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– No, como un lunático paranoico ajeno a la realidad.

– Debo decirte que me siento ofendido por la palabra «lunático». Y por las palabras «ajeno a».

Tal vez deberíamos llamarle para asegurarnos.

No es mala idea dice Charlie.

El reloj de la pared dice que me quedan cuatro minutos. ¿Qué es lo peor que puede hacer una llamada telefónica?

Busco rápidamente el número de la casa de Tanner en la Guía de Clientes. Sólo consta el número de teléfono de la oficina familiar. A veces, la privacidad te toca los huevos. Al no tener otra alternativa, marco el número y miro el reloj. Tres minutos y medio.

– Oficina Familiar Drew -contesta una mujer.

– Soy Oliver Caruso de Greene & Greene. Necesito hablar con el señor Drew. Se trata de una emergencia.

– ¿Qué clase de emergencia? -pregunta ella. Prácticamente puedo oír el tono burlón.

– De cuarenta millones de dólares.

Hay una pausa.

– Espere, por favor.

– ¿Le están buscando? -pregunta Charlie.

Ignoro su pregunta, vuelvo al menú de transferencia electrónica y muevo el cursor a «Enviar». Charlie se sienta nuevamente en el brazo del sillón y me coge la camisa con fuerza a la altura del hombro.

– Mamá necesita un nuevo par de zapatos de tacón… -susurra.

Treinta segundos más tarde, oigo nuevamente a la secretaria en el otro extremo de la línea.

– Lo siento, señor Caruso, pero el señor Drew no contesta.

– ¿Tiene móvil?

– Señor, no estoy segura de que comprenda…

– En realidad, la comprendo perfectamente. Ahora necesito su nombre para poder decirle al señor Drew con quién estuve hablando.

Otra pausa.

– Aguarde, por favor.

Nos quedan un minuto y diez segundos. Sé que el banco está sincronizado con la Reserva Federal, pero solamente se puede interrumpir el proceso a último momento.

– ¿Qué piensas hacer? -pregunta Charlie.

– Lo conseguiremos -le digo.

Cincuenta segundos.

Mis ojos están fijos en el botón digital de «Enviar». En la parte superior de la pantalla ya ha desaparecido la línea que dice cuarenta millones de dólares, pero ahora es lo único que veo. Pongo el teléfono en modalidad «Altavoz» para tener las manos libres. Siento que la presión de la mano de Charles aumenta sobre mi hombro.

Treinta segundos.

– ¿Dónde coño se ha metido esa mujer?

Mi mano tiembla de tal modo sobre el ratón que el cursor se mueve por toda la pantalla. No tenemos ninguna posibilidad.

– Ya está -dice Charlie-. Ha llegado el momento de tomar una decisión.

Tiene razón. El problema es que… yo… simplemente no puedo hacerlo. Me giro hacia mi hermano en busca de ayuda. No dice nada, pero puedo oírlo todo perfectamente. El sabe de dónde venimos. Sabe que me he estado matando durante cuatro años en este banco. Para todos nosotros, este trabajo es nuestra vía de escape de la sala de urgencias. Cuando faltan veinte segundos, Charlie asiente con un movimiento apenas perceptible.

Eso es todo lo que necesito, sólo un ligero empujón para comer el amargón. Vuelvo a mirar el monitor. «Aprieta el botón», me digo. Pero cuando estoy a punto de hacerlo, todo mi cuerpo se paraliza. Mi estómago comienza a desintegrarse y el mundo se convierte en una mancha borrosa.

– ¡Venga! -grita Charlie.

Las palabras resuenan, pero se pierden. Estamos en los segundos finales.

– ¡Oliver, aprieta ese jodido botón!

Dice algo más, pero lo único que siento es el violento tirón en la camisa. Charlie me aparta y se inclina hacia adelante. Veo que su mano baja a toda velocidad y aporrea el ratón con el puño cerrado. En la pantalla, el icono de «Enviar» se convierte en su propio negativo y luego vuelve a aparecer. Tres segundos más tarde una caja rectangular aparece en la pantalla:

«Status: Pendiente.»

– ¿Significa eso que hemos…?

«Status: Aprobado.»

Ahora Charlie comprende qué es lo que estamos mirando. Yo también.

«Status: Pagado.»

Ya está. Todo enviado. Un correo electrónico de cuarenta millones de dólares.

Ambos miramos fijamente el teléfono, esperando una respuesta. Sólo obtenemos un silencio devastador. Tengo la boca abierta. Charlie finalmente suelta mi camisa. Nuestros pechos suben y bajan al mismo ritmo… aunque por razones completamente diferentes. Luchar y huir. Me vuelvo hacia mi hermano… mi hermano pequeño… pero no dice una palabra. Y entonces se oye un ruido en el teléfono. Una voz.

– Caruso -gruñe Drew con un acento sureño que ahora es tan inconfundible como un tenedor en el ojo- si no se trata de una llamada de confirmación, será mejor que comiences a rezar.

– Lo… lo es, señor -digo, conteniendo una sonrisa-. Es sólo una confirmación.

– Muy bien. Adiós.

La comunicación ha terminado.

Me vuelvo pero es demasiado tarde. Mi hermano se ha marchado.

Salgo rápidamente de La Jaula y busco a Charlie, pero, como siempre, es demasiado veloz. En su cubículo, aferro con las dos manos el borde superior de su pared, me impulso hacia arriba y atisbo en su interior. Con los pies apoyados encima del escritorio está garabateando algo en un cuaderno de notas verde con espiral, tiene el capuchón del bolígrafo en la boca y está perdido en sus pensamientos.

– ¿Estaba feliz Tanner? -pregunta sin darse la vuelta.

– Sí, estaba realmente emocionado. No hacía más que darme las gracias… una y otra vez. Finalmente, le dije algo así como: «No, no hay necesidad de que me incluya en el perfil de Forbes-, haber podido contribuir a que usted forme parte de los cuatrocientos principales es todo el agradecimiento que necesito.»

– Eso es genial -dice Charlie, mirándome por fin-. Me alegro de que todo haya salido bien.

Odio cuando hace eso.

– Adelante -imploro-. Suéltalo.

Deja caer los pies al suelo y lanza el cuaderno de notas sobre el escritorio. Aterriza justo al lado del Play-Doh, que se encuentra a escasos centímetros de su colección de soldados verdes, que está justo debajo de la pegatina en blanco y negro de su monitor que dice: «¡Traiciono al Hombre todos los días!»-Escucha, lamento haber reaccionado de ese modo -digo.

– No te preocupes, hermano, le pasa a todo el mundo.

Dios mío, ¡qué suerte tener ese temperamento!

– ¿O sea que no te he decepcionado?

– ¿Decepcionado? Era tu cachorro, no el mío.

Lo sé… es sólo que… siempre te estás metiendo conmigo porque me vuelvo blando…

– Bueno, desde luego eres un tío blando; toda esta vida lujosa y codearte con los poderosos… eres como el culo de un bebé.

– ¡Charlie…!

– Pero no un culo de bebé blando, sino uno de esos culos completamente duros, como el de un bebé de sumo o algo así.

No puedo evitar sonreír ante la broma. Aunque no es tan buena como la que me hizo hace tres meses, cuando intentó hablar con voz de pirata durante todo el día (cosa que hizo).

– ¿Qué te parece si dejas que te lo agradezca con una cena?

Charlie me estudia durante un momento.

– Sólo si no vamos en un coche privado.

– ¿Quieres dejarlo ya? Sabes que el banco lo pagará después de todo lo que hemos hecho esta noche.

Charlie sacude la cabeza en señal de desaprobación.

– Has cambiado, tío… ya no te reconozco…

– Está bien, de acuerdo, olvida el coche. ¿Qué me dices de un taxi?

– ¿Qué me dices del metro?

– Yo pagaré el taxi.

– Que sea un taxi entonces.

Diez minutos más tarde, después de una breve parada en mi oficina, estamos en el séptimo piso esperando el ascensor.

– ¿Crees que te darán una medalla?

– ¿Por qué? -pregunto-. ¿Por hacer mi trabajo?

– ¿Hacer tu trabajo? Vaya, ahora pareces uno de esos héroes de barrio que han sacado a una docena de gatitos de un edificio en llamas. Afronta los hechos, Supermán, le has ahorrado a este lugar una pesadilla de cuarenta millones de dólares, y no de las buenas precisamente.