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– ¿Judith?

Fue Corrie, ahora despierta y parada al lado de su padre, quien dijo:

– Yo le disparé, Jason, en el mismo instante luego de que te disparó. Está muerta.

Jason no dijo nada por unos momentos. Luego suspiró.

– Parece que no soy un muy bueno para juzgar a las personas.

– Parece que ninguno de nosotros lo es -dijo su madre. -Todos fuimos engañados… todos. Nos agradó y la aceptamos, tal como hicimos con la Annabelle Trelawny de Hollis.

Jason sintió la mano de su madre acariciándole suavemente el antebrazo, vio a su gemelo sonriéndole desde los pies de la cama, ya que no podía acercarse más. Jason pensó que James no se veía bien, no se veía para nada bien. Entonces quiso reírse, por el modo en que él mismo debía verse ahora. Y luego pensó en Judith, en sus ojos pícaros, su ingenio, su encanto. Pensó en esos sentimientos salvajes, apremiantes que ella le había provocado, sentimientos que nunca antes había experimentado en su vida. Pensó en que ella se había marchado, para siempre. No lo entendía del todo, pero no parecía para nada importante ahora mismo.

Cuando su madre le susurró al lado de la cara “te queremos. Ahora descansa, Jason. Todo estará bien,” él lo hizo.

EPÍLOGO

La vida es el mejor trato, la obtenemos por nada.

~Proverbio Yiddish

Dos meses y medio más tarde – Northcliffe Hall

James y Jason se encontraban lado a lado en el precipicio que daba al valle Poe. Era comienzos de la tarde, un día sin viento, helado a principios de febrero. Una espesa niebla gris estaba elevándose desde el suelo del valle.

Podían ver sus respiraciones.

– El doctor Milton dijo que estás nuevamente en forma -dijo James.

Jason dijo, mientras apoyaba su mano en el brazo de su hermano:

– Me marcho a Baltimore la semana próxima. James Wyndham me ha invitado a vivir con ellos y trabajar en su caballeriza. Él me enseñará. -Sonrió entonces, la primera sonrisa que James podía recordar haber visto en mucho tiempo. -Escribió que su esposa, Jessie, puede superar a casi cualquier jinete en las carreras. Podía verlo sonriendo mientras escribía cómo él era simplemente demasiado grande como para ganarle, y sabía que estaba riéndose de sí mismo por poner excusas.

– ¿Realmente quieres irte, Jason?

James miró el perfil de su gemelo. No pensaba que nadie pudiera confundirlos ahora. El rostro de Jason era más delgado, adusto como el de un predicador del infierno, sus brillantes ojos ensombrecidos, toda la alegría drenada de él. Su cuerpo había sanado, pero su mente, su espíritu, estaban distantes, incluso hasta de James, que era más cercano a él que cualquier otro ser humano.

Jason no respondió durante varios minutos, luego respiró hondo mientras se volvía hacia su hermano.

– Debo irme -dijo sencillamente. -No hay nada aquí para mí. Absolutamente nada.

– Sabes que eso no es verdad. Padre y madre están aquí. Yo estoy aquí. Puedes permanecer en Inglaterra, comprar tu propia caballeriza, hacer cualquier cosa que desees.

– No puedo, James. No puedo. Es… -Su mano enguantada se levantó un momento, luego cayó a su lado. -Todo es demasiado cercano para mí aquí, demasiado próximo. Debo alejarme.

– Estás huyendo.

Jason arqueó una oscura ceja, sonrió.

– Por supuesto. Ah, mira, creo que la niebla aclarará pronto.

James supo en ese momento que su gemelo estaba decidido. Se marcharía. James rogaba que con el tiempo se resignara a aceptar el horror de lo que había sucedido allí, que se perdonara por amar a Judith McCrae, un monstruo.

– Sí -dijo. -El sol saldrá pronto.

– Debo decirles a madre y padre. Esta noche. ¿Estarás conmigo?

– Siempre he estado contigo, y lo haré nuevamente, incluso en esto. Realmente no quiero que te vayas, Jason. Dios querido, cómo desearía que todo fuera diferente.

– Nada puede cambiar ahora, James. Déjalo.

James sabía cuándo estaba derrotado.

– ¿Sabías que desde que padre mudó a la abuela a la casa de campo, Corrie y yo hemos decidido permanecer aquí, al menos un tiempo?

Se quedó callado un momento, pasó su fusta contra su muslo. Quería decir a Jason que sus padres estaban enfermos de preocupación por él, por la profunda depresión que lo había cambiado de un hombre risueño y despreocupado a este silencioso al que ninguno de ellos realmente conocía o comprendía.

Jason se rió, no el tipo de risa que te hacía devolver la sonrisa. Era un sonido forzado que contenía una buena cantidad de odio. ¿Por sí mismo? James no lo sabía.

– No fue tu culpa -le dijo, incapaz de quedarse en silencio, aunque sabía bien que era algo que Jason no quería oír, de lo que no quería hablar, probablemente ni siquiera quería recordar por el resto de su vida.

Pero eso lo había cambiado, y James temía por su hermano, temía hasta el fondo de su alma.

– Ah, ¿y entonces de quién sería la culpa, James?

Esa voz burlona se burlaba de sí mismo, por supuesto, y James la odiaba.

– Fue culpa de Judith. Fue culpa de Louis. Fue culpa de esa horrible mujer que usó al pobre Hollis. -Quería decir que al menos Hollis ahora sonreía un poquito más, a diferencia de Jason. -Eran malos, Jason, malos hasta sus negras almas. No había más que codicia en ellos. Nada de eso fue tu culpa.

– Al menos Hollis no se jubilará.

James sonrió ante eso.

– El castigo de madre… obligarlo a pasar una semana con nuestra abuela mientras supervisaba su mudanza a la casa de campo. Él me dijo que seguramente era más castigo del que un hombre merecía, incluso el hombre que había creído estar apasionadamente enamorado de una mujer más joven que era igualmente más vieja que nuestra madre. Allí estaba, un leal miembro de la familia cuyo primer error había ocurrido en los años del ocaso de su carrera. Madre rió y rió.

Pero Jason no sonrió ante eso, simplemente asintió.

– Sí, ella lo manejó bien, usó exactamente el toque correcto. Le devolvió su valía. Voy a extrañarte, James. Nunca antes hemos estado separados, no así. -Él tragó con fuerza, se calló y atrajo a su hermano a sus brazos, abrazándolo fuerte. Jason dijo finalmente, apartándose: -Debo irme, James, seguramente me conoces tan bien como yo, y por lo tanto comprendes porqué debo marcharme. Aquí no hay nada para mí. Regresaré, lo sabes. Pero debo…

Simplemente se detuvo, miró al valle envuelto en niebla, se dio vuelta y lo dejó. James sabía que no quería que fuera tras él.

James se quedó parado en el borde del acantilado, con la niebla rodeando sus piernas ahora, el sol todavía escondido, y vio a su hermano caminar a zancadas hacia Dodger, que también viajaría a Baltimore. Siempre había dicho que Dodger había nacido para correr con el viento.

Miró a su hermano hasta que desapareció de la vista. Se quedó allí parado un largo rato.

Se sorprendió al ver que el sol había estallado, ahora brillaba intensamente desde lo alto del cielo, la niebla había desaparecido. Estaba pensando en su hermano, preguntándose si no había algo que hubiera podido decir para hacerlo cambiar de opinión, algún nuevo argumento que pudiera haber usado para hacerle quitar la terrible culpa, cuando entró por casualidad en los jardines Sherbrooke ocultos y vio a su esposa observando su estatua favorita.

El sol parecía brillar aun más fuerte. Sintió un brinco en su corazón. Apareció detrás de ella, le besó el cuello y luego el chillido de sorpresa que salía de su boca.

– ¿Te he dicho esta mañana que te amo hasta la punta de los pies?

Ella lo acercó más y se puso en puntas de pie para besarlo.

– No, no lo hiciste. Me gusta oír esas palabras, especialmente de ti. Ah, James, te amo tanto.

Él sonrió, le besó la punta de la nariz y la sintió acurrucarse todavía más cerca.