Выбрать главу

En ese momento, los caballeros levantaron la mirada ante el sonido de pies corriendo, voces elevadas.

Corrie abrió la puerta del comedor de golpe y gritó:

– ¡Rápido! ¡James, oh, querido, ven rápido!

CAPÍTULO 29

Cuando entraron en el establo fue para ver que los tres villanos habían desaparecido, Remie estaba inconsciente al lado de la puerta, y tres mozos de cuadra estaban atados y amordazados en el cuarto de arreos.

Los caballos estaban angustiados; relinchando, sacudiendo las colas, revolviéndose en sus compartimientos.

James cayó de rodillas para buscar el pulso de Remie. No era fuerte, pero al menos era firme, y estaba volviendo en sí.

Judith dijo, su voz aguda -demasiado aguda- y temblando un poquito:

– Corrie quiso salir a interrogarlos en cuanto los dejamos. Ella sabía, milord, que ustedes se pondrían todos severos y remilgados con nosotras y que nos negarían nuestra oportunidad. No quería posponerlo hasta mañana, así que le dijimos a su madre que necesitábamos ir a la sala de las damas, pero en cambio salimos aquí afuera y habían desaparecido, escapado, y eso significa que alguien los ayudó.

Jason dijo:

– Sí, ese joven que estaba parado al otro lado de la plaza. Debe haber dado un rodeo, visto a sus hombres siendo llevados al establo, observado la rutina y entonces hecho su movida.

– Tuvo éxito -dijo Douglas, levantándose y desempolvando sus manos en sus pantalones. -Maldito sea. Llamaré a un doctor para Remie y enviaré una nota a lord Gray.

Según resultó ser, ni Remie ni los mozos de cuadra habían visto quién los había atacado. Remie dijo que había oído algo, pero que luego lo habían golpeado en la cabeza y que lo habían dejado de nariz en la paja.

Lord Gray, mientras bebía un brandy en la sala de dibujo Sherbrooke más tarde esa noche, admitió que había escuchado sobre los atentados contra la vida de Douglas, y le dijo que ahora estaba involucrado y que encontraría a los hombres responsables.

– Como ha definido quién es el hombre, bueno, entonces saldré a buscarlo yo mismo -le dijo con calma, bebió su brandy, besó la encantadora mano blanca de Alexandra y se marchó.

Nadie le creyó, aunque querían hacerlo.

Tres semanas más tarde.

Todos los setenta invitados -cuarenta más de los previstos originalmente- aplaudieron a lo loco cuando James y Corrie, el vizconde y la vizcondesa Hammersmith, salieron de St. Paul’s, y corrieron, tomados de la mano, hacia el coche abierto, adornado con cada flor blanca que Alexandra Sherbrooke pudo encontrar en Londres. Era, para sorpresa de todos, un día nada frígido, nublado como se esperaba, sino fresco, limpio, soleado, insólito para finales de octubre en Inglaterra.

– Es porque soy amada en los reinos celestiales -había dicho Corrie.

James se había reído.

– Já, es porque esos reinos celestiales están extremadamente aliviados de que te haya salvado de ser una mujer caída.

Corrie también confió a su nueva suegra que había prometido realizar buenas acciones durante doce meses si Dios haría bajar rayos de sol sobre sus cabezas.

– ¿Qué buenas acciones realizarás? -preguntó Alexandra.

Corrie se veía perfectamente inexpresiva.

– Sabe, no creí que funcionaría en absoluto, así que no tengo idea. Esperaba lluvia y niebla espesa hasta mis rodillas. Esto requerirá pensamiento. No desearía que Dios piense que no hablaba en serio.

Jason estaba diciéndole a Judith:

– Todo está perdonado y pronto será olvidado. Corrie salva su vida y ahora están casados. Las reglas a veces son el mismísimo diablo.

– Creo que son perfectos el uno para el otro -dijo Judith. Se acercó un poquito más, se puso en puntas de pie y le susurró al oído: -Corrie me dijo que James le dio una sola pista sobre lo que sucedería en su noche de bodas.

Jason ni siquiera se movió.

– ¿Y qué fue eso?

– Que iba a besarle el revés de las rodillas. -Jason se rió, no pudo evitarlo. Y Judith, recatada como una monja, lo miró a través de sus oscuras pestañas y dijo: -¿Quieres decir que le ha mentido? ¿No es eso lo que planea?

– Oh, estoy seguro de que se ocupará de sus rodillas -dijo Jason.

– Y luego me pregunto qué planea.

– Eres demasiado joven, mi niña, para tener siquiera idea de lo que viene después de las rodillas. -Y le palmeó la mejilla. -O antes de las rodillas, para el caso.

Mientras sus dedos le tocaban el rostro, en ese momento, Jason supo que todo había terminado para él. La picardía en esos ojos oscuros, la suavidad de su piel, el modo en que se sentía golpeado en el abdomen cada vez que ella estaba cerca, que casi le anudaba las entrañas, le quitaba el aire de golpe de los pulmones. Se dio cuenta de que se le había cerrado la garganta, la aclaró y dijo, acercándose más al oído de ella:

– Si tiene algo de sentido, comenzará con su rodilla derecha. La rodilla derecha es más sensible, ¿sabes?

– Oh, cielos, no tenía idea. ¿Es eso realmente cierto, Jason? ¿En todas las mujeres? ¿La rodilla derecha?

– Lo he comprobado muchas veces.

– Muy bien, entonces. No olvidaré eso. Ahora, si tú fueras James y yo fuese Corrie, creo que besaría cada dedo de su mano derecha y luego chuparía cada dedo, muy lentamente.

Jason se quedó sin respiración. Se estaba poniendo más duro que los escalones de piedra de St. Paul’s. Apartó los ojos de ella y gritó:

– ¡No permitas que nadie lo secuestre, Corrie, o tendrás que casarte con él nuevamente!

Ella lo oyó por encima de todos los gritos, aplausos y buenos deseos, se dio vuelta y lo saludó con la mano, su risa llenando el aire.

James la atrajo hacia sí y la besó profundamente, para diversión de todos. El coche empezó a andar.

Mientras la tarde progresaba, todos en la sociedad que habían sido lo bastante afortunados como para recibir una invitación a la boda escuchaban cómo la joven pareja estaba muy contenta con el otro, lo cual era algo bueno, ya que estaban unidos por toda la vida.

En cuanto a Jason, él palmeó la mejilla de Judith y se alejó, silbando. Ella se quedó mirándolo. Él la desconcertaba.

Tres horas más tarde, después de kilómetros observando incontables granjas, colinas ondulantes, tramos de bosques poco empinados, pintorescas aldeas y varias casas grandes, finalmente se aproximaban a la aldea de Thirley, en el corazón de Wessex. Ya no faltaba mucho, y James planeaba tenerla en su cama en no más de cinco minutos después de eso.

El día se había vuelto más frío, y había viento ahora, que hacía vibrar las ventanas del carruaje, pero a James no le importaba. Y poco después de haber cambiado del coche abierto al carruaje, se había puesto nublado, tal vez perfecto para Devlin Monroe, maldito fuera. James quería llevar a Corrie a una recámara, desnudarla hasta la piel y comenzar una orgía de placer.

Por todo lo que era sagrado, estaba casado. Con la mocosa. Todavía aturdía su mente cuando lo recordaba, lo hacía parpadear para evitar ponerse bizco. La mocosa era su esposa, y todavía podía verla como una niña de tres años con dedos pegajosos, tirando de la pierna de su pantalón para llamar su atención. Luego tenía seis años, con dientes saltones, ofreciéndole un mollete cubierto con mermelada de frutilla, una enorme sonrisa en esa pequeña boca. Y ahora estaba sentada a su lado, aparentemente satisfecha con mirar el paisaje de pasada, sus manos cruzadas tímidamente en su regazo. Era su condenada esposa.

Un mechón de cabello se había soltado y colgaba sobre su hombro, escapando de su muy bonito sombrero. Encantador cabello, y esa madeja de cabello apuntaba perezosamente a sus pechos. Quería tocar ese pecho, quería acariciarla con sus dedos, con su boca. James comenzó a agitarse con lujuria.