Mientras Hoffman hablaba se había ido formando en mi cerebro una imagen enormemente vivida de la velada que me aguardaba. Podía oír los aplausos, el zumbido del marcador electrónico sobre mi cabeza… Me veía a mí mismo ejecutando el pequeño encogimiento de hombros, dirigiéndome hacia la cegadora luz del proscenio… Y al darme cuenta de lo poco preparado que estaba para el evento, me asaltó una curiosa, ensoñadora sensación de irrealidad. Vi que Hoffman esperaba mi respuesta, y dije cansinamente:
– Me parece estupendo, señor Hoffman. Lo tiene todo perfectamente planeado.
– Ah, ¿así que lo aprueba? Todos los detalles, todo… -Sí, sí -dije, moviendo la mano con impaciencia-. El marcador electrónico, el acercarme hasta el proscenio, el encogimiento de hombros, sí, sí… Todo muy bien planeado.