– He observado el cadáver y creo que es posible que viera a ese hombre la noche del i de enero. No sé quién era pero, si es el mismo que vi, me paró unos trescientos metros más allá del puente de la presa para preguntarme cuál era el camino a Fenchurch St Paul. Jamás lo volví a ver y jamás lo había visto antes de aquel día.
– ¿Qué le hace pensar que se trata de la misma persona?
– El pelo oscuro y la barba, y me parece que el hombre que vi llevaba un traje oscuro como el que lleva el cadáver. Digo «parece» porque llevaba un abrigo encima y sólo le vi los bajos de los pantalones. Debía tener unos cincuenta años, hablaba en voz baja y con acento de Londres, y era bastante educado. Me dijo que era mecánico de motores y que buscaba trabajo. Sin embargo, creo que…
– Un momento. Usted dice que reconoce la barba y el traje. ¿Podría jurar…?
– No podría jurar que estoy seguro de que es él. Sólo digo que, en esos aspectos, el cadáver se parece al hombre que yo vi.
– ¿No reconoce sus facciones?
– No. Están demasiado mutiladas.
– De acuerdo. Gracias. ¿Hay más testigos para identificar al difunto?
El herrero se levantó tímidamente.
– Acérquese a la mesa, por favor. Coja el libro… verdad… verdad… verdad… nombre: Ezra Wilderspin. Bien, Ezra, ¿qué tiene que decir?
– Bueno, señor, si dijera que reconozco al difunto, mentiría. Lo que es cierto es que se parece a un tipo que vino, tal y como ha dicho lord Peter Wimsey, el día de Año Nuevo buscando trabajo. Dijo que era mecánico de motores y que no tenía trabajo. Bien, yo le contesté que un experto en motores me vendría bien, así que lo acepté y lo contraté a prueba. Hizo su trabajo correctamente durante tres días, dormía en nuestra casa, y luego, de repente, desapareció en mitad de la noche y no lo volvimos a ver.
– ¿Qué noche fue ésa?
– El mismo día que habían enterrado a lady Thorpe, el…
Un montón de voces gritaron a coro:
– ¡El 4 de enero, Ezra!
– Exacto, el sábado 4 de enero.
– ¿Cómo se llamaba?
– Stephen Driver, así se presentó. No era muy hablador; sólo nos dijo que había ido de aquí para allá durante un tiempo buscando trabajo. Dijo que había estado en el Ejército, y que había trabajado a temporadas desde entonces.
– ¿Le dio alguna referencia?
– Sí, claro, señor, a ver si me acuerdo. Me dio el nombre de un taller de Londres donde había trabajado, pero dijo que habían quebrado y que habían cerrado el negocio. Sin embargo, me aseguró que si quería ponerse en contacto con su jefe, él le daría las referencias.
– ¿Tiene el nombre y la dirección que le dio?
– Sí, señor. Leastways, creo que mi mujer guardó el papel.
– ¿Comprobó las referencias?
– No, señor. Lo pensé pero, como no se me da demasiado bien escribir, lo dejé para el domingo, que tendría más tiempo. Pero, claro, él se fue antes y después ya no volví a pensar en eso. No dejó ninguna pertenencia, sólo un viejo cepillo de dientes. Cuando llegó, tuvimos que prestarle una camisa.
– Será mejor que intente encontrar ese papel.
– De acuerdo, señor. ¡Liz! -dijo con voz potente-. Ve a casa y mira si puedes encontrar aquel papel que me dio Driver.
Una voz desde el fondo de la sala dijo:
– Ezra, lo tengo aquí -declaró la señora Wilderspin, entre un gran revuelo, mientras se acercaba a las primeras filas.
– Gracias, Liz -dijo el juez de instrucción-. Señor Tasker, 103 Litde James St Londres, W.C. Tenga, comisario, será mejor que se encargue de esto. Bien, Ezra, ¿hay algo más que quiera explicarnos de este tal Driver?
El señor Wilderspin se rascó la barba con las uñas.
– No lo sé, señor.
– ¡Ezra! ¡Ezra! ¿No te acuerdas de todas aquellas preguntas tan raras que nos hizo?
– ¡Ah, sí! -recordó el herrero-. Mi mujer tiene razón. Hacía unas preguntas muy raras. Dijo que nunca había estado en este pueblo, pero tenía un amigo que sí había estado y que le había dicho que preguntara por el señor Thomas. «¡Señor Thomas! Aquí no hay ningún señor Thomas, ni nunca lo ha habido», le dije y él me contestó: «¡Qué raro! Quizá tenga otro nombre. Por lo que recuerdo, creo que me dijo que no estaba demasiado bien de la cabeza. Mi amigo me dijo que el tal Thomas estaba loco». Y yo dije; «¿No te referirás al loco Peake? Porque su nombre real es Orris». Y él dijo: «No. Era Thomas. Batty Thomas, eso es. Y mi amigo me dijo otro nombre, un tal Paul, que es sastre o algo así y que vive al lado del señor Thomas». Entonces yo le dije: «Tu amigo te ha debido gastar una broma. Eso no son nombres de personas, sino de campanas». «¿Campanas?», preguntó. «Sí. Las campanas de la iglesia. Batty Thomas y Sastre Paul, así es como se llaman», le respondí. Entonces empezó a hacerme una serie de preguntas sobre las campanas. Y yo le dije: «Si quieres más información sobre Batty Thomas o Sastre Paul, será mejor que se lo preguntes al párroco. Lo sabe todo de las campanas». No sé si fue a hablar con él, pero un día volvió, creo que fue el viernes, y dijo que había estado en la iglesia y que había visto una campana esculpida en la tumba del abad Thomas y me preguntó qué quería decir la inscripción. Yo le dije que se lo preguntara al párroco y él me dijo: «¿Todas las campanas tienen una inscripción?», y yo le respondí: «La mayoría». Y después de eso ya no volvió a mencionar el tema.
Como nadie conseguía encontrarle sentido a las revelaciones del señor Wilderspin, llamaron a declarar al párroco, que afirmó que recordaba haber visto a un hombre llamado Stephen Driver un día cuando fue a llevar la revista de la parroquia a la herrería, pero que Driver no le había comentado nada, ni entonces ni más tarde, sobre las campanas. Luego, el párroco ofreció su testimonio sobre el descubrimiento del cadáver y la llamada a la policía. Entonces le dijeron que se sentara y llamaron al sacristán.
El señor Gotobed se mostró locuaz al repetir, con un discurso lleno de circunloquios respecto a los detalles de lo que le había dicho a Dick y lo que Dick le había respondido, lo que había declarado a la policía. Explicó que cavaron la tumba de lady Thorpe el 3 de enero y que la enterraron el cuatro, inmediatamente después del funeral.
– Harry, ¿dónde guarda sus herramientas?
– Donde guardo el carbón.
– ¿Y dónde lo guarda?
– En un cuarto debajo de la iglesia, donde el párroco dice que estaba la antigua cripta. Me cuesta mucho trabajo subir y bajar el carbón por la escalera y cruzar todo el cancel, y después tengo que barrerlo todo. Además, el cubo del carbón siempre está en medio.
– ¿La puerta de ese cuarto está cerrada?
– Sí, señor, siempre la cierro con llave. Es la puerta pequeña que hay debajo del órgano, señor. No se puede llegar hasta allí sin la llave de la puerta y la de la puerta oeste. Es decir, la llave de la puerta oeste o un juego de llaves de la iglesia. Yo tengo la llave de la puerta oeste, ya que me queda mucho más cerca de donde yo vivo, pero los demás harían lo mismo.
– ¿Dónde guarda las llaves?
– Las tengo colgadas en la cocina, señor.
– ¿Alguien más tiene la llave del cuarto del carbón?
– Sí, señor. El párroco tiene todas las llaves.
– ¿Nadie más?
– No que yo sepa, señor. El señor Godfrey no las tiene todas, sólo la de la cripta.
– Ya veo. Y cuando las llaves están en la cocina, supongo que cualquier miembro de su familia tiene acceso a ellas, ¿verdad?
– Bueno, señor, en cierto modo, sí, pero espero que no esté insinuando nada en contra de mi mujer o mis hijos. Llevo veinte años como sacristán de este pueblo, sucediendo a Hezekiah, y nunca se ha acusado a nadie de golpear a forasteros en la cabeza y enterrarlos. Aunque, ahora que lo pienso, ese tal Driver vino a casa una mañana porque había recibido un mensaje, pero ¿cómo voy a saber lo que hizo? Sólo sé que si hubiera cogido las llaves, yo las habría echado de menos; y aun así, no fue mi intención…