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– Esperemos que, después de esta noche, tengamos que añadir otra placa -le susurró el párroco a Wimsey.

– Sólo espero no hacer nada que lo evite -respondió el lord-. Vaya, veo que sus campaneros se rigen por las viejas normas: «Mantén el ritmo y no te pierdas. O, por el contrario, tendrás que pagar la multa: por cada fallo, una jarra de cerveza. Si tardas demasiado en tocar una campana, tendrás que pagar seis peniques allá donde vayas». Bastante barato teniendo en cuenta el mal que se ocasiona. Por otro lado, seis peniques por cada error puede resultar bastante caro, ¿no le parece, padre? Y bien, ¿cuál es mi campana?

– Ésta, milord -dijo Jack Godfrey, que había desalado la cuerda-. Cuando la haya levantado, fijaremos bien los asideros, a menos que quiera que la levante yo.

– Por nada del mundo. Que un campanero no pueda levantar su campana dice muy poco de él.

Agarró la cuerda y la hizo bajar suavemente tensándola con la mano izquierda. Dulce, temblorosa y en lo alto de la torre, Sabaoth empezó a hablar, y después lo hicieron sus hermanas, a medida que los campaneros se iban levantando y tensando las cuerdas.

– Tin-tin-tin -dijo Gaude, una treble de plata.

– Tan-tan -respondió Sabaoth.

– Din-din-din, dan-dan-dan -dijeron John y Jericho alzándose.

– Bim-bam-bim-bam -continuaron Jubilee y Dimity.

– Bom -dijo Batty Thomas.

Y Sastre Paul, levantando majestuosamente su boca de bronce, gritó: «bo-bo-bo» cuando la cuerda giró por la polea.

Wimsey levantó la campana y la tocó por detrás mientras se acababan de fijar los asideros, tras lo cual, a petición del párroco, tocaron unas series para que «se familiarizara con ella».

– Podéis levantar las campanas, chicos -dijo gentilmente el señor Hezekiah Lavender cuando finalizaron el ensayo-, pero no vayamos a sentar precedente, ¿eh, Wally Pratt? Escuchadme todos: no os equivoquéis. A las once menos cuarto en punto subís aquí y tocamos para llamar a misa como siempre y, cuando el párroco haya terminado el sermón, volvéis a subir en silencio y os colocáis en vuestro sitio. Entonces, mientras los feligreses cantan el himno, yo toco los nueve sastres y el medio minuto de dobles por el fallecimiento del año que se acaba, ¿de acuerdo? Entonces cogéis las cuerdas y esperáis a que suene el reloj. Cuando hayan sonado las doce campanadas, yo diré: «¡Ahora!», y empezaremos. Además, el párroco ha prometido que cuando acabe el servicio subirá a echarnos una mano por si alguien necesita un descanso. Muy amable por su parte. Y doy por sentado, Alf Donnington, que no te olvidarás de lo básico.

– Por supuesto que no -repuso el señor Donnington-. Bueno, hasta luego, chicos.

La linterna iluminó el camino para salir de la sala de las campanas y todos la siguieron arrastrando los pies.

– Y ahora… -dijo el párroco-. Y ahora, lord Peter, ¿le gustaría ver…? ¡Dios mío! -exclamó cuando llegaron a tientas a la escalera de caracol-. ¿Dónde se habrá metido Jack Godfrey? ¡Jack! Habrá bajado con los demás. Bueno, pobre, sin duda querrá llegar pronto a casa para cenar. No debemos ser egoístas. Desgraciadamente, tiene las llaves de la sala donde guardamos las campanas, y sin esa llave no podremos ver nada. De tollos modos, la verá mucho mejor mañana. Sí, Jack, sí, ya vamos. Tenga cuidado con los escalones, están muy desgastados. Ya hemos llegado, sanos y salvos. ¡Excelente! Antes de irnos, lord Peter, me encantaría enseñarle…

El reloj de la torre tocó los tres cuartos.

– ¡Por todos los santos! -exclamó el párroco volviendo a la realidad-. ¡Hace un cuarto de hora que deberíamos estar en casa para la cena! Mi mujer… Tendremos que esperar hasta esta noche. Si viene a la misa, se hará una idea general de la majestuosidad y belleza de nuestra iglesia, aunque hay muchos más detalles que un visitante pasa por alto a menos que se los enseñen. La pila bautismal, por ejemplo… ¡Jack! ¡Trae aquí la linterna un momento! Esta pila tiene una característica muy atípica y me gustaría enseñársela. ¡Jack!

Sin embargo, Jack, inexplicablemente sordo, hacía tintinear las llaves de la iglesia en el porche, y el párroco, suspirando, se dio por vencido.

– Me temo que debe ser cierto -dijo mientras avanzaban por el camino-. Aquí dentro suelo perder la noción del tiempo.

– Quizá -respondió muy educadamente Wimsey- el estar continuamente dentro o alrededor de la iglesia hace que la eternidad esté más cerca.

– Tiene razón. Mucha razón, aunque hay suficientes recuerdos para marcar el paso del tiempo. Recuérdeme que mañana le enseñe la tumba de Nathaniel Perkins: uno de nuestros personajes más ilustres y un gran deportista. Incluso una vez le hizo de liebre al gran Tom Sayers, y fue una figura destacada en todas las carreras que se celebraban en kilómetros a la redonda, y cuando murió… Bueno, ya estamos en casa. Más tarde le seguiré explicando cosas de Nathaniel Perkins. ¡Querida, hemos vuelto, por fin! Tampoco hemos llegado tan tarde. Entre, entre. Debe cenar bien, lord Peter, para poder soportar el esfuerzo que le espera. ¿Qué tenemos aquí? ¿Estofado de rabo de buey? ¡Excelente! Muy nutritivo. Lord Peter, le aconsejo que se lo coma. Ya verá lo que nos espera…

Segunda serie

Las campanas preparadas

Cuando el regocijo y el placer invaden nuestros repiques,

tocamos por la salvación de un alma.

Normas de los campaneros

de Southhill, Bedfordshire

Después de cenar, la señora Venables impuso su autoridad. Envió a lord Peter a su habitación, a pesar del párroco, que buscaba desesperadamente el libro History of the Bells of Fenchurch St Paul del reverendo Christopher Woolcott en unas estanterías muy desordenadas.

– No sé dónde lo habré dejado -dijo-. Me temo que soy muy poco metódico. Aunque quizá le gustaría ojear éste: mi insignificante contribución a la campanología tradicional. Lo sé, querida, lo sé; no debo entretener a lord Peter. Es muy desconsiderado por mi parte.

– Tú también debes descansar un poco, Theodore.

– Sí, querida. Ahora voy. Sólo estaba…

Wimsey vio que la única manera de hacer entrar en razón al párroco era dejarlo allí solo sin ningún remordimiento. Así pues, se retiró, y a los pies de la escalera se encontró con Bunter que, cuando llegaron a la habitación, lo arropó bien, le colocó una botella de agua caliente debajo del edredón y cerró la puerta tras de sí al salir.

La leña se iba consumiendo en la chimenea. Wimsey se acercó la lámpara, abrió el folleto que el párroco le había dado y lo leyó atentamente:

Una aproximación a la

teoría matemática

del

DESARROLLO DE UNA SERIE

Además de unas directrices para tocar campanas

en círculo desde cualquier posición en todos los métodos