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– Nunca -respondió Nobby-. ¿Qué se ha creído? -añadió, guiñando un ojo-. Bueno, pues empezamos a escribirnos hasta que llegamos a un acuerdo. Al final me escribió y me dijo que me había enviado un…, ¿cómo lo han llamado?…, un mensaje cifrado y que si era capaz de descifrarlo, obtendría parte del botín. Me lo envió, pero no le encontré ni pies ni cabeza, y así se lo dije. Entonces me respondió que si no confiaba en él, podía ir personalmente a Fenchurch y preguntar por un sastre que se llamaba Paul y que vivía al lado de un tal Batty Thomas, y que ellos me darían la clave pero también me dijo que se lo dejara a él, porque sabía cómo tratar con ellos. Yo no sabía qué hacer, sólo pensaba que cuánta más gente estuviera implicada, menos parte del botín me tocaría, y me pareció que estaría más seguro con Deacon, porque tenía más que perder que yo. Llámenme cara dura si quieren, pero le envié dinero y unos papeles de identificación perfectos. Claro está que no podía volver como Deacon y él no quería volver como Legros porque decía que podría ocasionar problemas a su familia, así que me sugirió que se los pusiera a nombre de Paul Sastre. Me pareció un poco tonto, pero a él le hizo mucha gracia. Ahora, por supuesto, ya le veo la gracia. Le hicimos todos los papeles, con foto incluida, un trabajo muy limpio. Podría haber sido cualquiera. De hecho, era una mezcla de muchas caras. ¡Ah, sí! Además, le envié ropa para cuando se reuniera conmigo en Ostend, porque me dijo que la suya era demasiado francesa. Llegó el 29 de diciembre. ¿Supongo que ya lo sabían?

– Sí -confirmó Blundell-, aunque no nos ayudó demasiado.

– Esa parte salió bien. Me envió un mensaje desde Dover. Me llamó desde un teléfono público, aunque no los culparé por no haberlo localizado. Me dijo que se iba directamente a Fenchurch y que volvería a Londres con el botín al día siguiente o al otro. En cualquier caso, se las arreglaría para enviarme un mensaje. No sabía si ir a Fenchurch personalmente, jamás confié en él, pero no estaba del todo decidido, a pesar de la barba. Me la dejé por si las moscas. Tienen que entenderlo, no quería que me siguieran por todas partes. Además, tenía un par de asuntos pendientes. Lo estoy dejando.

– Mejor para ti -dijo Parker.

– El 30 no llegó ningún mensaje, ni el 31, así que pensé que me había vuelto a engañar. Aunque no conseguía saber qué ganaba con eso. Me necesitaba para sacar las joyas del país, o eso pensaba yo. Sólo entonces se me ocurrió que quizá se había puesto de acuerdo con cualquier otro tipo de Maidstone o algún extranjero.

– En tal caso, ¿para qué te quería a ti?

– Eso mismo pensé yo, pero como no estaba demasiado seguro, decidí que sería mejor ir allí personalmente y averiguar qué estaba pasando. No quería dejar pistas, así que fui hasta Walbeach. Cómo no importa, ésa no es la cuestión.

– Posiblemente te ayudó Sparky Bones o Fly Catcher -añadió Parker, pensativo.

– No me haga preguntas y no le diré mentiras. Mi amigo me dejó a unos kilómetros y luego seguí a pie. Decía que era un trabajador ambulante que buscaba trabajo en el nuevo canal Wash, pero gracias a Dios no buscaban a nadie.

– Y entonces nos encontramos.

– ¡Ah! Supongo que estaba por allí merodeando. Conseguí que me llevaran en coche una parte del camino y el resto lo hice a pie. Un país horroroso, ya lo he dicho. Si algún día me pierdo, por allí no me encontrarán.

– Supongo que entonces fue cuando nos cruzamos -dijo Wimsey.

– Si hubiera sabido a quién tendría el honor de parar, me hubiera ido a casa -afirmó Cranton-. Pero no lo sabía, así que seguí adelante y… ¡Pero bueno! Se supone que esta parte ya la conocen.

– Consiguió un trabajo con Ezra Wilderspin y empezó a hacer averiguaciones sobre Paul Sastre.

– Sí. Y el tiro me salió por la culata -dijo Nobby, indignado-. ¡El maldito señor Paul Sastre y Batty Thomas! ¡Campanas! Y ni una pista de mi Paul Sastre. Aquello me hizo reflexionar. No sabía si había estado allí y se había ido, si lo habían cogido por el camino o si estaba escondido detrás de la siguiente esquina. Y ese Wilderspin era muy bueno manteniendo ocupados a sus trabajadores. «¡Driver, ven aquí! ¡Steve, haz esto!». No tenía ni un minuto para mí. Con todo, empecé a darle vueltas al mensaje cifrado. Se me ocurrió que quizá tenía algo que ver con las campanas. Pero ¿podría subir al campanario? No, no podía. Al menos, no abiertamente. Así que una noche me decidí y fui a ver si le encontraba sentido a todo eso. Hice copias de un par de llaves, al menos el trabajo en la herrería tenía que servirme de algo, y el sábado por la noche salí por la puerta trasera de casa de Ezra.

Hizo una pausa y continuó.

– Escúchenme bien porque lo que les voy a decir es toda la verdad. Fui a la iglesia pasada la medianoche y, cuando puse la mano en el pomo de la puerta, vi que estaba abierta. ¿Qué pensé? Que Deacon estaba dentro haciendo el trabajo. ¿Quién más iba a estar en la iglesia a esas horas? Ya había visitado antes el templo para ver cuál era la puerta del campanario, así que fui hacia la puerta tranquila y silenciosamente, y vi que también estaba abierta. Me dije: «Está bien. Deacon está aquí y le voy a dar yo Sastre Paul y Batty Thomas por no haberme escrito». Llegué a una sala llena de cuerdas que me pareció bastante desagradable. Luego había otra escalera y más cuerdas. Otra escalera y una trampilla.

– ¿La trampilla estaba abierta?

– Sí, y subí. No me gustaba ni un pelo. Cuando llegué a la siguiente sala, ¡Dios mío! El aire estaba enrarecido. No se oía nada, pero era como si hubiera un montón de gente alrededor. ¡Y qué oscuro! Era una noche muy cerrada y llovía a cántaros, pero jamás había visto algo tan oscuro como aquella sala. Además, tenía la sensación de que había cientos de ojos fijados en mí. Al cabo de un rato, cuando me tranquilicé un poco, encendí la linterna. ¿Han estado alguna vez allí arriba? ¿Han visto las campanas de cerca? En general, no me dejo llevar por la cabeza, pero había algo en esas campanas que me hacía estremecer.

– Sé a lo que se refiere -dijo Wimsey-. Es como si, en cualquier momento, se te fueran a caer encima.

– Exacto. Usted sí que sabe a lo que me refiero. Bueno, había llegado donde quería, pero no sabía por dónde empezar. No sabía absolutamente nada sobre campanas. Además, no tenía ni idea de qué había pasado con Deacon, así que empecé a iluminar el suelo y… ¡Boom! ¡Allí estaba!

– ¿Muerto?

– Muerto como una momia. Estaba atado a una especie de poste y tenía una mirada… ¡Dios mío! No quiero volver a ver esa mirada en mi vida. Como si lo hubieran matado y se hubiera vuelto loco a la vez. No sé si me entienden.

– ¿Tenemos que suponer que no había duda de que estaba muerto?

– ¿Muerto? -dijo Cranton, riéndose-. Jamás había visto a nadie tan muerto.

– ¿Estaba rígido?

– Rígido, no. Pero estaba frío. ¡Dios! Sólo lo toqué. Estaba liado con las cuerdas y la cabeza inclinada hacia abajo. Bueno, era como si se hubiera adivinado su destino o algo peor. Porque, para ser sinceros, las campanas se mueven bastante deprisa, pero parecía que había sufrido un buen rato.

– ¿Quieres decir que tenía la cuerda alrededor del cuello? -preguntó Parker un poco impaciente.

– No. No lo habían ahorcado. No sé qué lo mató. Estaba allí mirándolo cuando oí que alguien subía a la torre. Puedo prometerles que no me quedé ahí de pie. Vi otra escalera y subí hasta que me encontré una trampilla que, supongo, daba al tejado. Me escondí detrás de la escalera y recé para que al otro tipo no se le ocurriera venir a por mí. No me atraía la idea de que me encontraran allí arriba y, además, querrían una explicación por la muerte de mi viejo amigo Deacon. Claro que podría haber dicho la verdad, que el pobre ya estaba frío cuando yo llegué, pero el hecho de que tuviera copias de las llaves en los bolsillos contradecía un poco esa coartada. Así que me quedé sentado casi sin respirar. El tipo llegó donde estaba el cadáver y empezó a dar vueltas y a resoplar, y sólo decía: «Por Dios» en voz baja. Entonces oí una especie de golpe seco y supuse que había descolgado el cuerpo y éste había caído al suelo. Luego, al cabo de un rato, se oyó algo como si estuviera haciendo un esfuerzo; luego, pasos muy lentos y pesados y un ruido como si estuviera arrastrando a Deacon por el suelo. Desde donde estaba, no podía ver nada, sólo la escalera y la pared que tenía enfrente, y él estaba al otro lado del cuarto. Oí más ruidos, unos golpes, y deduje que estaba bajando el cuerpo por la otra escalera. Desde luego, no le envidié el trabajo.