Выбрать главу

Llegó una mujer. Lanzó una mirada llena de resentimiento hacia los tres hombres y luego corrió junto a Cranton.

– Si le han matado -dijo-, es asesinato. Venir aquí a amenazar a un hombre tan enfermo. Largo de aquí, desgraciados. El no le ha hecho daño a nadie.

– Le enviaré un médico -anunció Parker-. Y volveré a verlo. Y cuando venga, será mejor que esté aquí, ¿de acuerdo? Cuando se mejore, lo necesitamos en otro sitio. No ha dado señales de vida desde septiembre.

La mujer levantó desganada un hombro y ellos se marcharon, dejándola inclinada sobre el enfermo.

– Bueno, comisario -dijo Parker-. Me temo que, por el momento, eso es todo lo que podemos hacer por usted. No finge; está realmente enfermo, pero nos está ocultando algo. Aunque, en cualquier caso, no creo que sea el asesino. No es su manera de actuar. Aunque sí que había visto la nota con anterioridad.

– Sí -convino Wimsey-. Le ha causado impresión, ¿eh? Tiene miedo de algo, Charles. ¿De qué?

– Tiene miedo del asesinato.

– Bueno -intervino Blundell-, a mí me sigue pareciendo que fue él. Ha admitido que estuvo allí y que se marchó a hurtadillas la noche que enterraron el cadáver. Si no fue él, ¿quién fue? Además, sabemos que pudo haberle cogido las llaves de la cripta al sacristán.

– Es cierto -dijo Wimsey-, pero era un extraño en ese lugar. ¿Cómo sabía dónde guardaba el sacristán sus herramientas? ¿O dónde encontrar la cuerda de la campana? Claro que podía haber visto el pozo de día, pero me parece extraño que lo tuviera todo tan bien planeado. ¿Y dónde encaja Legros en todo esto? Si Deacon le dijo a Cranton, en el banquillo de los acusados, dónde había escondido las esmeraldas, ¿qué sentido tenía traer a Legros a Inglaterra? No lo necesitaba. Y, si por alguna razón lo hubiera necesitado y luego lo hubiera matado por las esmeraldas, ¿dónde están? Si las ha vendido, ya las deberían haber localizado. Y si todavía las tiene, será mejor que las encuentren.

– Registraremos la casa -repuso Parker-, pero no creo que las tenga él. No estaba preocupado por las esmeraldas. Esto es un rompecabezas. Pero pondremos la casa patas arriba y, si las esmeraldas están ahí dentro, las encontraremos.

– Y si lo hacen -dijo Blundell-, ya pueden arrestarlo por el asesinato. Quien quiera que tenga las esmeraldas es el asesino. Estoy seguro.

– Donde esté el tesoro, estará el corazón -afirmó Wimsey-. El corazón de este crimen está en St Paul. Esa es mi profecía, Charles. ¿Apostamos algo?

– No, gracias -contestó el inspector jefe-. Tienes razón demasiado a menudo, Peter, y no estoy para perder dinero.

Wimsey volvió a Fenchurch St Paul y se concentró en el mensaje cifrado. Había resuelto criptogramas antes y estaba seguro de que éste sería de los fáciles. Tanto si lo había escrito Cranton o Jean Legras o Will Thoday o cualquier otra persona relacionada con el asunto de las esmeraldas Wilbraham, no era muy probable que fuera un experto en el arte de los mensajes ocultos. A pesar de que daba la impresión de que había una mano astuta detrás de todo eso, nunca había visto un mensaje cifrado que pareciera tan inocente. Los pequeños hombres bailarines de Sherlock Holmes eran, con diferencia, mucho más secretos.

Probó varios métodos de los sencillos, como saltarse una, dos o tres letras, o elegir las letras basándose en una combinación numérica, pero no obtuvo nada. Probó asignándole un número a cada letra y sumando el resultado, palabra por palabra y frase por frase. Lo único que consiguió fue crear suficientes problemas matemáticos para satisfacer a un catedrático, pero no parecía tener sentido. Cogió todas las inscripciones de las campanas y las sumó, con y sin las fechas, pero no descubrió nada significativo. Se preguntó si en el libro aparecían las inscripciones completas. Entonces dejó los papeles esparcidos en la mesa y fue a buscar al párroco para pedirle las llaves del campanario. Después de una breve espera, debida a que el párroco había confundido las llaves del campanario con las de la bodega y las tuvo que ir a buscar al piso de abajo, las cogió y se dirigió hacia la iglesia.

Todavía le daba vueltas al criptograma. Las llaves tintineaban con el movimiento; llevaba las dos grandes, las de las puertas oeste y sur, colgando de una cadena y las demás, las llaves de la cripta y de la sacristía, la llave del campanario, la de la sala de las campanas y la de la trampilla, todas en el mismo llavero. ¿Cómo sabía Cranton dónde encontrarlas? Estaba claro que podía haberlas cogido de casa del sacristán, si hubiera sabido que él las tenía. Pero si «Stephen Driver» hubiera hecho preguntas sobre las llaves de la iglesia, alguien habría sospechado. Wimsey sabía que el sacristán tenía las llaves de la puerta oeste y de la cripta. ¿Las tenía todas? De repente, lord Peter se giró y, a través de la ventana del estudio, le hizo esta pregunta al párroco, que se estaba peleando con las finanzas de la revista de la parroquia.

El señor Venables se rascó la frente.

– No -dijo al cabo-. Gotobed tiene las llaves de la puerta oeste y de la cripta, como usted bien dice, y también tiene la llave de la escalera del campanario y la de la sala de las campanas, porque toca para marcar la hora de la misa matinal y, a veces, cuando Hezekiah está enfermo lo sustituye. Y Hezekiah tiene las llaves del porche sur y también la de la escalera del campanario y la de la sala de las campanas. Verá, antes Hezekiah era el sacristán, y le gusta mantener el privilegio de tocar el repique de muertos, aunque es demasiado mayor para el trabajo, y tiene las llaves que necesita. Pero ninguno de ellos tiene la llave de la trampilla. No la necesitan. Las únicas personas que la tenemos somos Jack Godfrey y yo. Yo tengo un juego completo, claro, y así si ellos pierden alguna, siempre tengo yo otra copia.

– ¿Y Jack Godfrey también tiene la llave de la cripta?

– Oh, no; no la necesita.

«¡Qué curioso! -pensó Wimsey-. Si el hombre que dejó la nota junto a las campanas fue el mismo que enterró el cadáver, debía tener acceso al juego completo del párroco o a dos juegos, los de Jack Godfrey (por la llave de la trampilla) y Harry Gotobed (por la llave de la cripta)». Y si ese hombre había sido Cranton, ¿cómo lo sabía? Claro que el asesino podría haber traído su propia pala, lo que añadiría más complicación al asunto. En tal caso, tendría que haber cogido las llaves del párroco o las de Jack Godfrey. Wimsey llegó a la parte trasera de la vicaría y se encontró con Emily y Hinkins. Los dos estaban bastante seguros de que no habían visto al hombre que se hacía llamar Stephen Driver dentro de los límites de la vicaría, y mucho menos en el estudio del párroco, donde se supone que están siempre las llaves, cuando están en su sitio.

– Pero no estaban allí, milord -dijo Emily-. Si se acuerda, el párroco perdió las llaves la noche de Año Nuevo y no las encontramos hasta una semana después en la sacristía, excepto la llave del porche, que estaba en la cerradura, donde el párroco la había dejado después del ensayo del coro.

– ¿Después del ensayo del coro? ¿El sábado?

– Exacto -confirmó Hinkins-. Sólo que, si te acuerdas, Emily, el párroco dijo que él no pudo haberla dejado allí, porque él había perdido su juego y el sábado no tenía sus llaves, y tuvieron que esperar a que viniera Harry Gotobed.

– Bueno, no sé -contestó Emily-. Sólo sé que estaba allí. Harry Gotobed dijo que se la había encontrado en la cerradura cuando había llegado a la iglesia para tocar para la misa matinal.

Más confundido que nunca, Wimsey volvió a la ventana del estudio. El señor Venables, que se vio interrumpido mientras hacía unas sumas, no recordaba demasiado bien lo que había sucedido, pero dijo que creía que Emily tenía razón.

– Debí de olvidarme las llaves en la sacristía la semana anterior -dijo-, y la última persona que salió después del ensayo del coro debió de encontrarlas y cerró la iglesia. Sin embargo, no se me ocurre quién pudo haber sido, a menos que fuera Gotobed. Sí, debió de ser él, que se quedó el último para apagar las estufas. Pero me extraña que dejara la llave en la cerradura. ¡Dios mío! ¿No creerá que fue el asesino?