– Gracias por lo que has hecho, Boris. Ahora todo podrá ser como antes. Las cosas podrán volver a ser como antes.
– ¡Mira! -me gritó Boris, y entonces vi que de nuevo estaba a mi lado y que señalaba con el dedo hacia más allá de la pared-. ¡Mira! ¡Es tía Kim!
En efecto, en el terreno circular que se extendía abajo una mujer nos hacía señas y trataba frenéticamente de atraer nuestra atención. Llevaba una rebeca verde, que mantenía apretada al cuerpo con las manos, y el pelo le ondeaba a derecha e izquierda, muy desordenado. Al darse cuenta de que por fin la habíamos visto, gritó algo que se perdió en el viento.
– ¡Tía Kim! -gritó Boris.
La mujer seguía gesticulando, y volvió a gritar algo.
– Bajemos -dijo Boris, y echó a andar otra vez lleno de entusiasmo.
Seguí a Boris, que bajó corriendo varios tramos de escaleras de hormigón. Cuando llegamos abajo, el viento nos azotó de inmediato con violencia, pero Boris se las arregló incluso para dedicar a la mujer el simulacro de la bamboleante toma de tierra de un paracaidista.
Tía Kim era una mujer robusta, de unos cuarenta años, cuyo rostro un tanto severo se me antojaba decididamente familiar.
– Debéis de estar sordos, los dos -dijo cuando nos acercamos a ella-. Os vimos bajar del autobús y os estuvimos llamando y llamando, y nada… Luego bajé a buscaros y ya no estabais.
– Oh, querida… -dije-. No oímos nada, ¿verdad, Boris? Debe de ser este viento. ¿Así que… -dije echando una mirada a mi alrededor- estabais viéndonos desde tu apartamento?
La mujer robusta apuntó vagamente hacia una de las innumerables ventanas que daban al terreno circular.
– Os estuvimos llamando y llamando… -dijo. Luego, volviéndose a Boris, añadió-: Tu madre está arriba, jovencito. Está ansiosa por verte.
– ¿Mamá?
– Será mejor que subas inmediatamente. Se muere de ganas de verte. ¿Y sabes qué? Se ha pasado toda la tarde cocinando, preparando el más fantástico de los festines para cuando llegues a casa esta noche. No te lo vas ni a creer: dice que te ha hecho de todo, las cosas que más te gustan, todo lo que puedas imaginarte… Me lo estaba contando y entonces miramos por la ventana y allí estabais… bajando del autobús. Escuchad, me he pasado media hora buscándoos, chicos, estoy helada. ¿Tenemos que quedarnos aquí como pasmarotes?
Había estado tendiendo una mano hacia nosotros. Boris se agarró a ella y los tres nos pusimos a andar en dirección al bloque que había señalado. Cuando estuvimos cerca, Boris se adelantó corriendo, abrió una puerta cortafuegos y desapareció en el interior del edificio. La puerta se estaba cerrando cuando la mujer y yo llegamos; la mujer la mantuvo abierta y me invitó a pasar, y al hacerlo dijo:
– Ryder, ¿no debería estar usted en otra parte? Sophie me ha contado que el teléfono ha estado sonando toda la tarde. Llamadas de gente que quería localizarle.
– ¿De veras? Bien, como puede ver, estoy aquí. -Solté una pequeña carcajada-. He traído a Boris. La mujer se encogió de hombros. -Supongo que sabe lo que hace.
Estábamos en un espacio pobremente iluminado, al pie de una escalera. En la pared que tenía al lado había una hilera de buzones y unos cuantos utensilios contra incendios. Cuando empezamos a subir el primer tramo de escalera -había, como mínimo, otros cinco-, nos llegó el ruido de los pasos de Boris, que corría arriba, en alguno de los pisos, y luego le oí gritar: -¡Mamá!
Se oyeron exclamaciones de contento, más ruido de pisadas y la voz de Sophie diciendo: -¡Oh, mi amor, mi amor…!
Su voz, amortiguada, me hizo pensar que se estaban abrazando, y cuando la mujer robusta y yo llegamos al rellano ellos ya habían desaparecido en el interior del apartamento.
– Disculpe el desorden -dijo la mujer, invitándome a pasar. Crucé el recibidor minúsculo y entré en una de esas salas diáfanas que uno dispone a su gusto, amueblada con elementos sencillos y modernos. Un gran ventanal iluminaba la sala, y al entrar vi a Sophie y a Boris juntos, de pie frente a él, recortados a contraluz sobre el cielo gris. Sophie me dirigió una breve sonrisa y siguió hablando con Boris. Parecían entusiasmados con algo, y Sophie no paraba de abrazar a su hijo por los hombros. Por el modo en que señalaban a través del ventanal, pensé que Sophie quizá le estaba contando cómo nos habían visto antes. Pero cuando me acerqué oí que Sophie decía: -Sí, de veras. Todo está prácticamente preparado. Sólo tendremos que calentar unas cuantas cosas, los pasteles de carne, por ejemplo…
Boris dijo algo que no pude oír, y Sophie le respondió:
– Pues claro que podemos. Podremos jugar a lo que quieras. Cuando terminemos de cenar podrás elegir el juego que quieras.
Boris miró a su madre como dirigiéndole una pregunta muda, y advertí que se había instalado en él cierta cautela que le impedía mostrarse tan entusiasmado como quizá a Sophie le habría gustado verle. Luego Boris se desplazó a otra parte de la sala, y Sophie se acercó a mí y sacudió la cabeza con tristeza.
– Lo siento -dijo en voz baja-. No estaba nada bien. Si me apuras, era peor que la del mes pasado. Las vistas son soberbias; está justo en el borde de un acantilado, pero no es lo bastante sólida. El señor Mayer al final estuvo de acuerdo: el tejado podría venirse abajo en un fuerte vendaval, puede que incluso dentro de unos cuantos años. Volví en cuanto acabé con él, y a las once estaba en casa. Lo siento. Estás desilusionado, lo veo. -Miró hacia Boris, que examinaba detenidamente un radiocasete portátil que había en un estante.
– No hay que desanimarse -dije con un suspiro-. Estoy seguro de que pronto encontraremos algo.
– Pero he estado pensando -dijo Sophie-. Cuando volvía en el autocar. He estado pensando que no hay razón para que no empecemos a hacer las cosas juntos, con casa o sin casa. Así que en cuanto he llegado me he puesto a cocinar. He pensado que esta noche podíamos celebrar un gran banquete, sólo los tres. Recuerdo cómo mamá solía hacerlo cuando yo era pequeña, antes de su enfermedad. Solía cocinar montones de cosas, pequeños platos diferentes, y los ponía delante de nosotros para que picáramos a nuestro antojo. Eran unas veladas tan maravillosas… Así que he pensado que, bueno, que no veía por qué no podíamos hacer esta noche algo parecido, sólo nosotros, los tres. Antes nunca se me había ocurrido, estando como está la cocina y demás…, pero le he echado un vistazo y me he dado cuenta de que era una idiota. Muy bien, no es la cocina ideal, pero la mayoría de las cosas funcionan. Así que me he puesto a cocinar y me he pasado la tarde preparando cosas. Y me las he arreglado para hacer de todo un poco. Todas las cosas que más le gustan a Boris. Lo tengo todo allí, esperándonos; sólo hay que calentarlo. Va a ser un gran banquete. -Estupendo. Me apetece muchísimo.
– No sé por qué no vamos a poder hacerlo, incluso en ese apartamento. Y además tú has sido tan comprensivo con…, con todo. He estado pensando en ello. En el autocar, mientras volvía. Tenemos que dejar el pasado atrás. Tenemos que empezar de nuevo a hacer cosas juntos. Cosas buenas.
– Sí. Tienes toda la razón.
Sophie se quedó mirando por el ventanal unos segundos. Luego dijo:
– Oh, por poco se me olvida. Esa mujer no ha parado de llamar por teléfono. Toda la tarde, mientras yo estaba cocinando. La señorita Stratmann. Para preguntar si sabía dónde estabas. ¿Ha logrado contactar contigo?
– ¿La señorita Stratmann? No. ¿Qué quería?
– Al parecer cree que ha habido alguna confusión con alguna de tus citas de hoy. Es muy educada, no hacía más que disculparse por las molestias. Me ha dicho que estaba segura de que no descuidarías ninguno de tus compromisos, que llamaba sólo para cerciorarse, que eso era todo, que no estaba en absoluto preocupada. Pero al cuarto de hora ya estaba otra vez llamando…
– Bien, no es nada que me preocupe… En fin…, ¿dices que le parecía… que yo tendría que haber estado en otra parte?
– No estoy segura de lo que ha dicho. Era muy amable, pero no hacía más que llamar y llamar por teléfono. La bandeja de pastelillos de pollo se me ha pasado por su culpa. Luego, en la última llamada, me ha preguntado si estaba deseando que llegara el momento. Se refería a la recepción de esta noche en la galería Karwinsky. No me habías hablado de ella, pero lo ha dicho como si contaran también con mi asistencia. Así que he dicho que sí, que estaba deseando ir. Luego me ha preguntado si Boris también quería ir, y le he dicho que sí, que él también, y que también tú, que tú también estabas deseando asistir a esa recepción. Eso, al parecer, la ha tranquilizado. Ha dicho que no estaba preocupada, que se limitaba a mencionarlo, que eso era todo. He colgado y al principio me he sentido un poco decepcionada, pensando que la recepción podía interferir en nuestra fiesta. Pero luego he comprendido que tenía tiempo de dejarlo todo preparado, que podíamos ir y volver pronto a casa, que si no nos entretenían demasiado nada nos impediría celebrar nuestra velada. Y entonces pensé que, bueno, que en realidad era estupendo. Que a Boris y a mí nos vendría de perlas una recepción como ésa. -De pronto se volvió hacia Boris, que cruzaba la sala con parsimonia en dirección a nosotros, y lo abrazó sin miramientos-. Boris, vas a causar sensación. No te preocupes por la gente. Sé tú mismo y te lo pasarás en grande. Vas a causar sensación. Y antes de que te hayas dado cuenta llegará la hora de volver a casa, y celebraremos nuestra gran velada los tres solos. Lo tengo todo preparado, todos tus platos preferidos…