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El párroco, que casi nunca dejaba que nadie acabara las frases, interrumpió a su mujer:

– Esta noche esperamos realizar una proeza. Bueno, mejor dicho, mañana por la mañana. Pretendemos entrar en el año nuevo con… Quizá no le he comentado que poseemos uno de los mejores conjuntos de campanas del país.

– ¿De verdad? -preguntó Wimsey-. Sí, creo que he oído hablar de las campanas de Fenchurch.

– Puede que las haya más potentes -dijo el párroco-, pero no creo que ninguna pudiera hacernos sombra en amplitud y dulzura de tono. La número siete, en concreto, es una campana antigua de una calidad extraordinaria y, por lo tanto, es la tenor. John y Jericho también son excelentes; en realidad, todo el conjunto es de lo más «afinado y sólido», como dice el antiguo refrán.

– ¿Es un conjunto de ocho completo?

– Sí. Me gustaría mostrarle un pequeño libro que escribió mi predecesor y que explica toda la historia de las campanas. A la tenor, Sastre Paul, la fundieron en un campo junto al cementerio en 1614. Todavía está el agujero en el suelo donde pusieron el molde y, hasta hoy, se lo conoce como el Campo de la Campana.

– ¿Y tiene buenos campaneros? -preguntó cortésmente Wimsey.

– Muy buenos. Todos son unos tipos excelentes y muy entusiastas. Lo que me recuerda que iba a decirle que esta noche queremos estrenar el año nuevo con nada menos -explicó el párroco, enfatizando el volumen de la voz-, nada menos que quince mil ochocientos cuarenta Kent Treble Bob Major. ¿Qué le parece? No está mal, ¿verdad?

– Válgame Dios -dijo Wimsey-. Quince mil…

– … ochocientos cuarenta -añadió el párroco.

Wimsey hizo un cálculo mental rápido.

– Eso son muchas horas.

– Nueve horas -precisó el párroco, entusiasmado.

– Bien hecho, sí señor. Así igualará la gran actuación del College Youths en mil ochocientos y algo.

– Mil ochocientos ochenta y seis. Precisamente, ésa es la actuación que queremos lograr. Y, además, como puedo proporcionar poca ayuda, tendremos que hacer lo mismo que ellos y tocar todo el carrillón con tan sólo ocho campaneros. Esperábamos ser doce pero, desgraciadamente, cuatro de nuestros mejores hombres han caído enfermos por esta terrible gripe que nos está afectando, y los de Fenchurch St Stephen, que también tienen un conjunto de campanas, aunque no como el nuestro, no pueden ayudarnos porque no tienen campaneros de Treble Bob y sólo tocan Grandsire Triples.

Wimsey agitó la cabeza y empezó a comerse el cuarto bollo.

– Las Grandsire Triples son excelentes -dijo serio-, pero el sonido es completamente distinto.

– Yo opino lo mismo -alardeó el párroco-. El sonido jamás puede ser el mismo cuando la tenor se toca por detrás, ni con las Stedman, aunque aquí estamos muy orgullosos de nuestras Stedman y me atrevería a decir que las tocamos muy bien. Sin embargo, por interés, variedad y dulzura del carrillón, siempre preferiré las Kent Treble Bob.

– Estoy de acuerdo.

– No hay nada mejor -dijo el señor Venables poniéndose de pie y agitando el bollo en el aire de modo que toda la mantequilla se le escurrió por el puño de la camisa-. Tomemos, por ejemplo, una Grandsire Major. Siempre pienso que el hecho de que el sonido de los bobs y los singles suene tan monótono es un defecto, especialmente en los singles, y el hecho que la treble y la segunda queden limitadas a una serie plana…

El resto de observaciones del párroco sobre el método de tocar de las Grandsire quedó, desafortunadamente, en el aire, porque en aquel momento Emily apareció en la puerta con unas palabras que no presagiaban nada bueno.

– Permiso, señor, James Thoday está aquí y quiere saber si podría hablar con usted.

– ¿James Thoday? -dijo el párroco-. Claro. Por supuesto. Hazlo pasar al estudio y dile que me reuniré con él dentro de un instante.

No tardó demasiado en regresar al salón y cuando entró por la puerta traía cara de pocos amigos. Se dejó caer en la butaca con un gesto de decepción.

– ¡Esto es un desastre sin igual! -exclamó con un tono muy dramático.

– ¡Por Dios, Theodore! ¿Qué ha ocurrido?

– ¡William Thoday! ¡De todas las noches del año! Pobre chico, no debería pensar de un modo egoísta, pero es que estoy tan decepcionado, terriblemente decepcionado.

– ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado a Thoday?

– Está enfermo. En la cama por esta espantosa gripe. Está bastante mal. Delira. Han llamado al doctor Baines.

– Pobre chico -comentó la señora Venables.

– Al parecer -continuó el párroco-, esta mañana se empezó a encontrar mal pero insistió, el muy insensato, en conducir hasta Walbeach para cerrar unos negocios. ¡Inconsciente! Ya me pareció que no tenía demasiado buen aspecto ayer por la noche cuando vino a verme. Afortunadamente, George Ashton se lo encontró en la ciudad y, al ver cómo estaba, insistió en llevarlo de vuelta a casa. Pobre Thoday, habrá cogido un buen resfriado en este invierno tan frío que hemos tenido. Cuando lo llevaron a casa ya estaba muy mal y lo tuvieron que meter en la cama de inmediato, y ahora tiene mucha fiebre y está muy preocupado porque no podrá venir a la iglesia esta noche. Le he dicho a su hermano que intente tranquilizarlo, pero supongo que no será nada fácil. Estaba tan entusiasmado, y no puede dejar de pensar que se ha quedado fuera del carrillón de Nochevieja.

– Señor, señor -dijo la señora Venables-. Espero que el doctor Baines le dé algo para calmarlo un poco.

– Yo también lo espero, de todo corazón. Es una desgracia, claro, pero me angustia que se lo haya tomado tan a pecho. Bueno. Ahora ya no tiene remedio. Ya no tenemos ninguna esperanza. Tendremos que tocar las campanas menores.

– Entonces, padre, ¿este chico era uno de sus campaneros?

– Desgraciadamente, sí, y no hay nadie que pueda sustituirlo. Tendremos que abandonar nuestro plan. Incluso si yo mismo tocara una campana, no podría hacerlo durante nueve horas. Ya tengo una edad y, además, debo decir misa a las ocho de la mañana, aparte del servicio especial de Nochevieja, que no terminará antes de medianoche. ¡Bueno! El hombre propone y Dios dispone. A menos que… -De repente, el párroco se giró y miró a su invitado-. Hace un momento estaba hablando con mucha propiedad de la Treble Bob. ¿No será usted, por casualidad, un campanero?

– Bueno, hubo una época que tocaba. Sin embargo, ya hace mucho tiempo.

– ¿Una Treble Bob? -le preguntó, esperanzado, el párroco.

– Sí, una Treble Bob, pero ahora no sé yo si…

– Lo recordará -se apresuró a asegurar el párroco-. Seguro. Media hora con los asideros y…

– ¡Dios mío! -exclamó la señora Venables.

– ¿No es maravilloso? -dijo el párroco-. ¿No es algo providencial, que justo en este momento, el cielo nos envíe un huésped que es un campanero y que, además, ha tocado una Treble Bob? -Llamó a la sirvienta-. Hinkins tiene que ir a buscar a todos los campaneros para practicar todos juntos con los asideros. Querida, me temo que tendremos que monopolizar el salón, si no te importa. Emily, dile a Hinkins que he encontrado a un caballero que puede tocar el carrillón con nosotros y que vaya inmediatamente a…

– Un momento, Emily. Theodore, ¿no crees que es pedirle demasiado a lord Peter Wimsey que, después de un accidente de coche y de un día agotador, se quede a tocar las campanas desde medianoche hasta las nueve de la mañana? Un carrillón corto, quizá, si no le importara, pero esto ¿no crees que es abusar un poco?

El párroco se quedó inmóvil y Wimsey se apresuró a aceptar su propuesta.

– Ni mucho menos, señora Venables. Nada me complacería más que tocar las campanas todo el día y toda la noche. No estoy cansado. No necesito descansar. Prefiero tocar las campanas. Lo único que me preocupa es si seré capaz de realizar todo el carrillón sin equivocarme.