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– Creo que será mejor que me vaya -dijo Wimsey-. Ojalá no me hubiera metido en todo esto. Algunas cosas es mejor no removerlas, ¿no cree? Siento simpatía por la parte perjudicada y no me gusta. Ya sé que no hay mal que por bien no venga, pero es que este mal me está haciendo sentir muy incómodo.

– Mi querido amigo -le contestó el párroco-, no nos incumbe a nosotros preocuparnos demasiado por el mañana. Lo mejor es guiarse por la verdad y dejar las consecuencias en manos de Dios. El ve lo que nosotros no podemos, porque lo sabe todo.

– Y, además, nunca tiene que discutir con nadie sus fuentes, como diría Sherlock Holmes, ¿no es cierto? Bueno, padre, supongo que tiene razón. Posiblemente quiero ser demasiado listo. Siempre me pasa lo mismo. Siento mucho haber provocado una situación tan violenta. Ahora me gustaría marcharme. Tengo esta cosa aprensiva tan moderna que me impide ver sufrir a la gente. Muchas gracias por todo, de verdad. Adiós.

Antes de marcharse de Fenchurch St Paul fue al cementerio y se quedó allí de pie. La tumba de la víctima desconocida seguía sin lápida y oscura entre la hierba, pero la tumba de sir Henry y lady Thorpe estaba cubierta de tepes verdes. No muy lejos de allí había un nicho muy antiguo; Hezekiah Lavender estaba sentado encima de la losa y limpiaba cuidadosamente las letras de la inscripción. Wimsey se le acercó y le dio la mano.

– Limpiando al viejo Samuel para el verano -dijo Hezekiah- ¡Ah! Llevo limpiando al viejo Samuel diez años. Siempre le digo al párroco que me entierre junto a Samuel, para que todos vean lo bien que lo cuidé todos estos años. Y me ha dado su palabra. Aunque ya no escriben poesías tan bonitas como ésta.

Colocó un dedo en la inscripción, que decía así:

Aquí yace el cuerpo de Samuel Snell

Que durante cincuenta años tocó la campana tenor.

A través de los cambios en esta carrera mortal

Siempre supo cuál era su sitio y lo mantuvo

Hasta que llegó la muerte, que todo lo cambia

Para llevárselo con ella y tenerlo en la gloria.

Su polea está rota, su cuerda está floja

Su badajo mudo y su metal silencioso,

Y aun cuando la gran llamada lo reclame

Lo hará con notas afinadas.

MDCXCVIII

Murió a los 76 años

– Parece que tocar a Sastre es una ocupación muy sana -dijo Wimsey-. Los que lo hacen viven muchos años, ¿no?

– ¡Ah! -dijo Hezekiah-. Es cierto, joven, es cierto. Al menos son fieles y no se enfadan. Las campanas saben quién toca. Es maravilloso cómo lo entienden. No pueden soportar a los hombres malvados. Se quedan quietas y esperan para derrocarlos. Pero Sastre Paul no podrá decir que no me he portado bien con ella y ella también se ha portado bien conmigo. Sea honrado con las campanas, sígalas y ellas estarán a su lado hasta que la muerte lo llame. Si actúa así, no tiene nada que temer.

– Oh, de acuerdo -dijo Wimsey, algo avergonzado.

Se despidió de Hezekiah y entró en la iglesia pisando con cuidado porque tenía miedo de despertar a algo de su profundo sueño. El abad Thomas estaba inmóvil en su tumba; los querubines, con los ojos y la boca abiertos, estaban absortos en su eterna contemplación; Wimsey notaba sobre su cabeza la paciente vigilancia de las campanas.

Segunda Parte

Nobby entra despacio y sale deprisa

Es una situación terrorífica. Lo enterraron dos ángeles… en Vallombrosa por la noche; yo lo vi, desde detrás de las flores de loto y la cicuta.

Wylder's Hand

J. Sheridan Lefanu

El señor Cranton estaba en un hospital como huésped de su majestad el Rey, y tenía mucho mejor aspecto que la última vez que lo habían visto. No se sorprendió cuando lo acusaron del asesinato de Geoffrey Deacon, aproximadamente doce años después de la supuesta muerte de ese caballero.

– ¡De acuerdo! -dijo Cranton-. Suponía que insistirían en eso, aunque en el fondo esperaba que no. No fui yo y quiero que me tomen declaración. Siéntense. Esta habitación no es lo que yo escogería para un caballero pero, al parecer, es lo mejor que su majestad puede ofrecerme. Me han dicho que en la cárcel son más bonitas. Inglaterra, con todos tus defectos, todavía te quiero. ¿Por dónde quieren que empiece?

– Empiece por el principio -dijo Wimsey-, siga hasta que llegue al final y entonces pare. ¿Puedo ofrecerle un cigarro, Charles?

– Está bien, milord y… no. No diré caballeros. En cierto modo va en contra de mis principios. Agentes, si les gusta, pero no caballeros. Está bien, milord y agentes. No es necesario que les diga que estoy muy enfermo. Ya les aseguré que jamás tuve en las manos el collar, ¿no es cierto? Y ya ven que tenía razón. Ahora lo que ustedes quieren saber es cuándo me enteré de que Deacon no estaba muerto. Pues muy sencillo: me escribió una carta. Debía ser alrededor del pasado mes de julio. Primero se la envió a un viejo amigo, que se la dio a alguien para que me la hiciera llegar… da igual quién sea.

– Valiente mentiroso -dijo el señor Parker, airado.

– No voy a dar ningún nombre -dijo Cranton-. Honor entre… caballeros. Y como honorable caballero, quemé la carta, aunque la historia era bastante buena y no sé si con mis palabras tendrá la misma gracia. Al parecer, cuando Deacon se fugó, después de un desafortunado encontronazo con un celador, tuvo que esconderse en el bosque de Kent en un rincón muy incómodo durante un par de días. Dijo que la estupidez de la policía era casi increíble. Pasaron junto a él un par de veces. Incluso en una ocasión lo pisaron. Dijo que nunca hasta entonces había entendido tan bien por qué llamaban palurdos a los policías. Casi le rompen los dedos con los zapatos. -Luego añadió-: Yo tengo los pies más bien pequeños. Pequeños y bien formados. Siempre reconocerán a un caballero por los pies.

– Continúa, Nobby -dijo el señor Parker.

– Pues bien, el tercer día que estaba allí escondido en un agujero oyó que se acercaba un hombre que no era policía. Iba borracho como una cuba, dijo Deacon. Así que salió de detrás de un árbol y le dio un puñetazo. Aseguró que no pretendía hacerle daño, sólo quería distraerlo para poder escapar, pero se ve que lo golpeó un poco más fuerte de lo que él deseaba. Aunque, si me permiten que añada algo, Deacon siempre fue un tipo muy rastrero y ya venía de golpear a un hombre, y esa clase de gente nunca cambia. En cualquier caso, le había dado tan fuerte que lo había matado. Por supuesto, lo que quería era el dinero que el pobre pudiera llevar encima, así que cuando se acercó para registrarle los bolsillos, vio que acababa de matar a un soldado uniformado. Bueno, si se detienen a pensarlo no debería sorprenderles. En 1918 había muchos en los bosques, aunque Deacon se quedó un poco desconcertado. Sabía que había una guerra, se lo habían dicho, pero en la cárcel no les había afectado en nada. El soldado llevaba todos sus papeles y una linterna, y Deacon pudo deducir, por lo que observó al echar una mirada rápida, que venía de permiso e iba a reincorporarse al frente. «Bueno -pensó Deacon-, cualquier trinchera será mejor que la cárcel de Maidstone». Así que siguió adelante con el plan. Se puso la ropa del muerto y a éste el uniforme de la prisión, cogió los papeles y las placas identificativas y tiró el cuerpo al agujero donde se había escondido hasta entonces. Deacon conocía perfectamente el bosque de Kent, porque había nacido en aquella zona, pero no tenía ni idea de qué tenía que hacer en una guerra, aunque, claro, la necesidad lo puede todo, ¿no? Pensó que lo mejor era ir a Londres y que allí ya encontraría a algún viejo amigo que lo acogería. Así que fue hasta la carretera y consiguió que un camión lo llevara a una estación de tren. Me dijo el nombre, pero lo he olvidado. Escogió una ciudad pequeña, donde no hubiera estado antes. Allí encontró un tren que iba a Londres y no lo pensó dos veces. Todo iba bien pero, en algún momento del camino, subieron un grupo de soldados, bastante animados y contentos, y al oírlos hablar Deacon comprendió lo que se le venía encima. Empezó a pensar, ya saben, que se encontraba allí, vestido como un soldado, y sin tener ni las más mínima idea de cómo estaba la situación ni de la instrucción militar, y sabía que si abría la boca, metería la pata hasta el fondo.