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»¡Mira quién viene a buscar diversión en los barrios bajos! -se burla-. Eh, ¿dónde está tu chapa «Ya no soy un proletario»?

Ignoro el golpe. Es algo a lo que he tenido que acostumbrarme en los últimos meses. Seis meses, para ser exacto -que es el tiempo que ha transcurrido desde que le conseguí el trabajo en el banco-. Charlie necesitaba el dinero y mamá y yo necesitábamos ayuda para pagar las facturas. Si se hubiese tratado solamente del gas, la electricidad y el alquiler, no hubiéramos tenido problemas. Pero nuestra factura en el hospital… por Charlie; eso siempre se lo ha tomado como algo personal. Es la única razón por la que aceptó el trabajo. Y aunque yo sé que lo considera sólo como una manera de contribuir a la economía familiar mientras escribe su música, no debe resultar fácil para él verme en los pisos de arriba, en una oficina privada con un escritorio de nogal y un sillón de cuero, mientras que él está aquí abajo con los cubículos y la formica beige.

– ¿Qué te ocurre? -pregunta mientras me froto los ojos-. ¿La luz de los fluorescentes te hace daño? Si quieres, puedo ir arriba y traer tu lámpara, o quizá debería bajar tu mini alfombra persa… sé de qué modo la alfombra industrial afecta tu…

– ¿Quieres hacer el favor de cerrar la boca un momento?

– ¿Qué ha pasado? -pregunta, súbitamente preocupado-. ¿Se trata de mamá?

Ésa es siempre su primera pregunta cuando me ve alterado… especialmente después de que los cobradores de morosos le diesen un buen susto el mes pasado.

– No, no se trata de mamá…

– ¡Entonces no hagas esas cosas! ¡Has estado a punto de provocarme un ataque de vómitos!

– Lo siento… yo sólo… se me está acabando el tiempo. Uno de nuestros clientes… Se suponía que Lapidus debía hacer una transferencia y me acaban de dejar con el culo al aire porque el dinero aún no ha llegado.

Charlie apoya sus pesados zapatos negros sobre el escritorio, inclina su silla hacia atrás hasta dejarla apoyada en las patas traseras y coge una lata amarilla de Play-Doh de una esquina del escritorio. La levanta a la altura de la nariz, le quita la tapa, husmea la lata como si fuese un niño y se echa a reír. Es la típica risa aguda de hermano pequeño.

– ¿Cómo puedes pensar que es divertido? -le pregunto.

– ¿Es eso lo que te preocupa? ¿Un tío que no ha recibido su dinero ambulante? Dile que espere hasta el lunes.

– Por qué no se lo dices tú… su nombre es Tanner Drew.

La silla de Charlie golpea el suelo con fuerza.

– ¿Hablas en serio? -pregunta-. ¿De cuánto dinero estamos hablando?

No contesto.

– Venga, Ollie, no tengo intención de montar un escándalo.

Sigo callado.

– Escucha, si no querías decírmelo, ¿por qué bajaste?

No puedo rebatir ese argumento. Mi respuesta es apenas un susurro.

– Cuarenta millones de dólares.

– ¡Cuarenta millones! -grita-. ¿Te has vuelto loco?

– ¡Dijiste que no montarías un escándalo!

– Ollie, esto no es como estafarle a un paleto un fajo de billetes. Cuando hablas de ocho dígitos… ni siquiera para Tanner es calderilla… y el tío ya posee la mitad del centro…

– ¡Charlie! -grito.

Se interrumpe; ya sabe que estoy jodido.

– Realmente podría necesitar tu ayuda -añado, observando su reacción.

Para cualquier otra persona sería un momento para guardar como un tesoro: una admisión de debilidad que podría volver a inclinar para siempre la balanza entre escritorios de nogal y formica beige. Para ser sincero, probablemente me lo merezco.

Mi hermano me mira directamente a los ojos.

– Dime qué necesitas que haga -dice.

Sentado en la silla de Charlie, introduzco el nombre de usuario y la contraseña de Lapidus. Tal vez no esté en lo más alto del poste totémico, pero sigo siendo un asociado. El asociado más joven… y el único asignado directamente a Lapidus. En un lugar con sólo doce socios, esa circunstancia me lleva mucho más allá que a la mayoría. Lapidus, igual que yo, no creció con un fajo de billetes en el bolsillo. Pero el trabajo adecuado, con el jefe adecuado, le llevó a la Escuela de Administración de Empresas adecuada, que le lanzó hacia la cima en ascensores privados. Ahora está preparado para devolver el favor. Como me dijo el primer día, los planes sencillos son los que funcionan mejor. Yo le ayudo; él me ayuda. Como Charlie, todos tenemos nuestra forma de saldar las deudas.

Mientras me balanceo en el sillón, espero a que el ordenador haga su trabajo. Detrás de mí, Charlie está sentado en el brazo del sillón, apoyado en mi espalda y en el borde de mi hombro para no perder el equilibrio. Cuando inclino la cabeza hacia la derecha puedo ver nuestras imágenes combadas en la palilalia curva del ordenador. Si echo una mirada rápida, los dos parecemos unos críos. Pero en ese instante, la cuenta corporativa de Tanner Drew aparece en la pantalla… y todo lo demás desaparece.

La mirada de Charlie se clava directamente en el saldo: 126023164,27 dólares.

– ¡Bocadillos de mantequilla de cacahuete! Mi saldo es tan bajo que ya no pido refrescos con la comida, ¿y ese tío cree que tiene derecho a quejarse?

Resulta difícil discutirlo; incluso para un banco como el nuestro, es un montón de pasta. Por supuesto, decir que Greene & Greene es sólo un banco es como decir que Einstein era bueno en matemáticas.

Greene &. Greene es lo que se conoce como un «banco privado». Ese es nuestro principal servicio: la privacidad… que es la razón por la que no aceptamos el dinero de cualquiera. De hecho, cuando se trata de clientes, ellos no nos eligen a nosotros; nosotros les elegimos a ellos. Y, como la mayoría de los bancos, exigimos un depósito mínimo. La diferencia reside en que nuestro mínimo es de dos millones de dólares. Y eso es sólo para abrir la cuenta. Si usted tiene cinco millones de dólares, decimos, «Eso está bien, es un buen comienzo». A los quince millones, «Nos gustaría hablar». Y a los setenta y cinco millones y cifras superiores, llenamos el depósito del jet privado y vamos a verle personalmente, «Señor Drew, señor, sí, señor».

– Lo sabía -digo, señalando la pantalla-. Lapidus ni siquiera lo apuntó en el sistema. Seguramente se olvidó por completo de todo el asunto.

Utilizando otra de las contraseñas de Lapidus, tecleo rápidamente la primera parte de la solicitud.

– ¿Estás seguro de que puedes usar sin problemas su contraseña de ese modo?

– No te preocupes. Está todo controlado.

– Tal vez deberíamos llamar a Seguridad y Shep…

– ¡No quiero llamar a Shep! -insisto, conozco el resultado.

Charlie sacude la cabeza y vuelve a mirar la pantalla. Debajo de «Movimientos actuales» descubre tres desembolsos a través de cheques, todos ellos a nombre de «Kelli Turnley».

– Apuesto a que es su amante -dice.

– ¿Por qué? -pregunto-. ¿Porque tiene un nombre como Kelli?

– Será mejor que lo creas, Watson. Jenni, Candi, Brandi -es como un pase familiar a la mansión Playboy- muestra la «i» y tienes el paso libre.

– En primer lugar, estás equivocado. En segundo lugar, sin exagerar, es la cosa más estúpida que he oído en mi vida. Y en tercer…

– ¿Cómo se llamaba la primera amante de papá? Déjame pensar… era… ¿Randi?

Con un rápido movimiento, echo el sillón hacia atrás, empujo a Charlie del brazo y me marcho de su cubículo.

– ¿No quieres escuchar la historia? -grita a mis espaldas.

Mientras camino por el corredor me concentro en mi móvil, sigo escuchando los saludos grabados del University Club. Furioso, corto la comunicación y vuelvo a llamar. Esta vez me responde una voz auténtica.