Los Venables consintieron, en contra de su voluntad, que su invitado se marchara, ya que el señor Brownlow y el señor Wilderspin habían hecho un trabajo tan bueno con el coche que a las dos ya estaba listo, y Wimsey quería emprender el viaje hacia Walbeach antes de que anocheciera. Se despidió, entre apretones de manos y muchas peticiones para que volviera pronto y tocara con ellos otro carrillón. Cuando se despidieron, el párroco le dio una copia del Venables In and Out of Course, mientras la señora Venables insistía en que se tomara un whisky con agua caliente, que era muy fuerte y le ayudaría a entrar en calor. Cuando el coche giró hacia la derecha por el dique de los diez metros, Wimsey vio que el viento había cambiado. Soplaba del sur y, a pesar de que la nieve seguía congelada y cubría todos los campos, había algo cálido en el aire.
– Ya llega el deshielo, Bunter.
– Sí, milord.
– ¿Has visto alguna vez esta parte del país con los caudales de los ríos llenos?
– No, milord.
– Parece bastante desierto, especialmente alrededor de Welney y Mepal Washes, cuando desembocan en los ríos en Oíd y New Bedford, y a través del campo entre Over y Earith Bridge. Acres de agua, únicamente con alguna orilla de vez en cuando o una línea rota de sauces.
Esta zona creo que está mejor drenada. ¡Ah! Mira allí, a la derecha, eso debe ser la presa Van Leyden, que proporciona el agua del dique de los diez metros; es como la presa de Denver pero en menor escala. Lo miraré en el mapa. Exacto. ¿Lo ves? Aquí es donde el dique se une con el río Wale, aunque se encuentran en un punto más elevado; si no fuera por la presa, el agua del dique iría a parar al río e inundaría toda la zona. Mala ingeniería, aunque los ingenieros del siglo XVII debían trabajar de manera poco sistemática y enfocar los problemas a medida que aparecían. Allí es donde el río Wale pasa por Potter's Lode, viene de Fenchurch St Peter. No me importaría trabajar manteniendo una presa, es una labor solitaria que me permitiría pensar.
Observaron la pequeña casa de ladrillos rojos, que se levantaba de un modo extraño a su derecha, como una oreja de perro levantada, entre los dos extremos de la presa. A un lado había una pequeña presa con una esclusa que conectaba, dos metros por encima del nivel del agua, con el dique. Al otro lado, otra presa de cinco compuertas que contenían las aguas frenaba el curso del Wale.
– No se ven más casas, ¡oh, sí! Una casita a unos tres kilómetros al norte de la orilla. Suficiente para hacer que uno mismo se ahogue en su propia esclusa. Espera. ¿Hacia dónde tenemos que ir ahora? Ah, sí: debemos cruzar el dique por el puente y girar a la derecha, y luego seguimos el río. Me gustaría que todo fuera menos rectangular en esta parte del mundo. ¡Mira, aquí viene! El vigilante de la presa sale a ver quién somos. Supongo que seremos el acontecimiento del día. Saludémoslo con los sombreros. ¡Hola! El sol desaparece a medida que avanzamos. Como dice Stevenson: sólo pasaremos por aquí una vez, y espero sinceramente que tenga razón. Pero bueno, ¿qué quiere este tipo?
En medio de la inhóspita y nevada carretera apareció una figura solitaria caminando hacia ellos con los brazos extendidos para llamar la atención. Wimsey detuvo el coche.
– Disculpe que le haga parar, señor -dijo el hombre, bastante educado-. ¿Sería tan amable de decirme si voy bien para llegar a Fenchurch St Paul?
– Perfectamente. Cuando llegue al puente, crúcelo y siga el dique hasta que llegue a la señal que le indique la dirección del pueblo. No tiene pérdida.
– Gracias, señor. ¿Podría decirme si está muy lejos?
– Unos siete kilómetros hasta la señal y luego menos de un kilómetro hasta el pueblo.
– Muchas gracias, señor.
– Me temo que pasará un poco de frío.
– Sí, señor. No es una zona demasiado benigna. Sin embargo, llegaré antes de que anochezca, y eso es reconfortante.
Hablaba en voz baja y con cierto acento de Londres. El abrigo, a pesar de ser muy viejo, no estaba roto. Llevaba una barba pequeña y puntiaguda y debía tener unos cincuenta años; hablaba mirando al suelo, como si no quisiera que lo miraran a los ojos.
– ¿Le apetece un cigarro?
– Muchas gracias, señor.
Wimsey sacó unos cuantos cigarros de la caja y se los dio. La palma que los recibió estaba llena de callos producidos por arduos trabajos manuales, aunque ese hombre no tenía nada de granjero o agricultor en las maneras ni en el aspecto.
– No es de por aquí, ¿verdad?
– No, señor.
– ¿Busca trabajo?
– Sí, señor.
– ¿De peón?
– No, señor. De mecánico.
– Ya veo. Bueno, buena suerte.
– Gracias, señor. Buenas tardes.
– Buenas tardes.
Wimsey continuó en silencio durante unos doscientos metros. Luego dijo:
– Mecánico… Es posible, pero creo que últimamente no ha ejercido. Esas manos tenían más aspecto de haber picado piedra. Bunter, siempre reconocerás a un ex presidiario por la mirada. Dejar atrás el pasado es una idea excelente, pero espero que nuestro amigo no se cruce en el camino del párroco.
2
Un carrillón completo
de Grandshire Triples
(Holt de Diez Partes)
5.040
Primera mitad
246375
267453
275634
253746
235476
Segunda Mitad
257364
276543
264735
243657
234567
Campana guía: la segunda
Tañer:
Primera mitad: sin ritmo, medio, dentro y fuera la 5, derecha, medio, detrás, derecha, medio y con ritmo (repetir cuatro veces).
Segunda mitad: sin ritmo, detrás, derecha, medio, detrás, derecha, dentro y fuera la 5, detrás y con ritmo (repetir cuatro veces).
El último repique de cada mitad es simple; en este carrillón debe tocarse el Holt simple.
Primera parte
Un doble por el señor Gotobed
Pronunciarás este suceso tan terrible
con una cruz, una vela y una campana.
Instruction for Parish Priests (siglo XV)
John Myrc
La primavera y la Pascua llegaron tarde y juntas ese año a Fenchurch St Paul. El triángulo de Fenchurches agradeció el retorno del sol con su habitual austeridad y casi a regañadientes. La nieve había desaparecido, el maíz era de un verde más intenso en contraste con la tierra oscura, los espinos y la hierba que delimitaban el dique formaban un paisaje menos abrupto; en los sauces, las candelillas amarillas bailaban como asideros de campanas, y los sauces blancos esperaban que los niños los despojaran de sus ramas para la palma del Domingo de Ramos; allí donde las lúgubres orillas del dique estaban pobladas de arbustos, se agrupaban las temblorosas violetas para protegerse del viento.
En el jardín de la vicaría, los narcisos estaban en plena explosión de color y, a pesar de las continuas ráfagas de viento que soplaban en esa parte del país, se zarandeaban y aguantaban estoicamente.
– ¡Mis pobres narcisos! -exclamó la señora Venables, mientras los tallos se agitaban y las trompetas doradas besaban el suelo-. ¡Este viento es terrible! ¡No sé cómo lo resisten!
Cuando los cortaba, los tenía de todas las variedades: Emperor, Empress, Golden Spur…, sentía una mezcla de orgullo y remordimiento; luego los llevaba a la iglesia y los metía en los jarrones del altar y en los dos recipientes largos, estrechos y pintados de verde que se colocaban junto al cancel el Domingo de Ramos.