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– Que debía ser Deacon. Pensé que ese demonio había salido de su tumba para molestarnos otra vez. No lo sabía, pero es lo que pensé.

– ¿Y qué pensaste que había venido a buscar?

– ¿Cómo iba a saberlo? Sólo pensé que había vuelto, sólo eso.

– Pensaste que había venido a buscar las esmeraldas, ¿no es cierto? -preguntó el comisario.

Por primera vez, Will Thoday mostró ingenuidad e impaciencia en la mirada.

– ¿Las esmeraldas? ¿Por eso había vuelto? ¿Quiere decir que, después de todo, las tenía él? Siempre creímos que se las había llevado el otro tipo, Cranton.

– ¿No sabías que estaban escondidas en la iglesia?

– ¿En la iglesia?

– Las encontramos el lunes -le explicó Wimsey-. Estaban escondidas en el techo.

– ¿En el techo de la iglesia? Entonces, eso es lo que… Han encontrado las esmeraldas. ¡Gracias a Dios! Ahora ya nadie podrá decir que Mary tuvo algo que ver en el robo.

– Eso es cierto -dijo Wimsey-. Pero me gustaría saber lo que ibas a decir. ¿«Eso es lo que…»? ¿Qué? «Eso es lo que buscaba cuando lo encontré en la iglesia», ¿era eso?

– No, milord. Iba a decir… Iba a decir que eso fue lo que hizo con las joyas. -Pareció que lo invadía una oleada de ira nueva-. ¡El muy desgraciado! Después de todo, era cierto que había traicionado al otro tipo.

– Sí -dijo Wimsey-. Me temo que no se pueden decir demasiadas cosas a favor del desaparecido señor Deacon. Lo siento, señora Thoday, pero era una persona bastante indeseable. Y usted no ha sido la única que lo ha sufrido. En Francia se casó con otra mujer que se ha quedado viuda y con tres hijos que mantener.

– ¡Pobrecita! -dijo Mary.

– ¡Sinvergüenza! -exclamó Will-. Si lo hubiera sabido…

– ¿Cómo dices?

– Nada -respondió el granjero-. ¿Cómo fue a parar a Francia? ¿Cómo es que…?

– Es una historia muy larga -dijo Wimsey-. Además, no tiene nada que ver con lo que aquí nos ocupa. Repasemos su historia. Oíste que en el cementerio había aparecido el cuerpo de un hombre que podía haber sido un convicto y, a pesar que tenía el rostro muy desfigurado, estuviste lo bastante… ¿inspirado?… para identificarlo como Geoffrey Deacon, a quien creíais muerto desde 1918. No le dijiste nada a tu mujer quien, cuando el otro día vio una carta escrita a mano de Deacon, que podía haberla escrito en cualquier momento, estuvo… ¿también inspirada?… y dedujo lo mismo que tú. Sin esperar ni siquiera que alguien lo verificara, os vais corriendo a la ciudad a casaros otra vez, y ésa es la única explicación que puedes darnos. ¿Es cierto?

– Eso es todo lo que puedo decir, milord.

– Y, por cierto, es una historia con muy poco fundamento -observó el comisario-. A ver si lo entiendes, Will Thoday. Sabes tan bien como yo cuál es tu situación. Sabes que no tienes que respondernos si no quieres. Sin embargo, podemos reabrir la investigación del cadáver enterrado y tendrás que explicarle la historia al juez de instrucción. O podemos acusarte del asesinato y llevar el caso ante un juez y un jurado. O puedes decirnos toda la verdad ahora. Lo que tú prefieras.

– No tengo nada más que añadir, señor Blundell.

– Mira, te voy a ser muy sincero -dijo Wimsey-. Es una lástima, porque el fiscal puede que tenga otra versión en la cabeza. Puede pensar, por ejemplo, que tú sabías que Deacon estaba vivo porque te habías encontrado con él en la iglesia la noche del 30 de diciembre.

Esperó para ver el efecto que producían estas palabras, y continuó.

– Verás, tenemos la declaración del Loco Peake, que no creo que esté tan loco como para no poder aportar pruebas sobre lo que vio y oyó esa noche desde detrás de la tumba del abad Thomas. El hombre de la barba negra y las voces en la sacristía, y Will Thoday sacando una cuerda del baúl. Por cierto, ¿qué te llevó a la iglesia? Viste una luz, quizá. Te acercaste y viste que la puerta estaba abierta, ¿es así? Y en la sacristía encontraste a un hombre haciendo algo sospechoso. Lo increpaste y, cuando él te respondió, supiste quién era. Fue una suerte que no te disparara, pero posiblemente lo cogiste desprevenido. De todos modos, lo amenazaste con entregarlo a la justicia, pero él te dijo que eso pondría a tu mujer y a tus hijas en una situación muy comprometida. Así que empezasteis a hablar y, al final, llegasteis a un acuerdo. Prometiste no decir nada y sacarlo del país con doscientas libras en el bolsillo, pero en ese momento no las tenías, así que, mientras tanto, lo esconderías en un lugar seguro. Luego cogiste una cuerda y lo ataste. Lo que no sé es cómo conseguiste que no se resistiera mientras lo atabas. ¿Le diste un puñetazo o qué hiciste? ¿No vas a ayudarme? Bueno, da igual. Lo ataste y lo dejaste en la sacristía mientras ibas a casa del párroco a robar sus llaves. Por cierto, fue un milagro que estuvieran en su sitio. Casi nunca lo están. Luego lo llevaste al campanario, porque la sala de las campanas es bastante amplia y es segura, pues hay que abrir muchas puertas hasta llegar allí, y eso era más fácil que escoltarlo por todo el pueblo. Después, le ibas llevando comida… quizá la señora Thoday nos podría ayudar en este punto. ¿Echó de menos alguna botella de cerveza? Ya sabe, de esas de litro y medio que encarga cada vez que viene Jim. Por cierto, Jim está de camino y tendremos que hablar con él cuando llegue.

El comisario, que observaba a Mary, vio que ésta contraía la cara alarmada, aunque no dijo nada. Wimsey continuó implacable:

– Al día siguiente fuiste a Walbeach a sacar el dinero del banco. Pero no te encontrabas demasiado bien y, cuando volvías a casa, perdiste el conocimiento y no pudiste volver al campanario para soltar a Deacon. Lo debiste pasar muy mal. No querías confiar en tu mujer pero, claro, ahí estaba Jim.

Thoday levantó la cabeza.

– No voy a decir que sí ni que no, milord. Sólo le diré que jamás le dije ni una palabra sobre Deacon a Jim, ni una palabra. Ni él a mí. Y ésa es la verdad.

– Muy bien -dijo Wimsey-. Pasara lo que pasara, entre el 30 de diciembre y el 4 de enero alguien mató a Deacon. Y la noche del 4, alguien lo enterró. Alguien que lo conocía porque se tomó la molestia de destrozarle la cara y cortarle las manos para que nadie lo identificara. Y lo que todo el mundo querrá saber, se lo prometo, es en qué preciso momento Deacon dejó de ser Deacon para convertirse en el cuerpo. Porque ésa es la cuestión. Sabemos perfectamente que tú no pudiste enterrarlo, porque estabas enfermo, pero el asesinato es otra cosa. Verás, Thoday, no se murió de hambre. Murió con el estómago lleno. Tú no pudiste haberle llevado comida después de la mañana del 31 de diciembre. Si no lo mataste ese día, ¿quién le llevó la comida los otros días? ¿Y quién, después de haberlo alimentado y matado, lo arrastró por la escalera del campanario la noche del 4, con un testigo sentado en el tejado de la iglesia, un testigo que lo había visto y lo había reconocido? ¿Un testigo que…?

– No siga, milord -lo interrumpió el comisario-. La señora se ha desmayado.

Cuarta Parte

Repique lento

¿Quién encerró con doble puerta el mar cuando salía borbotando del seno materno, […] cuando le fijé sus límites y le puse puertas y cerrojos?

Job 38. 8-10

– No dirá nada -dijo el comisario Blundell.

– Ya lo sé -repuso Wimsey-. ¿Lo ha detenido?

– No, milord. Lo he enviado a casa y le he dicho que lo piense. Está claro que podríamos implicarlo en los dos casos con mucha facilidad. Quiero decir: protegió a un asesino, eso está claro; y ahora protege al asesino de Deacon, si no lo mató él. Aunque creo que nos irá mejor después de interrogar a James. Y sabemos que llegará a Inglaterra a finales de mes. Sus jefes han sido muy discretos. Le han dicho que tenía que volver a casa, sin darle ninguna explicación. Han contratado a otro hombre para que lo sustituya.