve’. Sólo queremo’ llevarte a dar un lindo paseo otra ve’, sólo que viene’ y traes un arma contigo. Eso no è justo.
– Como hicieron ustedes con mi hermano.
– ¿Qué hermano? Uste’ é uste’, ¿no é evidente? ¿Qué é eso de hermano?
– Ustedes secuestraron a mi hermano, lord Hammersmith. Yo soy Jason Sherbrooke, somos gemelos idénticos, tonto. Así que el hombre que los contrató no se molestó en decirles eso, ¿verdad? No muy competente de su parte. No, ustedes dos quédense quietos. -Para asegurarse de que creían que hablaba en serio, Jason sacó el estilete de su vaina a lo largo del antebrazo. -Lindo y afilado, un regalo de cumpleaños de mi padre; se la sacó de la manga a un ladrón en España. El primero que se mueva recibe mi estilete atravesado por el cuello. Ahora, Augie, dime. ¿Este supuesto Douglas Sherbrooke volvió a contratarte?
– ¡No sé de qué habla’, jovencito! Aw, me la’timaste, me la’timaste mucho. Creo que mandaré a mis do’ muchachos a pinchar esa’ orejas tuya’.
– Si lo haces, volveré a dispararte, esta vez en lo que llamas cerebro. Así que envíalos aquí, vamos, asquerosos cobardes. -Pero ninguno de los tres hombres se movió un centímetro hacia él. -Vamos, Augie, cuéntame acerca de Douglas Sherbrooke. Él volvió a contratarte, ¿verdad? Hizo que tendieras la trampa al pastelero, lo contrataron para que empezara a hablar sobre Georges Cadoudal. Para que nosotros nos enterásemos y viniéramos. Este Douglas Sherbrooke… ¿es joven? ¿Viejo? ¿Qué apariencia tiene?
– No te diré na’, muchacho.
– Muy bien, entonces. Augie, veamos si no tienes nada más que decir cuando te lleve con mi hermano y los dos te saquemos a golpes todas las pagas de pecado de esa estúpida cabeza tuya. Nos dirás qué está pasando.
De pronto, con un agudo silbido de Augie, los dos hombres le arrojaron las mantas, y entonces todo simplemente se apagó dentro de ese fétido callejón negro.
Jason se quitó las asquerosas mantas rápidamente, disparó su segunda bala, oyó un grito. Escuchó, pero no pudo oír nada más. Trotó a la entrada del callejón y se detuvo. No iba a entrar solo en ese callejón, no era tan tonto.
Bueno, maldición. No le había ido bien.
¿Dónde estaba el hombre que vendía tartas de riñón? ¿El viejo Horace? Pero Jason lo supo aun antes de encontrar el cuerpo del hombre, un callejón más allá, que lo habían asesinado antes de ir tras él, cortando un cabo suelto. Se dio vuelta para ver a Peter Marmot corriendo hacia él, tarde como de costumbre, pero con una sonrisa tan encantadora que uno no quería golpearlo en la nariz por mucho tiempo.
Peter se quedó mirando al hombre muerto, apuñalado limpiamente a través del corazón, y maldijo. Jason le contó sobre los tres villanos.
– Son los mismos tres hombres que secuestraron a James. Apostaría a que este supuesto Douglas Sherbrooke los envió por mí, sólo que ellos creyeron que yo era James. No pude atraparlos, maldito sea por incompetente. Este pobre viejo, le dieron un nombre para repetir hasta que llegó a nuestros oídos… Georges Cadoudal; luego lo mataron porque, supongo, él podía identificarlos.
Peter dijo:
– Intentemos encontrar algún amigo del pobre hombre, veamos si tal vez ellos saben algo acerca de Douglas Sherbrooke.
Jason dijo lentamente: