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James no podía evitarlo, las palabras cayeron de su boca.

– ¿Y qué hay de Corrie? ¿Judith la matará también?

– Ah, esa pequeña esposa tuya. Debo decir que quedé bastante impresionado con su ingenuidad. Imagina a una joven dama con un vestido de baile saltando en el asiento del lacayo en la parte trasera del carruaje, luego arremetiendo como un caballero en la casa de campo para rescatarte. Es una lástima que te haya liberado, quería matarte entonces, pero no pudo ser.

James había tocado casi toda la paja que podía alcanzar, y estaba perdiendo la esperanza. Entonces sus dedos tocaron algo duro y frío. Era un viejo bocado y brida, todavía unido a una rienda de cuero. Era sólido y pesado. Le llevó unos momentos preciosos traerlo lo bastante cerca como para meterlo en su mano derecha. Lo tenía; ahora tenía que prepararse. Tendría una sola oportunidad.

Vio que Louis estaba sonriendo, y eso lo asustó. Prefería tener a un demente furioso que divertido.

Louis dijo, todavía sonriendo ampliamente:

– Sí, me encuentro muy impresionado con tu joven esposa. Recientemente he descubierto que también es una heredera, que forró tus bolsillos, en realidad los llenó hasta rebosar. Quizás estará lista para un nuevo esposo en un par de años. Un joven caballero cosmopolita, como yo, seguramente podrá complacerla tan bien como tú. ¿Qué piensas, hermano?

James rezó más que nunca en su vida cuando se tambaleó de rodillas y arrojó el bocado y brida al rostro de Louis.

– ¡No soy tu maldito hermano!

– Váyase al infierno, milord -dijo Judith, y disparó la derringer, el disparo sonando fuerte y claro en la salita.

Jason gritó “¡No!” y se arrojó frente a su padre en el momento en que ella disparó.

Al mismo tiempo, otra voz gritó “¡No, Judith! No!”. Y hubo otro claro estallido.

Corrie vio a Jason saltar en frente de su padre, vio la bala de Judith golpearlo y luego vio su propia bala dar a Judith a través del cuello mientras se volvía hacia la voz de Corrie.

Al mismo tiempo, Annabelle Trelawny, o quien quiera que fuese, se dio vuelta, con la pistola de duelo apuntada a Corrie. Pero Hollis, que había aparecido rápidamente detrás suyo, la empujó al piso. Se quedó allí parado un momento, mirando fijamente a la primera mujer que había amado en más años de los que podía recordar, y dijo:

– Es suficiente, Annabelle. Se ha terminado. Dame el arma.

– Soy Marie, viejo ridículo.

Ella levantó el arma para dispararle cuando otro disparó resonó. Se agarró el pecho, se quedó mirando fijamente un momento a Corrie, que ahora estaba de rodillas sobre la alfombra, sosteniendo su derringer con ambas manos, el olor de la pólvora ácido y poderoso en el aire quieto. Lentamente, Marie se tambaleó donde estaba parada. Miró a Judith, que yacía en el suelo, con la sangre saliendo a borbotones de su cuello y por la boca. Después cayó, haciendo poco ruido, sus faldas en cascada a su alrededor.

Corrie oyó un ruido, un sonido agudo, y se dio cuenta de que venía de su propia garganta. Douglas sostuvo a Jason en sus brazos, desgarrándole la camisa para dejar la herida a la vista. Nunca levantó la mirada, pero su voz era más apremiante de lo que ella jamás hubiera oído.

– Corrie, rápido, trae al doctor Milton aquí ahora mismo. Apresúrate.

Douglas ni siquiera estaba consciente de que Corrie había salido corriendo de la habitación. Estaba consciente de que Judith probablemente estaba muerta, de costado a no más de tres metros, con la derringer a su lado, su tía tirada no muy lejos de ella. Él seguía mirando el rostro inmóvil de Jason. Su hijo le había salvado la vida, lo último que Douglas hubiese querido. Entonces los ojos de Jason se abrieron lentamente.

– Yo la traje aquí, padre, yo la traje aquí. Lo siento.

– No, Jason, no sabías. Ninguno de nosotros se dio cuenta. Quédate quieto ahora, no te muevas. Te juro que todo estará bien. Corrie buscará al doctor Milton. Ella disparó a Judith y a su tía. Creo que ambas están muertas. Aunque tu hermano lo deteste, estoy muy feliz de que Corrie sea una tiradora excelente.

Una pequeña sonrisa tocó la boca de Jason, y luego su cabeza colgó al costado. En ese momento Alexandra entró corriendo en la salita, vio a su esposo sosteniendo a su hijo en sus brazos, meciéndolo adelante y atrás, su rostro desprovisto de color pero con la furia en sus ojos aún ardiendo profundo.

– ¿Jason? Oh, Dios, Douglas, oh, Dios. ¿Dónde está James? Oh, Dios, ¿dónde está James?

CAPÍTULO 38

La brida golpeó a Louis de lleno en la nariz, toda la fuerza de James detrás de ella. La fuerza del golpe lo derribó, y él gritó con el choque del dolor y la furiosa sorpresa. La sangre salía a borbotones de su nariz. Aulló mientras levantaba el arma, pero James fue más rápido. Aun mientras disparaba, James estaba rodando hacia él. La bala golpeó el suelo, enviando astillas podridas volando hacia arriba.

James estuvo encima de él en un instante. Estuvo consciente de una aguda punzada de dolor en la cabeza, donde Louis lo había golpeado, y la ignoró. Agarró la muñeca de Louis y apretó, sintiendo los huesos fracturarse. Quería ese arma. Quería meterla por la garganta de Louis y apretar el gatillo. La nariz de Louis estaba rota, la sangre continuaba saliendo a borbotones. Pero era fuerte, y la muerte estaba en sus ojos y en su mente. Quería que James muriera; quería tomar su lugar y pretendía hacerlo enteramente.

Forcejearon, rodando por el piso cubierto de heno, podrido en muchos sitios ya que este viejo granero había estado abandonado muchos años. Tenían casi la misma fuerza, pero fue la furia que llegaba al alma de James lo que le dio ventaja. Lo sabía, la nutrió, permitió que lo llenara. Oyó las palabras salir de su boca, sonaba tan tranquilo, la furia ardiendo bajo:

– Voy a matarte, Louis. Voy a matarte ahora mismo.

James tiró del brazo de Louis hasta que el arma quedó en medio de ellos. James sintió la muñeca de Louis quebrarse, lo oyó gemir, pero no le importó. Louis clavó las rodillas en la espalda de James. James casi se retorció de dolor, pero se las arregló para aguantar. Bajó más el arma, más, hasta que apuntaba el pecho de Louis. Miró los ojos del joven, el joven que quería arrasar con su familia por ninguna razón más que creer que podía hacerlo. Todo el resto era una mentira tejida para justificar su codicia.

James apretó el gatillo.

La bala golpeó en el pecho de Louis Cadoudal. Su cuerpo se agitó, se arqueó hacia arriba. Y entonces cayó. Miró a James, abrió la boca, la sangre saliendo a borbotones.

– Hermano -dijo, y nada más.

James se arrojó a un costado y se puso de pie de un salto, respirando con dificultad. Estaba vivo. Vivo. No perdió tiempo con Louis. Agarró el arma y comenzó a correr. Estaba a un kilómetro de la casa solariega. Y Judith estaba allí. ¿Habrían ella y Annabelle Trelawny matado a su padre?

James entró corriendo por las puertas principales de Northcliffe Hall al mismo tiempo que el doctor Milton llegaba. Ningún hombre habló al otro, James porque respiraba con demasiada dificultad. Hollis estaba allí, alto y erguido, pero su rostro estaba pálido.

– En el salón -dijo, y vio a ambos hombres correr dentro de la habitación.

Por primera vez en sus setenta y cinco años, Hollis no sabía qué hacer. Su mente era un páramo. Caminó lentamente tras el amo James y el doctor Milton al salón, y se quedó allí parado junto a la puerta, vigilando a todos ellos, suponía, y luego simplemente rezó.

Levantó la mirada para ver a Ollie Trunk, el corredor de Bow Street, tambaleándose a través de las puertas principales. Hollis dijo:

– El doctor está aquí, gracias a Dios.

Ollie susurró:

– El sinvergüenza me dio, Hollis. ¡Me dio!