La señora Venables palideció. Lord Peter no le suponía ningún problema, pero Bunter ya era otra cosa. Sin embargo, ella era una mujer fuerte y la habían educado enseñándole que un sirviente era un sirviente y que tenerles miedo (ya sea a uno propio o ajeno) era el primer paso para crear un ambiente de ineficacia doméstica. Se giró hacia Bunter, que estaba de pie con cara de pocos amigos al otro lado de la cocina.
– Bien, Bunter -dijo con firmeza-. ¿A qué viene todo esto?
– Le ruego que me perdone, señora -repuso Bunter, dominando su ira-. Me temo que he perdido los nervios. Pero llevo al servicio de milord casi quince años, contando los años de la guerra, que me mantuve a su lado, y nunca me había pasado algo semejante. Llevado por la impresión y la mortificación interna, hablé con un tono bastante fuera de lugar. Le ruego, señora, que no me lo tenga en cuenta. Debería haberme controlado mejor. Le aseguro que no volverá a suceder.
La señora Venables dejó el cubo en el suelo.
– Pero ¿qué ha pasado?
Emily tragó saliva y Bunter señaló con un trágico dedo la botella de cerveza que estaba encima de la mesa.
– Señora, ayer milord me confió esa botella. La dejé en un armario de mi habitación con la intención de fotografiarla esta mañana antes de enviarla a Scotland Yard. Al parecer, ayer por la noche esta joven entró en la habitación en mi ausencia, investigó entre mis cosas y se llevó la botella. Y no contenta con llevársela, la lavó.
– Si me permite, señora -dijo Emily-. ¿Cómo iba yo a saber que la necesitaba para algo? Algo tan viejo y sucio. Yo sólo estaba quitando el polvo del cuarto, señora, y vi la botella en una estantería del armario y pensé: «Mira esta botella tan vieja. ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí? Alguien se la habrá olvidado». Así que me la llevé y cuando Cook la vio me dijo: «¿Qué llevas ahí, Emily? Ah, esa botella es perfecta para poner el alcohol de quemar»; y yo la lavé…
– Y ahora las huellas han desaparecido -dijo Bunter para finalizar la frase-. Y ahora no sé qué decirle a milord.
– ¡Dios mío! ¡Dios mío! -exclamó, desesperada la señora Venables. Luego se centró en el punto de las tareas domésticas que le había llamado la atención-. ¿Y por qué se te hizo tan tarde para sacar el polvo?
– Si me permite, señora. No sé qué pasó. Todo el día fui retrasada y, al final, me dije: «Mejor tarde que nunca», aunque si lo hubiera sabido…
Empezó a llorar y Bunter sintió lástima por ella.
– Lamento haberme expresado con tanta brusquedad -dijo-, y asumo la culpa por no haber cerrado el armario con llave. Pero debe entender, señora, cómo me siento cuando pienso en que milord se levantará inocentemente sin poderse imaginar la mala noticia que le tengo guardada. Me duele en el alma, si me permite mencionar algo tan espiritual en este asunto material. Aquí tengo preparado el té para subírselo a la habitación, sólo me falta echarle el agua hirviendo y me siento como si le fuera a echar una poción mortal que ningún aroma de Arabia podría suavizar. Ya ha llamado dos veces -añadió Bunter algo desesperado-, y por la tardanza debe imaginarse que ha sucedido algún desastre…
– ¡Bunter!
– ¡Milord! -contestó Bunter, como si rezara.
– ¿Qué demonios ha pasado con mi té? ¿Por qué…? Oh, le ruego que me disculpe, señora Venables. Disculpe mi vocabulario y que me presente en batín en la cocina. No sabía que estaba usted aquí.
– ¡Oh, lord Peter! -exclamó la señora Venables-. Ha sucedido algo terrible. Su sirviente está muy disgustado y esta chica estúpida…, no lo hizo con mala intención, claro, todo ha sido un accidente, pero hemos lavado su botella y las huellas se han borrado.
– ¡Buaaa! -gritó Emily entre sollozos-. ¡Oooh! ¡Buaaa! Fui yo. Yo la lavé. No lo sabía…
– Bunter -dijo lord Peter-. ¿Cómo decía ese verso sobre el águila golpeada que quedaba tendida en la llanura? ¿Nunca volverán las nubes a elevarse por encima del cielo? Ese verso expresa perfectamente mis sentimientos. Súbeme el té a la habitación y tira la botella a la basura. Lo hecho hecho está. Además, en cualquier caso, posiblemente las huellas no me hubieran servido de nada. Una vez William Morris escribió un poema llamado El hombre que nunca volvió a sonreír. «Si el grito de los que triunfan, la canción de los que festejan jamás pudieran volver a salir de mis labios, sabrás por qué. Posiblemente, mis amigos me estarán devotamente agradecidos. Que os sirva de consejo: nunca busquéis la felicidad en una botella». Emily, si sigues llorando, tu novio no te reconocerá el domingo. Señora Venables, no se preocupe por nada, sólo era una botella vieja y odiaba verla por ahí. Hace una mañana preciosa para levantarse temprano. Permítame que la ayude con el cubo. Le ruego que no le dé más vueltas a este asunto, y tú tampoco, Emily. Es una chica especialmente agradable, ¿no cree? Por cierto, ¿cómo se apellida?
– Holliday -contestó la señora Venables-. Es sobrina de Russell, el director de pompas fúnebres, ya lo conoce, y está emparentada con Mary Thoday aunque, claro, en este pueblo todos están emparentados los unos con los otros. Es lo que pasa en los pueblos tan pequeños, aunque ahora que todos tienen motocicletas y que el autobús pasa dos veces a la semana regularmente, ya no está tan mal. Al menos ya no habrá tantas criaturas desgraciadas como el Loco Peake. Los Russell son muy buena gente, todos.
– Por supuesto -dijo lord Peter Wimsey.
Se quedó pensando en un montón de cosas mientras echaba comida a los pollos con el cucharón.
Pasó las primeras horas de la mañana dándole vueltas al criptograma, sin acabar de entender nada y, tan pronto como consideró que la taberna ya estaría abierta, fue al Red Cow a tomarse una botella de cerveza.
– ¿Amarga, milord?
– No, hoy no. Para variar, tomaré una Bass.
El señor Donnington se la sirvió y se alegró de que Wimsey la encontrara tan buena.
– Nueve décimas partes del sabor de una buena cerveza dependen del estado -dijo Wimsey-, y eso depende, en gran medida, del proceso de embotellamiento. ¿Quién se la embotella a usted?
– Los Griggs, de Walbeach. Son muy buena gente; no tengo ni una sola queja. Pruébela, aunque se ve con sólo mirarla, ya me entiende. Dorada como el sol aunque, claro, tiene que fiarse de mí, que soy el especialista. Una vez tuve a un chico trabajando aquí y jamás conseguí que no colocara la Bass hacia abajo en la caja, como si fuera cerveza negra. La negra puede estar boca abajo, aunque yo nunca la guardo así, ni lo recomiendo, pero para poder disfrutar de una Bass en todo su esplendor, debe estar boca arriba y no debe agitarse.
– Estoy de acuerdo. No hay nada de malo en esto. A su salud. ¿Usted no toma nada?
– Gracias, milord. Claro. A su salud -dijo el señor Donnington, levantando el vaso a la luz-. Esto sí que es un vaso de Bass en condiciones.
Wimsey le preguntó si ganaba mucho dinero con las botellas de litro y medio.
– ¿De litro y medio? No, no sirvo demasiadas. Pero creo que Tom Tebbutt, el de la taberna, sí que las sirve. También se las embotellan los Griggs. -¡Ah!
– Sí. Hay uno o dos que prefieren las botellas de litro y medio. Aunque aquí casi todo el mundo quiere barriles. Pero siempre hay algún granjero que quiere que le lleven las botellas de litro y medio a casa. Hace años, todo el mundo se hacía su propia cerveza; hay muchas granjas que aún conservan las máquinas, y algunas incluso todavía curan el jamón en casa. El señor Ashton es uno de ellos, jamás querrá nada que se haya fabricado en grandes cantidades. Sin embargo, con todas estas cadenas de tiendas con las furgonetas de transporte y con todas esas chicas que quieren salir en la foto enseñando las medias de seda y toda la comida enlatada que venden, no hay demasiados lugares donde se pueda comer algo criado y curado en casa. Y, encima, fíjese en el precio de la comida para los cerdos. Lo que digo es que los granjeros deberían estar protegidos por alguien. Yo me crié como un comerciante independiente, pero los tiempos han cambiado. No sé si alguna vez había pensado en estas cosas, milord. Quizá a usted no le afecten. O… me olvidaba, a lo mejor usted se sienta en la Cámara de los Lores. Harry Gotobed insiste en que sí, pero yo le dije que debía haberse confundido… ¡aunque nunca se sabe! Usted lo sabrá mejor que yo.