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Dick Gotobed había tapado con una lona la tumba medio abierta, pero la quitó cuando llegó el párroco. Este echó un vistazo y apartó la mirada rápidamente. Dick volvió a colocar la lona donde estaba.

– Es un suceso terrible -dijo el señor Venables. Se había quitado el fieltro clerical en señal de respeto por el cuerpo tan horroroso que había debajo de la lona y se quedó de pie, desconcertado, con el pelo gris agitado por el viento-. Tenemos que avisar a la policía y…, y… -aquí se le iluminó un poco la cara-, y al doctor Baines, claro. Sí, tiene que venir el doctor Baines. Y, Harry, he leído que en estos casos es mejor no tocar nada. No es nadie del pueblo, eso está claro, porque si faltara alguien, lo sabríamos. No tengo ni la más remota idea de cómo ha llegado hasta aquí.

– Nosotros tampoco, señor. Al parecer, debe ser un forastero. Disculpe, señor, ¿no deberíamos informar de esto al juez de instrucción?

– ¿Al juez de instrucción? Sí, claro. Naturalmente. Supongo que tendrán que abrir una investigación. ¡Menudo asunto más espantoso! Desde que la señora Venables y yo llegamos no se ha hecho ninguna investigación, y de eso ya hace casi veinte años. Esto va a ser muy difícil para la señorita Thorpe, pobre criatura. La tumba de sus padres, una terrible profanación. Aun así, no debemos mantenerlo en secreto, está claro. En cuanto a la investigación, bueno, tenemos que andarnos con mucho ojo. Dick, creo que será mejor que vayas a la oficina de Correos y llames al doctor Baines para que venga y también llama a St Peter para que le envíen un mensaje a Jack Priest. Y tú, Harry, quédate aquí y vigila el… la tumba. Yo iré a la Casa Roja y le daré la mala noticia a la señorita Hilary, antes de que llegue a sus oídos por cualquier otra persona. Sí, será mejor que vaya. O quizá sería mejor que fuera la señora Venables. Tengo que consultarlo con ella. Bueno, Dick, ve a hacer lo que te he dicho y no digas ni una palabra de todo esto hasta que venga la policía.

No cabe duda de que Dick intentó hacerlo lo mejor que pudo pero, dado que el teléfono de la oficina de Correos estaba en el salón de la encargada, no fue sencillo mantener en secreto ningún mensaje. Así, cuando el agente Priest llegó resoplando en bicicleta, ya había un pequeño grupo de hombres y mujeres alrededor del cementerio, incluido Hezekiah Lavender, que había corrido lo más rápido que le permitían sus ancianas piernas desde su casa y que estaba muy indignado con Harry Gotobed por que no le dejaba levantar la lona.

– ¡Paso! -exigió el agente, avanzando hábilmente con su vehículo entre un grupo de niños amontonados en la puerta del cementerio y que lo hacían ir de un lado a otro-. ¡Paso! ¿Qué es todo esto? Marchaos a casa con vuestras madres. Y que no os vuelva a ver por aquí. Buenas tardes, señor Venables. ¿Qué ha pasado?

– Hemos descubierto un cadáver en el cementerio -dijo el señor Venables.

– Un cadáver, ¿eh? -dijo el agente-. Bueno, ha ido a parar al lugar correcto, ¿no es cierto? ¿Qué han hecho con él? Oh, lo han dejado donde lo han encontrado. Bien hecho, señor. Y ¿dónde está? Ah, aquí, perfecto. Echémosle un vistazo. ¡Oh! ¡Ah! Es eso, ¿no? Harry, ¿qué has hecho? ¿Has intentado enterrarlo?

El párroco empezó a darle explicaciones, pero el agente lo cortó alzando la mano.

– Un momento, señor. Lo haremos como Dios manda. Espere un momento que saco mi libreta. De acuerdo. Fecha. Llamada recibida a las 5.15 de la tarde. Viaje al cementerio. Llegada a las 5.30 de la tarde. Bien, ¿quién encontró el cadáver?

– Dick y yo.

– ¿Nombre? -preguntó el agente.

– Venga, Jack. Me conoces perfectamente.

– Eso no importa. Tengo que seguir el procedimiento normal. ¿Nombre?

– Harry Gotobed.

– ¿Ocupación?

– Sacristán.

– Bien, Harry. Adelante.

– Bueno, Jack, estábamos haciendo un agujero al lado de la tumba de lady Thorpe, que murió el día de Año Nuevo, para enterrar a su marido mañana por la tarde. Empezamos a quitar tierra, uno en cada extremo, y no habíamos cavado ni veinte centímetros cuando Dick golpeó algo con la punta de la pala, y me dijo: «Papá, aquí hay algo». Entonces yo le pregunté: «¿Cómo? ¿Qué quieres decir? ¿Algo en el suelo?», y clavé mi pala en el suelo y noté algo entre duro y blando debajo de la tierra. Entonces dije: «Dick, ¿sabes qué? Aquí hay algo». Y añadí: «Hijo, ten cuidado porque a mí me parece muy extraño». Así que empezamos a cavar con cuidado en un mismo extremo y, al cabo de un rato, vimos algo que salía como si fuera la punta de una bota. Yo dije: «Dick, eso es una bota». Y él contestó: «Tienes razón, papá, es una bota». Y yo comenté: «Creo que hemos empezado por el otro extremo». Y Dick me respondió: «Bueno, papá, ya que hemos llegado hasta aquí, quizá deberíamos ver quién es». Así que empezamos a cavar otra vez, con mucho cuidado, y al rato vimos algo que parecía pelo. Y yo le dije: «Deja la pala y utiliza las manos, no vayamos a darle un golpe». Y él dijo: «Esto no me gusta». Y yo le contesté: «No seas tonto, hijo. Cuando acabes, lávate las manos y listos». Así que empezamos a apartar la tierra y al final le vimos la cara. Yo dije: «Dick, no sé quién es ni cómo ha podido llegar hasta aquí, pero no debería estar aquí». Y Dick me preguntó: «¿Voy a buscar a Jack Priest?». Y yo le dije: «No. El cementerio es de la iglesia y primero deberíamos decírselo al párroco». Y eso hicimos.

– Y yo dije -añadió el párroco-, que sería mejor que te avisáramos a ti y al doctor Baines, que aquí llega.

El doctor Baines, un hombre pequeño de aspecto autoritario, con una alegre cara escocesa, se acercó bruscamente a ellos.

– Buenas tardes, párroco. ¿Qué ha pasado? Cuando me han enviado el mensaje había salido, así que… ¡Válgame Dios!

Le explicaron los hechos en pocas palabras y, después, se arrodilló junto al cadáver.

– Ha sufrido graves mutilaciones, parece como si alguien se hubiera ensañado con su cara. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

– Eso es lo que nos gustaría que usted nos dijera, doctor.

– Un momento, un momento -interrumpió el policía-. Harry, ¿qué día has dicho que enterraste a lady Thorpe?

– El 4 de enero -respondió el señor Gotobed, después de reflexionar un instante.

– ¿Y este cadáver ya estaba aquí entonces?

– No seas estúpido, Jack Priest -exclamó el señor Gotobed-. ¿Cómo se te puede ocurrir que enterraría a alguien si me encontrara un cadáver en su tumba? No es algo que se pueda pasar por alto. Una navaja o una moneda, quizá, pero cuando estamos hablando del cadáver de un hombre adulto es otra cosa.

– Harry, no me has contestado a lo que te he preguntado. Tengo que hacer mi trabajo.

– Ah, de acuerdo. Bueno, en ese caso, no había ningún cadáver en la tumba cuando enterramos a lady Thorpe el 4 de enero excepto, claro está, el de lady Thorpe. Ese sí que estaba, no estoy diciendo lo contrario, y por lo que yo sé sigue ahí. A menos que quien pusiera este cadáver aquí se llevara el otro, con ataúd y todo.

– Bueno -opinó el doctor-, no puede llevar aquí más de tres meses y, por lo que creo, no debe llevar menos de ese tiempo. Pero lo podré determinar mejor cuando lo saquen.

– ¿Tres meses, eh? -dijo Hezekiah Lavender, que se había abierto camino hasta llegar a primera fila-. Es el tiempo que hace que aquel tipo tan extraño desapareció, el que estaba en casa de Ezra Wilderspin y que buscaba trabajo de mecánico. Llevaba barba si la memoria no me falla.

– Es cierto -dijo el señor Gotobed-. ¡Qué cabeza tienes, Hezekiah! Debe ser él, seguro. ¡Mira que acordarte de eso! Siempre pensé que ese tipo se metería en problemas. Pero ¿quién podría haber hecho algo así aquí?

– Bueno -intervino el doctor-, si Jack Priest ha terminado con el interrogatorio, podrían sacar el cadáver del agujero. ¿Dónde van a ponerlo? No creo que sea algo agradable para llevarlo de aquí para allá.