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– Claro -dijo Wimsey-. Es como vestirse de masón. Tú no sabrías qué hacer ni qué decir.

– Exacto. Deacon dijo que era como estar entre personas que hablaban otro idioma. Peor aún, porque Deacon sabía decir algo en otros idiomas, era un tipo con una buena educación, pero la jerga de los militares era demasiado para él. Así que sólo podía hacer una cosa: fingir que estaba dormido. Dijo que se acurrucó en su asiento y empezó a roncar, y si alguien le decía algo, le respondía de mala manera. Al parecer, le funcionó bastante bien. Aunque había un tipo muy pesado, con una botella de whisky en la mano, que no dejaba de ofrecerle tragos. Primero aceptó uno y luego otro, así que, cuando llegó a Londres, estaba borracho de verdad sin necesidad de fingir. Verán, durante dos días, no tuvo nadie con quien hablar ni nada que comer, excepto un pedazo de pan que cogió de una casa.

El policía que estaba tomando nota de la declaración escribía impasible. Cranton hizo una pausa, se tomó un vaso de agua y continuó.

– Deacon dijo que no se acordaba demasiado bien de lo que le había pasado después. Quería salir de la estación e ir a alguna parte, pero no fue fácil. Las calles oscuras lo confundían y, al parecer, el tipo de la botella de whisky le había cogido cariño. No dejaba de hablar, y eso fue una suerte para Deacon. Dijo que recordaba haber bebido un poco más y algo sobre una cantina, que había tropezado con algo y que un montón de hombres se habían reído de él. Y después de eso debió de quedarse dormido. Cuando se despertó, estaba en un tren rodeado de soldados y, por lo que pudo deducir, volvían al frente.

– Una historia muy conmovedora -dijo el señor Parker.

– Está bastante claro -intervino Wimsey-. Alguna alma caritativa debió de mirar sus papeles, vio que tenía que regresar al frente y lo metió en el primer tren, hacia Dover, supongo.

– Exacto -repuso Cranton-. Bueno, sólo podía volver a hacerse el dormido. Había muchos que también parecían muy cansados, así que no llamaba la atención en absoluto. Observaba lo que hacían los demás, enseñaba sus papeles cuando se los pedían y así sobrevivió. Por suerte, parece que no había nadie de su unidad, así que no podían delatarlo. Disculpen -añadió-, no puedo explicarles todos los detalles. Yo no estuve en la guerra porque estaba retenido por otros asuntos. Deberán llenar las lagunas del relato con la imaginación. Dijo que se mareó mucho, y después se quedó dormido en una especie de cuarto oscuro hasta que lo sacaron a empujones. Al cabo de un rato oyó que alguien preguntaba si había alguno de su unidad. Deacon sabía lo suficiente como para decir: «Sí, señor», y se levantó. Se vio caminando por una carretera llena de baches con un grupo reducido de hombres y un oficial. ¡Dios! Dijo que caminaron durante horas y que recorrieron unos cien kilómetros, aunque creo que exageraba. Además, dijo que se oían unos ruidos como si delante de ellos se levantara el infierno, y la tierra empezó a temblar y, de repente, vio dónde se había metido.

– Es algo épico -dijo Wimsey.

– No puedo hacer justicia a su relato -dijo Cranton-, porque Deacon nunca supo qué hacía y yo no sé lo suficiente como para hacerme una idea. Sólo sé que se metió de lleno en un bombardeo. Dijo que era como si la tierra se abriera bajo sus pies, y no me extrañaría que pensara que la cárcel era un lujo. Al parecer, nunca llegaron a las trincheras porque ya empezaban a retirarse y él se unió a la retirada. Perdió a su unidad, algo le golpeó en la cabeza y cayó al suelo. Cuando se despertó vio que estaba en una cueva junto a alguien que ya llevaba algún tiempo muerto. No sé. En esa parte me perdí un poco, pero logró salir. No se oía nada y oscurecía, así que debió de perder un día entero. Estaba completamente desorientado. Empezó a caminar y se caía constantemente en el barro, en baches o tropezaba con cosas, hasta que al final fue a parar a una especie de refugio donde había heno. Pero tampoco recordaba mucho de ese capítulo porque le habían dado un buen golpe en la cabeza y tenía fiebre. Entonces lo encontró una chica.

– Sí, esa parte ya la conocemos -dijo el comisario.

– Claro, por supuesto. Parece que saben mucho. Bueno, Deacon fue muy listo. Consiguió enternecer a la muchacha y se inventaron una historia para cubrirlo. Dijo que le resultó bastante fácil fingir que había perdido la memoria. Donde los doctores fallaron fue en intentar hacerlo reaccionar con instrucciones militares. Jamás había servido en el Ejército, así que no tuvo que hacer ningún esfuerzo para reaccionar ante las órdenes. Lo más difícil fue hacerles creer que no hablaba inglés. Casi lo pillan en un par de ocasiones. Pero sabía francés, así que se aprovechó. Tenía muy poco acento, pero aun así fingió haber perdido el habla, de modo que cualquier fallo en la pronunciación podía atribuirse a eso, y mientras tanto practicó con la muchacha hasta que consiguió hablar francés perfectamente. Tengo que admitirlo, Deacon era muy listo.

– Todo eso nos lo imaginamos -dijo el señor Parker-. Ahora háblanos de las esmeraldas.

– Ah, sí. Lo que le hizo volver a pensar en ellas fue al lee;- en un viejo periódico inglés que habían encontrado un cuerpo en un agujero, su cuerpo,, como todos pensaban. Era un periódico de 1918, aunque no llegó a sus manos hasta 1924, no recuerdo dónde. Apareció. Estas cosas pasan. Alguien lo utilizó alguna vez para envolver algo y creo que lo encontró en una taberna. No se preocupó por eso, porque en la granja les iba bien; para entonces ya se había casado con la muchacha y era feliz. Pero más tarde las cosas empezaron a empeorar y comenzó a preocuparse por esas piedras preciosas allí encerradas sin hacer ningún bien a nadie. Pero no sabía cómo llegar hasta ellas y cada vez que pensaba en el celador muerto o en el chico que había arrojado en aquel agujero le daba un escalofrío. Sin embargo, al final se acordó de un servidor y se imaginó que ya habría salido de la cárcel. Así que me escribió una carta. Bueno, como ustedes saben, yo todavía no había salido. Bueno, sí, pero me habían vuelto a encerrar por un terrible malentendido, así que no la recibí hasta un tiempo después porque mis amigos pensaron que no era algo que pudieran enviarme allí. Cuando salí, la carta estaba esperándome.

– No puedo imaginarme por qué le escribió a usted -dijo Parker-. Se habían intercambiado palabras poco caballerosas, podríamos decir.

– ¡Ah! -exclamó Cranton-. Es cierto y se lo mencioné cuando le escribí. Pero, claro, no tenía nadie más a quien acudir. Cuando todo está dicho y hecho, no hay nadie mejor que Nobby Cranton para un trabajo tan fino. Les doy mi palabra que estuve a punto de dejar que se pudriera en su granja, pero me dije: «No. Lo pasado, pasado está». Así que le prometí que le ayudaría. Le dije que podía facilitarle dinero y una nueva identidad y hacerle volver a Inglaterra. Lo único que le pedí es que me proporcionara un poco más de información. Si no lo hacía, ¿cómo iba yo a saber que ese zorro no volvería a traicionarme?

– Muy adecuado -opinó Parker.

– ¡Ah! Y el muy desgraciado lo hizo. Le dije que tendría que decirme dónde había escondido el collar. Y, aunque no se lo crean, no confió en mí. Dijo que si me lo decía, me llevaría el botín antes de que él llegara.

– ¡Increíble! -dijo Parker-. Tú jamás harías algo así.