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– ¿Sería apropiado hablar de una operación cesariana, por así decirlo? -sugirió Wimsey.

– ¿Una…? ¡Sí, claro! ¡Muy bien! Querida, eso está muy bien, ¿no crees? Se lo tendré que decir al obispo…, no, quizá no. Es bastante puritano. Pero es cierto, si pudiéramos separar las dos cosas: lo temporal y lo espiritual. Sin embargo, la pregunta que yo siempre me hago es: las iglesias, los edificios, nuestra preciosa iglesia, ¿qué sería de ellas en tal caso?

– Querido -intervino la señora Venables-, lord Peter te había preguntado por el sermón de agradecimiento. ¿No dijiste uno el domingo siguiente a Navidad? ¿Sobre el agradecimiento por el mensaje de la Navidad? Seguro que lo recuerdas. El texto lo sacaste de las Epístolas: «Ya no eres un criado, ahora eres un hijo». Hablaste de lo felices que deberíamos sentirnos por ser hijos de Dios y por convertir en una costumbre la frase «Gracias, padre» por todas las cosas buenas de la vida y por ser lo buenos que queramos que sean nuestros hijos. Lo recuerdo muy bien porque Jackie y Fred Holliday empezaron a pelearse en la iglesia por los libros de oración y tuvimos que echarlos.

– Tienes razón, querida. Siempre te acuerdas de todo. Así fue, lord Peter. El domingo siguiente a Navidad. Ahora lo recuerdo perfectamente. La señora Giddings me paró en el porche para quejarse de que había pocas ciruelas en su pastel de Navidad.

– La señora Giddings es una vieja desagradecida -sentenció su mujer.

– Entonces, el día siguiente fue el 30 de diciembre -dijo Wimsey-. Gracias, padre, ha sido de gran ayuda. Por casualidad, no recordará si Will Thoday vino a verle el lunes por la noche, ¿verdad?

El párroco miró impotente a su mujer, que respondió al acto:

– Sí que vino, Theodore. Vino a preguntarte algo del carrillón de Año Nuevo. ¿No recuerdas que me dijiste que parecía muy raro y que tenía mala cara? Claro, el pobre debía estar incubando esa terrible gripe que cogió. Vino tarde, sobre las nueve de la noche, y me dijiste que no entendías por qué no había esperado al día siguiente para preguntarte eso.

– Claro, claro -repuso el párroco-. Sí. Thoday vino a verme el lunes por la noche. Espero que no…; bueno, no debo hacer preguntas indiscretas, ¿no es cierto?

– No cuando desconozco la respuesta -contestó Wimsey, sonriendo y negando con la cabeza-. Por cierto, en cuanto al Loco Peake, ¿de qué grado de locura hablaríamos? ¿Puede alguien fiarse de lo que cuenta?

– Bueno -dijo la señora Venables-, unas veces sí y otras no. En ocasiones él mismo se hace un lío. Si habla de cosas que entiende, es bastante de fiar, aunque a veces tiene alucinaciones y lo explica como si hubieran pasado en verdad. Eso sí, no se crea nada que tenga que ver con cuerdas y ahorcados, ése es su defecto. En cualquier otro tema, cerdos, por ejemplo, o el órgano de la iglesia, en eso no suele mentir.

– Ya. Bueno, ha estado hablando de cuerdas un buen rato.

– Entonces, no se crea ni una palabra -respondió la señora Venables con determinación-. ¡Dios santo! Aquí llega el comisario. Supongo que querrá hablar con usted.

Wimsey y Blundell se encontraron en el jardín y el lord le indicó que se alejaran de la casa.

– He estado con Thoday -dijo el comisario-. Obviamente, lo niega todo. Dice que el Loco debió soñarlo.

– Pero ¿y qué me dice de la cuerda?

– ¡No lo sé! Pero el Loco estaba escondido detrás del muro del cementerio cuando encontramos la cuerda en el pozo y no sé si oyó toda la conversación o sólo una parte. De todos modos, Thoday lo niega y, lejos de acusarlo de asesinato, debo creer en su palabra. Ya conoce las leyes. Nada de intimidar a los testigos. Eso es lo que dicen. Además, hiciera lo que hiciera Thoday, él no enterró el cadáver, así que ¿dónde estamos? ¿Cree que un jurado va a condenar a alguien basándose en la palabra del chalado del pueblo? No. Nuestra misión es clara: tenemos que encontrar a Cranton.

Aquella misma tarde, lord Peter recibió una carta.

Querido lord Peter:

Se me acaba de ocurrir que debería saber algo muy raro que me pasó, aunque no sé si puede estar relacionado con el asesinato. Pero en las historias de detectives, éste siempre quiere saberlo todo, así que le envío el papel. Al tío Edward no le haría mucha gracia que me escribiera con usted, porque dice que me anima a emprender una carrera literaria y que me implica en los casos de la policía. ¡Es un viejo cascarrabias! Así que supongo que la señorita Garstairs, nuestra ama de llaves, no me permitiría enviarle la carta, por eso la he puesto dentro de otra dirigida a Penélope Dwight y espero que ella se la haga llegar.

Me encontré el papel en el suelo del campanario el sábado anterior al Domingo de Pascua y quería enseñárselo a la señora Venables, porque me pareció muy extraño, pero con la muerte de papá se me olvidó. Pensé que podía ser alguna cosa del Loco Peake, pero Jack Godfrey me dijo que no era su letra; sin embargo, por lo que dice, parece bastante propio de él, ¿no cree? En cualquier caso, he pensado que le gustaría tenerlo. No se me ocurre cómo el Loco pudo haber conseguido ese papel extranjero, ¿y a usted?

Espero que la investigación vaya por buen camino. ¿Sigue en Fenchurch St Paul? Estoy escribiendo un poema sobre la fundición de Sastre Paul. La señorita Bowler dice que es bastante bueno y espero que lo publiquen en la revista de la escuela. Eso sería darle en la frente al tío Edward. No puede evitar que me publiquen los poemas en la revista. Por favor, si tiene tiempo, escríbame y explíqueme si ha descubierto algo relacionado con la nota.

Sinceramente,

Hilary Thorpe

– Una colega, como diría Sherlock Holmes, que sigue mis pasos -comentó Wimsey mientras desdoblada el fino papel-. ¡Dios mío! «Creí ver hadas en los campos»… Debe ser algún poema inédito de sir Tames Barrie, sin duda. La sensación literaria del año. «Pero sólo vi los funestos elefantes con sus espaldas negras». Esto no rima ni tiene ningún sentido. ¡Hum! Este tono deprimente sugiere que ha salido de la mente del Loco, pero no hace ninguna referencia a ahorcados, así que supongo que no será suyo, estoy seguro de que no podría mantener la cabeza del rey Carlos ajena a esto tanto tiempo. Papel extranjero… ¡un momento! Me resulta familiar. ¡Dios mío, claro! ¡La carta de Suzanne Legros! Juro que si el papel no es el mismo, soy holandés. Espera que lo piense. Supongamos que ésta es la carta que Jean Legros le envió a Cranton, o a Will Thoday; o a quien fuera. Será mejor que Blundell le eche un vistazo. Bunter, prepara el coche. ¿Qué te parece esto?

– ¿Esta carta, milord? Diría que la ha escrito una persona de considerable habilidad literaria, que ha leído la obra de Sheridan Lefanu y, si me permite la expresión, que está como una cabra, milord.

– ¿Eso crees? ¿No te parece un mensaje cifrado o algo así?

– No se me había ocurrido, milord. El estilo es rebuscado, no se lo niego, pero lo es en lo que llamaría una manera coherente, que sugiere… ¡Ah! Un esfuerzo literario antes que mecánico.

– Cierto, Bunter. No es algo tan sencillo como sacar el mensaje de cada tres palabras. Además, tampoco me parece algo que deba entenderse a partir de sinónimos, porque, con la posible excepción de «dorados», no hay ni una sola palabra que sea calificativa, o que pueda expresar algo más que la luz de la luna. El trozo de la luna es bastante bueno. Sensible pero imaginativo. «Delicada y tenue como una hoz de paja». «Entonces aparecieron los trovadores, con sus trompetas, arpas y tambores dorados. La música sonaba muy fuerte detrás de mí rompiendo el hechizo». La persona que escribió esto debía tener buen oído para las cadencias. ¿Cómo has dicho? ¿Lefanu? No está mal, Bunter. Me recuerda un poco a aquel pasaje tan bonito de Wylder's Hand sobre el sueño del tío Lorne.