Выбрать главу

– Ya veo -dijo Will muy seco-. Todo se resume en que ese diablo no nos dejará nunca en paz. Ya le arruinó la vida a mi pobre Mary una vez y la llevó al banquillo de los acusados, le mancilló el nombre y consiguió que nuestras hijas fueran bastardas, y ahora puede interponerse en nuestro camino al altar y hacer que ella testifique en mi contra para que me pongan la soga al cuello. Si alguna vez un hombre se mereció morir, ése es él, y espero que arda en el infierno.

– Es muy probable que así sea -dijo Wimsey-, pero verás, la cuestión es que si nos dices la verdad ahora…

– Sólo les puedo decir una cosa -interrumpió Thoday con voz desesperada-: mi mujer, porque ante los ojos de Dios y los míos es mi mujer, nunca supo nada de todo esto. Ni una palabra. Y ahora no sabe nada excepto el nombre del hombre que está enterrado en esa tumba. Y ésa es, frente a Dios, toda la verdad.

– Está bien -dijo Blundell-. Eso tendrás que demostrarlo.

– Eso no es del todo cierto, Blundell -dijo Wimsey-, porque me atrevería a decir que es demostrable ahora mismo. Señora Thoday…

La mujer le brindó una mirada agradecida.

– ¿Cuándo fue la primera vez que se dio cuenta de que su primer marido había estado vivo hasta principios de este año y que, por lo tanto, usted no estaba legalmente casada con Will Thoday?

– Cuando usted vino a verme la semana pasada, milord.

– ¿Cuando le enseñé la carta escrita con la letra de Deacon?

– Sí, milord.

– Pero ¿cómo es que…? -empezó a decir el comisario, pero Wimsey lo interrumpió.

– En ese momento se dio cuenta de que el hombre enterrado en la tumba de lady Thorpe debía de ser Deacon.

– Pensé que tendría que ser él, milord. En ese momento empecé a entender muchas cosas que hasta entonces no veía claras.

– ¿Alguna vez hasta entonces había dudado de que Deacon había muerto en 1918?

– Ni un segundo, milord. Si no, no me habría casado con Will.

– ¿Siempre ha ido a misa los domingos?

– Sí, milord.

– Pero el último domingo no fue.

– No, milord. No podía ir a misa sabiendo que Will y yo no estábamos casados por la Iglesia. No me pareció correcto.

– Por supuesto que no -dijo Wimsey-. Le ruego que me disculpe, comisario. Me temo que le he interrumpido.

– Todo eso está muy bien -dijo Blundell-. Usted le dijo a lord Wimsey que no reconocía la letra de la carta cuando se la enseñó.

– Me temo que sí. No era verdad…, pero tuve que pensar algo deprisa…, y estaba asustada…

– Temía meter a Will en problemas, ¿no es cierto? Oiga, Mary, ¿cómo supo que esa carta no la habían escrito hacía años? ¿Cómo es que pensó inmediatamente que el cadáver enterrado en la tumba de lady Thorpe era de Deacon? Respóndame a esto, ¿quiere?

– No lo sé -contestó ella con un hilo de voz-. Sólo se me ocurrió de repente.

– Claro -ironizó el comisario-. ¿Y por qué? Porque Will ya se lo había dicho y sabía de qué iba todo. Porque ya había visto esa carta antes…

– ¡No, no!

– Yo creo que sí. Si no hubiera sabido algo, no habría tenido ninguna razón para decir que no reconocía la letra. Sabía cuándo la habían escrito, ¿no es cierto?

– ¡Eso es mentira! -gritó Thoday.

– No creo que tenga razón en eso, Blundell -dijo Wimsey con serenidad-, porque, si la señora Thoday hubiera sabido algo, ¿por qué fue a misa el domingo anterior? Quiero decir, ¿no lo entiende?, si había negado descaradamente lo evidente durante todos estos meses, ¿por qué no iba a hacerlo otra vez?

– Bueno -dijo el comisario-. ¿Y qué hay de Will? Él sí que ha estado yendo a misa, ¿no es cierto? No me dirá ahora que él tampoco sabía nada de todo esto.

– ¿Qué dice, señora Thoday? -le preguntó educadamente Wimsey.

Mary Thoday se quedó callada.

– No puedo decirle nada -respondió al fin.

– ¿Cómo que no puede decir nada? ¡Por Dios! -gritó Blundell-. Está bien, entonces, ¿me dirá…?

– No digas nada, Mary -le aconsejó Will-. No le contestes. No digas ni una palabra. Tergiversarán tus palabras para que digas cosas que no quieres. No tenemos nada que decir y si alguien tiene que pasar por todo esto, ése soy yo, y punto.

– No tan deprisa -le contó Wimsey-. ¿No ves que si nos dices lo que sabes y nos convences de que tu mujer no sabía nada, no habrá nada que se interponga en vuestro matrimonio? ¿No es así, comisario?

– No puedo ofrecer esos alicientes, milord -repuso escuetamente el comisario.

– Claro que no, pero no debemos pasar por alto un hecho muy obvio. Verás, Thoday -continuó Wimsey-, alguien tuvo que saber algo para que tu mujer llegara a la precipitada conclusión de que el muerto era Deacon. Si no había sospechado de ti, si tú no supiste absolutamente nada y eras inocente todo este tiempo, entonces ella es la culpable. Claro, debió de ser así. Ahora lo veo claro. Si ella lo sabía, y te lo dijo a ti, entonces eres tú el que no tenía la conciencia tranquila. Fuiste tú el que debió decirle que no podía arrodillarse en el altar junto a una mujer culpable…

– ¡Basta ya! -exclamó Thoday-. Si dice una palabra más, yo… ¡Dios mío! No sucedió así, milord. Ella nunca supo nada. Yo sí que lo sabía. Eso es todo lo que voy a decir, no diré más, sólo eso. Por la esperanza que tengo de salvarme, ella nunca supo nada.

– ¿Por la esperanza que tienes de salvarte? -preguntó Wimsey-. Bueno, bueno. Lo sabías, ¿y no nos vas a decir nada más?

– Oye, Will -dijo el comisario-. Tendrás que darnos algo más de información. ¿Cuándo supiste que era él?

– Cuando descubrieron el cuerpo -contestó Thoday despacio, como si le estuvieran arrancando las palabras-. En ese momento supe quién era.

– ¿Y por qué no dijiste nada? -le preguntó el comisario.

– ¿Y que todo el mundo supiera que Mary y yo no estamos legalmente casados? Ni hablar.

– Ya -dijo Wimsey-. Pero, entonces, ¿por qué no se volvieron a casar?

Thoday se movió muy inquieto en la silla.

– Bueno, verá, milord… Esperaba que Mary no se enterara nunca. Sabía que sería un golpe muy duro para ella. Y estaban las niñas. Jamás lo hubiéramos superado. Así que me prometí que no diría nada y que me llevaría el pecado, si es que se puede considerar un pecado, a la tumba. No quería que Mary pasara otra vez por los comentarios y las miradas indiscretas. ¿No lo entienden? Bueno, y entonces… cuando lo descubrió al ver aquella carta… -Hizo una pausa y volvió a empezar-. Verá, desde que encontraron el cadáver, estuve muy inquieto y preocupado, es más, me atrevería a decir que me comportaba de un modo raro en casa y ella lo notó; cuando me preguntó si el hombre muerto era Deacon, yo le dije que sí y así fue cómo lo descubrió todo.

– ¿Y cómo reconociste el cadáver?

Se produjo un largo silencio.

– Porque estaba muy desfigurado, ya sabes -dijo Wimsey.

– Usted dijo que pensaba que era… que había estado en la cárcel -dijo Thoday-. Entonces yo me dije…

– Un momento -lo interrumpió el comisario-. ¿Cuándo escuchaste a milord decir eso? En el interrogatorio público no se lo preguntaron y menos durante la suspensión del veredicto, porque tuvimos la precaución de no decir nada de todo esto. ¿Cómo lo sabías?

– Se lo oí decir a Emily, la chica que trabaja en casa del párroco -dijo lentamente Thoday-. Al parecer, lo oyó hablando con el señor Bunter.

– ¿De verdad? -preguntó el comisario-. Me gustaría saber qué más oyó la señorita Emily. ¿Qué hay de la botella de cerveza? ¡Habla! ¿Quién le dijo que borrara las huellas?

– Ella no pretendía molestar a nadie -dijo Will-. Sólo tenía curiosidad. Ya sabe cómo son las chiquillas. Al día siguiente vino y le explicó toda la historia a Mary. Estaba extraña.

– ¡No me digas! -dijo el comisario, incrédulo-. Da igual. Volvamos a Deacon. Has dicho que oíste que Emily dijo que había oído que milord le decía al señor Bunter que el muerto había estado en la cárcel. ¿No es así? ¿Y qué pensaste?